Los partidos con mayor historia en México y que permanecen en el imaginario colectivo como acérrimos rivales con ideologías opuestas, están en la antesala de un nuevo cambio de estafeta presidencial, en el que todas las señales indican que el PRI deliberadamente pretende dar el relevo al PAN para que retorne a la presidencia.

No, no se trata de una teoría conspirativa sacada de la manga, sino en un previsible reacomodo de intereses entre dos fuerzas políticas que son mucho más parecidas de lo que se cree.

Porque aunque sus orígenes históricos son distintos -los rojos representaban a los liberales hijos de la Revolución, mientras que los azules eran emisarios del clero y las clases privilegiadas conservadoras-, su romántica ideología se ha difuminado en el transcurrir de los años hasta hacer imposible identificar cual de los dos está más a la derecha.

Por otra parte, tanto el PRI como el PAN han trabajado arduamente para imponer la agenda económica neoliberal que ha incendiado al país, donde las protestas y movilizaciones son el pan nuestro de cada día.

Desde el sexenio de Miguel de la Madrid, hasta el actual de Enrique Peña Nieto, el malestar ciudadano ha ido in crescendo a la par de las privatizaciones y reformas que han entregado gran parte de los recursos del país a particulares y extranjeros sin aportar los beneficios esperados a la ciudadanía.

Y si bien, fue el priista Enrique Peña Nieto quien apostó en grande al imponer, de un jalón, las llamadas “Reformas Estructurales”, las  bases de estas grandes reformas se asentaron en el gobierno de su antecesor, el panista Felipe Calderón Hinojosa.

La memoria histórica del mexicano es tan corta que puede no percibir que, como en la canción de Timbiriche, PRI y PAN son uno mismo, pero he aquí un recordatorio resumido de los hechos.

Antes de la Reforma Educativa peñanietista, Calderón impulsó una iniciativa similar y propinó el primer sablazo a los derechos de los trabajadores de la educación, contando con el aval de su aliada, la maestra Elba Esther Gordillo.

Como un preámbulo de lo que venía, signaron la Alianza por la Calidad de la Educación (ACE), que entre otras cosas pretendía imponer el examen universal y la creación del servicio profesional docente (¿les suena?), además de que eliminó el valor de la antigüedad en el servicio para acceder a nuevas plazas o promociones y la sustituyó por exámenes de oposición.

Esa acción detonó protestas en diversos estados, algunas muy fuertes como ocurrió en Quintana Roo al inicio del ciclo escolar 2008-2009, cuando se vivieron marchas multitudinarias y un paro de casi dos meses.

La ACE fue el embrión de la Reforma Educativa, que se hizo realidad tal y como la quería el mismo Felipe Calderón cinco años después, gracias a un presidente Tricolor.

También la Reforma Fiscal y la Reforma Energética empezaron a tomar forma durante la presidencia de Calderón, aunque tuvo mucho más trabas al momento de llevarlas a cabo.

El hecho es que, con todo y sus presuntas “diferencias ideológicas”, PRI y PAN han trabajado de la mano para conducir a México por la senda del neoliberalismo para beneplácito de la Casa Blanca -la de Washington, no la de la Gaviota- y de sus organismos económicos, como el FMI y la OCDE.

A solo dos años de las elecciones presidenciales, el PRI está fuera de combate por el altísimo costo pagado por la aplicación de las Reformas peñanietistas, pero pretenden la continuidad de su política económica empoderando a su hermano opositor: el PAN.

El único inconveniente se llama Andrés Manuel López Obrador, que por tercera vez se perfila como una fuerte amenaza para los dueños del status quo. El PRI hará lo necesario para cerrarle el paso, incluso poner las llaves de Los Pinos en las manos del PAN.

Así, las extrañas decisiones políticas del PRI en este 2016 que han hecho crecer al PAN como la espuma, no fueron por despiste. No hay que irse con la finta.