Un día como hoy, 31 de marzo, hace 99 años, falleció Félix de las Cuevas González.
¿Por qué hablar de él en este aniversario y no en el centésimo? Bueno, porque el 2018 será un año monotemático por la contienda que se nos viene encima –no me refiero a la Copa del Mundo-, y porque en realidad no pienso hablar tanto de él como de la calle a la que dio nombre, como un homenaje a él y a las personas que voy a mencionar, que de cierta forma ligaron sus vidas a la calle que lleva su nombre.
La colonia del Valle tiene nombres de filántropos y de frutos, fundamentalmente. Félix Cuevas, según se sabe, fue fruto del esfuerzo, lo que le permitió tener el dinero suficiente para sus obras de beneficencia, habiendo llegado aquí sin nada al salir de España en barco a buscarse la vida. Se le ocurrió llegar a México en pleno contexto de la guerra de 1847.
Mi abuela era una migrante guatemalteca que se vino para acá, no en un contexto de guerra, la Segunda Guerra Mundial, pero motivada por sucesos que tuvieron que ver con ese evento.
Para Félix Cuevas resultó una gran idea. Trabajó mucho e hizo fortuna en el ramo bancario. Para mi abuela, no tanto. Padeció pobreza y discriminación. No a los niveles que aquejan a ese grupo vulnerable actualmente -lo se de cierto-, pero las padeció. Llegó incluso a trabajar jalando una carreta repartiendo comida.
Obviamente, este status también lo padecieron sus hijas: mi tía y mi madre. Y las tres acabaron viviendo en el “Centro Urbano Presidente Alemán”, precisamente, de la calle Félix Cuevas, esquina con avenida Coyoacán, conocido como el “CUPA”, el “multifamiliar Alemán” o simplemente “El Multi”.
Técnicamente, mi mamá y yo nacimos sobre Félix Cuevas, pero en aceras contrarias. Yo nací en el “20 de Noviembre”, el hospital de enfrente. Ella nació ahí, en un departamento del “CUPA” con la ayuda de una partera que las había acogido, y cuya familia se volvería la suya y por tanto la mía, por ese fenómeno tan mexicano que Fernando Escalante describe en su teoría del muégano.
Hay ciertas anécdotas sobre esa calle, que a la luz de las dos vidas que me vinculan a ella -la de quien le dio nombre y la de mi abuela-, me hacen pensar que en el Siglo XXI somos verdaderamente unos blandengues y nos rasgamos las vestiduras casi por lo que sea. Les cuento algunas de mediados a finales del siglo XX:
--Una, sobre salud reproductiva: como dije, mi mamá nació en un departamento con mínima ayuda. Mi abuela vivió 84 años y mi mamá está más sana a los sesenta y tantos que yo a los 37. Hoy un parto de esa naturaleza sería impensable y hasta la forma se vivir el mismo se ha vuelto una muestra de status económico.
--Otra, sobre el hoy llamado “bullying”: en la esquina de Félix Cuevas y Av. Coyoacán, en la primaria pública, mi tía se lió a golpes con dos niños varones al mismo tiempo, porque se burlaron de mi abuela. En esa época no se les invitaba a dialogar a los involucrados y ella hizo lo que se ha hecho con los gandallas desde siempre. Ovacionada por transeúntes que todavía usaban sombrero, los venció.
--Una sobre salud mental: cuando eran niñas, mi tía se llevaba a mi mamá -que no había dejado de ser bebé del todo- entre las piernas, trepadas "de mosca" en un tranvía que corría por Félix Cuevas. A mi tía le parecía muy simpático ir a ver a los "loquitos" (sic) del Manicomio de La Castañeda allá por Mixcoac. Esto por invitación de una señora siniestra que era enfermera en ese psiquiátrico. Además de que jamás se cayeron del vehículo, la salud mental de ambas es aceptable...hasta ahora.
--Otra de salud, pero gastrointestinal: en esa calle están las famosas “Tortas Don Polo”. Mi abuela lo conoció y le ayudó a que le prestaran un exprimidor de jugos cuando había llegado de Colima, él también, sin nada. Eso le ganó la gratitud de Don Polo, dándoles de comer gratis cuando pasó de juguería a tortería exitosa. Pero un buen día, un tortero resentido por su despido tuvo la criminal ocurrencia de poner veneno en la sal. Murieron bastantes personas, médicos del hospital de enfrente incluidos. El envenenamiento les tocó a mi tía y a mi abuela. Mi madre se salvó por melindrosa. Fue algo grave, pero ellas se salvaron y en unos días estaban de nuevo siguiendo con sus vidas, después de haber padecido un auténtico crimen de pasquín.
--Siguiendo en el tema hospitalario, cuando la calle de Félix Cuevas se volvió Eje Vial y pusieron camiones y trolebuses en contraflujo, uno de estos arrolló -porque la colisión entre un camión y un Volkswagen sedán sobrepasa el concepto de choque- al un taxi donde iba mi tía y casi le estallan las vísceras. Esa vez acabó en el mismo hospital donde yo nací, en uno de sus tantos ingresos a éste -como cuando casi se muere de apendicitis, entre otros padecimientos y accidentes-. Se recuperó y aquí sigue.
--Ahora éstas de imprudencia: mi prima, hija de mi tía, continuó esa tradición madre-hija y también tuvo varios ingresos al nosocomio de Félix Cuevas, entre ellas dos facturas de nariz. Un por un tropezón caminando precisamente en la banqueta de Félix Cuevas, y otra por una patada voladora de Tae Kwon Do que le acomodé por andarme “bulleando”. Insisito: en esa época no recomendaban dialogar, y bueno, ella era ya casi una veinteañera y yo un niño de menos de diez. También ingresó al “20 de noviembre”, ahí sí por gusto, para que le practicaran una cirugía para enderzarle los dedos supuestamente chuecos. Una cuestion meramente estética cuya terapia de rehabilitación con parafina hirviente a la fecha me parece tortura medieval. En otra ocasión le cayó un reflector en la cabeza. En otra, se dio en la madre jugando "coleadas” en patines. Ella también aquí sigue, a sus 46 años y con dos hijas. (Nota: las "coleadas" es un juego de peligrosos jaloneos que ya es arriesgado en zapatos. Está prohibido en las escuelas debido, en concreto, a que se basa en tratar de ganarle a la fuerza centrípeta. Si no le suena suficientemente estúpido, imagínelo en una fila como de 20 chamacos inconscientes de su mortalidad, en patines de esos de 2 ruedas por lado).
--Una de desastres y buena arquitectura: en el terremoto del 85, por razones de seguridad acabamos viviendo temporalmente en el departamento donde nació mi mamá, porque había temor de que los edificios altos del “Multi” se cayeran en alguna réplica, como sucedió con Tlatelolco o el Multifamiliar Juárez. Mi papá se hartó y se regresó a nuestro departamento en el último piso de uno de esos edificios. El resto, -más de 10 personas- vivimos como refugiados varias semanas; sin luz unos días, sin agua otros, y sin gas otros más, oyendo sirenas día y noche que llegaban al hospital. Todos sobrevivimos al hacinamiento, gracias a la organización, los huevos tibios, el chocolate Milo y al gran arquitecto mexicano Mario Pani y su extraordinario diseño que jamás colapsó. El "Multi" sobrevive a la fecha.
--Una de incipiente cultura cívica: precisamente en ese terremoto el “Hospital 20 de noviembre” vio rebasada su capacidad, como todos los de la Ciudad de México en ese otoño. Todos -hasta yo, de menos de 6 años-, tuvimos que ayudar, porque había que atender a heridos no graves en el salón de actos del Multifamiliar. Todos ellos sobrevivieron.
--Otra de total ausencia de cultura cívica: en “Don Polo”, a finales de los 80s, una mujer tuvo la mala idea de ofender públicamente y en forma infamante a mi prima, que tenía como 17 años, y la peor suerte de que mi tía la escuchara. Obviamente le tocó un descontón -mi tía siempre ha peleado con técnica de boxeo-, pero el marido de la mujer agarró a mi tía con una especie de "doble Nelson", para que su esposa se la tundiera. Mala idea del marido, porque yo fui por mi padre, que llegó, noqueó al sujeto, y en ese tono de juego pesado que se desarrolla solo entre ciertos cuñados, le dijo: "Ahora sí, 'Ballena', ¡súrtetela!" Obviamente la dejó como “Cristo de Iztapalapa”. Pero como todos los mencionados, la señora también sobrevivió.
--Una de lenguaje “discriminatorio”: mi abuela, que solo cursó estudios básicos tuvo un trabajo de "educadora amateur" en la guardería de ese Multifamiliar, que también quedaba a pocos metros de Félix Cuevas. Ahí le enseñaron a dar terapia y estimulación a los "mongolitos" (sic), que en términos actuales son correctamente denominados personas con discapacidad mental por Síndrome de Down. Después de una capacitación relámpago, le asignaron ese grupo porque nadie quería encargarse de ellos. Con sentido común y sensibilidad, mi abuela cuidó a decenas de ellos y sin saberlo sentó buenas bases para que terapias especializadas en sus vidas adolescentes y adultas les permitieran tener una vida funcional. Mi abuela siempre les dijo "mis mongolitos", y no, no sonaba discriminatorio entonces. Ellos mismos corrían a abrazarla cada vez que la veían y esa guardería, gracias a ella y a un par de compañeras, adquirió cierto prestigio y especialización para tratar a tales personas. Siempre la felicitaron, agradecieron y reconocieron su trabajo. Todos ellos sobrevivieron también.
Yo mismo participé de ciertas anécdotas sobre la calle de Félix Cuevas. Desde una gran cantidad de atropellados, ver los camiones del Ejército Mexicano en una requisa sustituyendo a los camiones de la “Ruta 100” que estaban en huelga –la gente se enamoró de ese servicio gratuito y cordial-, hasta el primer Garfield pegado al medallón. Pero hubo unas peculiares:
--En la esquina de Félix Cuevas y Adolfo Prieto, en una tarde cualquiera, casi chocan mis padres...uno contra el otro. Jamás se aclaró quien se pasó el alto. Yo creo que fue mi papá de prisa a la oficina. De todas formas, otro día, ella adormilada, le chocaría con el carro familiar a él, el carro de la empresa. Si bien mi mamá tuvo la culpa, tampoco se deslindaron responsabilidades. Cuando estuve casado entendí que hay cosas que es mejor no aclarar nunca.
--Ahí también, hace poco salvé a unos polacos desorientados que iban derechito a que los asaltaran frente a Don Polo. Yo me había bajado de la bicicleta en la que circulaba sobre el carril confinado y me di cuenta como muchas otras personas. El fascineroso –si mi memoría no me falla, también originario del “Multi”- decidió irse a emboscar a alguien más. Ellos me lo agradecieron mucho y ahora recibo una tarjeta de felicitación en polaco en épocas decembrinas.
Pero meses después de mi embate a la delincuencia común, ésta tomaría revancha y me robaría esa bicicleta con dos candados en menos de tres minutos. Fue en Navidad e hice una pataleta a los 33 años como nunca las hice de niño. Jamás me lo hubieran permitido ninguno de los mencionados. Ese día me acabé de convertir también en un chilletas del siglo XXI. Ahora lucho por revertirlo.
"Grehe, no jodas. 'You need to man up'!", me dijeron una vez. Independientemente si esa expresión es o no discriminatoria, mientras encontramos una mejor, puedo decir que es lo que hicieron en la vida don Félix de las Cuevas González y mi abuela, doña Fidelina Valle Castillo. Y creo que lo deberíamos hacer todos en este siglo, ya no tan nuevo y que parece que rejuvenece en vez de madurar.