Ah, las elecciones en México. Tema del que siempre tenemos algo que opinar, tengamos o no dos doctorados y media docena de libros publicados sobre derecho electoral. Pasan los años y por una cosa u otra nuestro sistema electoral sigue dando lugar a suspicacias por supuestas falencias o formas de burlarlo, reales o imaginadas.
Hoy, con esta elección local en el Estado de México, un bando se siente robado. Casualmente es el mismo que se sintió robado en las elecciones federales de 2006 y 2012, y que recordamos por su consigna más famosa: “Voto por voto, casilla por casilla”.
Sin embargo, en la semana posterior me llegó un mensaje masivo al celular que decía “frau-delec-toral”, es decir, la frase “fraude electoral”, pero, por como se lee, cantada a modo de consigna. Y así revive un fantasma que yo pensé que ya se había olvidado. Y no me refiero a la idea del fraude -ese todos los perdedores de las elecciones lo alegan cada tres años-, sino al uso de esa consigna.
Yo tengo 37 años, no me he doctorado ni una sola vez y mis publicaciones no pasan de unos artículos en revistas jurídicas y estas columnas, a diferencia del celebérrimo y nunca bien ponderado bi-doctor Ackerman, que nos hace el favor de iluminarnos con su sapiencia que le gusta contar por docena, como las tortillas de mano. Pero tengo la edad suficiente para recordar el momento en que esa consigna fue cantada por miles de personas en diversos eventos, no solo políticos. Y supongo que se cantó tanto y no sucedió nada -nada en relación con la elección en específico, quiero decir-, que se choteó y poco a poco se fue olvidando del imaginario colectivo nacional.
Ese momento fue la elección presidencial de 1988, aquella famosa en la que se cayó el sistema y la gente decía que el verdadero ganador había sido Cuauhtémoc Cárdenas, quien empezaría entonces su meteórica carrera como eterno candidato de la izquierda a la presidencia, hasta que fuera sustituido por el actual eterno candidato de la izquierda a la presidencia.
Esa historia es muy conocida, con todo y sus mitos. Obviamente yo entendería todos estos mucho después, pero recuerdo la participación que tuve en ella -sí, los niños tienen más participación de lo que podría pensarse- y sobre todo lo que veía y oía por esas fechas, entre ellas ese famoso grito al que hago referencia.
Como ya les he contado antes, yo vivía en un lugar peculiar: un multifamiliar enclavado en plena colonia Del Valle. En esa época, el tener un departamento ahí era prestación o beneficio gubernamental, ya que el complejo formaba parte del patrimonio del ISSSTE y los arrendatarios eran sus derechohabientes. Eso hacía que los actos proselitistas del PRI tuvieran mucho éxito antes y después de esa elección. Por su parte, la ubicación geográfica del Multi daba cada vez más entrada a preferencias por el PAN, que tiene en la colonia Del Valle uno de sus bastiones desde hace años. Pero igualmente, abundaban también aquellos con preferencias de izquierda de todos los tonos de rojo. Eso hacía de ese lugar uno particularmente divertido para vivir una elección, dado que todo el mundo se involucraba pero sin perder el sentido de barrio y de comunidad. Es decir, había entusiasmo y participación, pero no había desmadres y nadie se retiraba el saludo.
Bueno, pues por aquellas épocas, mi familia estaba convencida de votar por el candidato del Frente Democrático Nacional. Aunque por razones que ya nadie recuerda, estábamos en el zócalo en el cierre de campaña de Clouthier, a quien, ni esa vez ni nunca no se le entendió un carajo cuando hablaba. Supongo que andábamos comprando chucherías y quedamos atrapados en la muchedumbre que apoyaba al ininteligible “Maquío", pero apoyábamos a Cuauhtémoc.
El caso es que toda la familia andaba muy metida en el asunto. A algunos incluso les tocó ser funcionarios de casilla. Pero aunque todos estaban muy metidos, nadie estaba muy bien enterado, como suele suceder. Así que mi participación era importante. ¿Por qué? Porque como niño, tenía la cabeza fresca para saberme los detalles necesarios para la jornada, tanto los relativos a lo que tenían que hacer los funcionarios de casilla -cuya capacitación no era siquiera comparable a la que actualmente se brinda-, además de que con todo el desmadre de la integración del Frente, con los partidos en alianza y los que declinaron, era necesaria cierta orientación al votante. Y esa información la tenía yo porque, insisto, tenía cabeza y tiempo -empezaban mis vacaciones de verano- y porque era de esos niños que cuando interrumpían las caricaturas por ahí de las 6 PM, y decían en la tele “A continuación: Partidos Políticos” se frustraba como todos, pero me daba hueva cambiarle…y no tenía además a dónde cambiarle porque no teníamos cable.
Entonces a mi me tocó aprenderme sin entenderlo, todo el tema de la casilla, así como decirle a mi abuela y a mi mamá cómo votar. Creo que en la casilla no lo hice tan mal, pero ahora que recuerdo, la saturación de información y la última declinación, que creo que fue la de Heberto Castillo, acabaron por confundirme y creo que hice que mi ambas emitieran un voto nulo, porque ya viendo las papeletas, yo recomendé el tachado de todos los integrantes del Frente, pero en una de esas puede que hayan tachado algún partidillo que no era integrante. Ni modo, eso pasa cuando dejan descansar un régimen democrático en niños de primaria. Fue el Estado.
Y bueno, ya saben qué pasó, o eso creemos, porque me he topado con versiones que rayan entre el mito, la leyenda y la “política-ficción” y a la fecha no creo que nadie sepa con certeza si hubo o no fraude, pero oficialmente ganó Salinas, y entonces ardió Troya.
Ese fue, hasta donde mi memoria podría dar testimonio, el momento en que, en el tonito cantado que veníamos arrastrando desde el Mundial de dos años antes, nació el “Frau-delec-toral,fraude-lec-toral”. Todo el mundo lo gritaba en cualquier ocasión y a la menor provocación, incluidos los niños, que ahí andábamos imitando a los adultos. Por eso es que el mensaje de whatsapp me alborotó los recuerdos.
De hecho, en esa época los niños aprendimos muchas palabras nuevas. Yo, por ejemplo, aprendí "espurio”, en dos momentos, claro: en el que la leí y en el que la busqué en el diccionario, porque nadie de de los que la andaban difundiendo sabía qué significaba cuando se los preguntaba. Sus difusores eran chamaquillos poco más grandes que yo que tampoco sabían un demonio, pero les daban unas monedas por andar haciendo lo que se conocería después como “guerrilla marketing”, es decir, andar pintando el piso con una plantilla y laca automotiva en aerosol.
La pinta de aquella época era una que decía así: “Abajo Carlos, el espurio. ¡Las Actas Ya! ¡Las Actas Ya!”. Generalmente la pintaban en rojo y el texto aparecía arriba y debajo de la imagen de una especie de foco con orejas y una corona, que representaban al señor presidente electo, y abajo unos papeles que supongo que representaban a las actas.
Lo del espurio me lo aclaró el Larousse. Lo de las actas, tardaría unos años más, y se refería al reclamo del Frente de que se sacaran las actas de las casillas de los paquete electorales para compararlas con los resultados que tenía la Comisión Federal Electoral de Gobernación, y la Cámara de Diputados, erigida en colegio electoral, que al parecer discrepaban entre sí, y con los números que tenían los partidos y los que anunció Televisa. A IMEVISIÓN en esa época no le alcanzaba el presupuesto ni para hacer proselitismo gubernamental.
Al final de cuentas, las actas nunca se sacaron de los paquetes, sobrevivieron a un incendio supuestamente provocado en la Cámara de Diputados, y finalmente fueron destruidas por así decidirlo las bancadas del PRI y el PAN en el 89, aunque Cuauhtémoc quería que las mandaran al Archivo General de la Nación para que los académicos del futuro estudiaran si había habido o no fraude. No se si hicieron bien o no en destruirlas porque no tengo idea de qué disponía la legislación electoral en esa época, pero sí creo que era una mala idea mandarlas a Lecumberri, donde ahorita estarían los del Archivo usando como manteles para cumpleaños 54,642 sábanas enormes de papel de casi 30 años de antigüedad, completamente inútiles, en vez de estar restaurando documentos de verdadero valor histórico, que es lo que hacen bien y para lo que les pagamos.
Eso pasó con las actas. Lo del fraude electoral se volvió mitología política y ese grito de indignación social fue sustituido por otros. Pero no puedo dejar de celebrar que algún ciudadano entusiasta haya querido rescatarlo del olvido, aunque la idea claramente estuviera destinada al fracaso. Tanto, como si en ésta época de gritarle “puto” al portero contrario, con toda la polémica que eso genera, quisiéramos rescatar el “chi-qui-ti-bum”, buscar a la modelo famosa del 86 o empezar a llamarle “cartero” al cubetero del Estadio.