Llegó a su fin el proceso electoral; lleno de sentimientos, trampas, irregularidades, delitos y pasiones, se llevó a cabo ante un incipiente despertar de las conciencias estudiantiles; durante su desarrollo se germinó la politización de la juventud, que se materializó en un movimiento social amplio y plural denominado #yosoy132. Testigos fuimos todos tanto de la mezquindad como de la entereza de los principales actores políticos del país. De manifiesto quedó que las elecciones se ganan mediante artimañas de tremenda vileza y maquinarias electorales. Y la única con pinta en todo lo largo y ancho de la República es la del Partido Revolucionario Institucional. 

Cuatro candidatos contendieron por la titularidad del Poder Ejecutivo de la Federación. Uno de ellos lo hizo con nulas posibilidades de triunfo. Y había quienes aseguraban que la elección se habría de ir a tercios. Sin embargo, al final quedaron dos. Como ha sucedido últimamente en los comicios federales, se polarizó la presidencial. Se la disputaron el candidato de las izquierdas, Andrés Manuel López Obrador y el del PRI, Enrique Peña Nieto. El primero postulado por la coalición Movimiento Progresista, el segundo por la llamada Compromiso por México. Y luego de la jornada electoral, todo indicaba que había sido este último el que más votos obtuvo; superando por más de tres millones a su más cercano adversario. 

Todos los partidos incurrieron en actividades delictivas de índole electoral. Aunque indubitablemente, por mayor capital político y económico, así como presencia a nivel territorial y nacional, el PRI cometió la mayoría de este tipo de delitos. Incluso hay quienes aseguran que también de tipo grave, como Lavado de Dinero. Mas esto no justifica que los que constituyen las fuerzas progresistas puedan darse aires de pureza. La clase política mexicana es deleznable en todas sus acepciones y formas. 

Dicho esto, considero pertinente resaltar que, por lo menos en mi opinión, el problema del proceso electoral no anida específica y principalmente en el desempeño y comportamiento partidista en el país, sino en las instituciones electorales que encargadas en regularlos. Porque claro está que en estas elecciones demostraron que han sido rebasadas; que son precarias; que carecen de credibilidad; que no inspiran confianza; que rayan en lo inútil y han sobrepasado la negligencia y la ineptitud. Urge renovarlas, reformarlas, regenerarlas, junto con nuestra clase política en su totalidad. 

Y no sólo eso. En la actualidad conviven en violencia una incontable variedad de múltiples problemas dentro de México. El ajetreo social, provocado por una guerra, la miseria, la agónica moral y la desigualdad, mantiene al país en la cuerda floja de la estabilidad. Dos sexenios han llevado a la nación a un paso del precipicio. Y la polarización provocada por el contraste ideológico político de los últimos  meses amenaza con añadirse a la lista de problemas. Y el horno no está para bollos. 

Así las cosas, en un llamado a la reconciliación nacional, expreso que reconozco a Enrique Peña Nieto como presidente electo, y como mi próximo Presidente. Lo reconozco como estudiante de la Ibero, como simpatizante de Andrés Manuel, como izquierdista. Lo reconozco porque el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación así lo declaró. Lo reconozco porque de no hacerlo, pecaría de incongruente cuando en un futuro tuviese que demandarle que cumpla y haga cumplir la Constitución y las leyes que de ella emanen. Lo reconozco porque en 2006 aprendí que la postura que pretende desconocer investiduras, instituciones y gobiernos acaba por transformarse en un terrible pasivo electoral y en una batalla estéril. Y al PRI se le deberá luchar con una oposición democrática, confortativa y producente. No habrá más. 

Hoy la izquierda viene impulsada por un enorme potencial de crecimiento y fortalecimiento. Y que el retorno del tricolor a Los Pinos no devenga en una regresión que tenga como consecuencia la reinstauración del grotesco régimen de antaño, que cristalizaba la ignominia y el horror, dependerá de las fuerzas opositoras que, junto al pueblo mexicano, deberán mantenerse en el brío de la perseverancia para en un futuro alcanzar la meta de lograr una patria nueva y mejor. 

Ha llegado la hora de mirar para adelante. Sólo estando alertas hacia el mañana podemos evitar que un porvenir no deseado nos golpee en el rostro. 

A crear conciencia.