*ADVERTENCIA: Texto con contenido explícito solo para adultos.

Me disculpo de antemano por hacer esta columna impropia en sí misma e inadecuada para un público familiar en un 30 de abril, Día del Niño en México. Pero a las tres almas que leyeron mi primera “Provocación Gratuita”, les debo este texto, donde hablo un poco del Día Internacional del Jazz, declarado así por la ONU, y que coincide con la efeméride de la infancia. Me disculpo también con el medio, SDP Noticias, que ha demostrado en cada ocasión en que ha estado a prueba, ser plural, incluyente y tolerante. Pero si esta “Provocación” contraviene sus políticas editoriales y no ve la luz, lo entenderé, asumiendo el suscrito desde este momento toda responsabilidad por el contenido del texto y sus consecuencias

- ¿Vas a tu trabajo o para otro lado?

- Sí, voy a López, ¿por?

- Ah, es que voy a SRE, ¿me acompañas? Es temprano todavía.

- OK. Además hoy no circulo.

Esta fue la invitación de mi amiga “musicalmente promiscua” para acompañarla a ver un trámite que nadie tenía idea cómo hacer en la Cancillería, que está a dos cuadras de mi entonces oficina.

Le he dicho en su cara que es una “promiscua musical” porque tiene amoríos, relaciones tórridas y acostones auditivos de una noche con el género y subgénero que sea. Así que su culta formación musical como bailarina clásica y su buen gusto por el jazz y el blues generalmente se ven opacados por alguna atrocidad que no tocan ni en la radio. Pero la de esta anécdota excedió todos los cánones negativos.

Traía metido en la cabeza el reguetón, y en el estéreo de su coche vinculado a su teléfono empezó a sonar una canción como cualquier otra, que hace alarde de machismo y demás cuestiones infames propias del género.

“Le estoy mirando desde su entrada.  Es que esa ‘sholty’ como que me gustó.  Disimulando, pero cambiamos miradas.  Y como si nada se me pegó.  Le pregunté su nombre.  Lo mismo me preguntaba.  Ella quería que yo fuera su hombre.  Y yo quería que ella fuera mi dama  Yo soy el que le gusta.  Su cuelpo (sic) me reclama.  Cuando se siente sola  Yo soy el hombre que ella llama”

Como podrá notar cualquiera que haya estado expuesto al virulento reguetón en los últimos 20 años, hasta ahí no había nada raro. Era una canción como cualquier otra. Pero de repente, en la segunda estrofa, entró a rapear el invitado; el famoso “ft.” o “featuring”, quien subió en pocos segundos y en 5 líneas el semáforo de lo soez al rojo:

“El hombre que ella siempre llama.  ¡Sí, ese soy yo!  El que le chupa bien rico ese ´boullou´.  El que ella quiere; el que más desea.  Con el único que chinga a la hora que sea.” 

- Oye, ¿qué onda con tu música?

- ¡No sé! Oí el principio de la canción el otro día y la añadí a la lista. Me gustó el ritmo.

- ¿Y qué tal si sale en la lista ahora que traigas a tu abuelo a Bellas Artes? ¡El “Opa” te va a desheredar!

- Ay, ya, no exageres.

 - ¿No la escuchaste toda?

-No, nomás me empecé a menear con la primera parte…

Y entonces sí, los oídos de los dos se aguzaron, porque el “featurer” de plano se pasó el alto, demostrándole a mi amiga que yo no estaba exagerando:

“Es que ella lo prefiere ‘boquisucio’.  Quiere que le meta duro, con el prepucio.  Se puso en cuatro patas, quiere que lo entre  por donde le sale ‘caca’. ¡Abre esas patas!  Yo soy su hombre, ella es mi ‘lady’.  Yo soy su puto, ella es mi ‘baby’.  Cuando está sola es a mí al que llama.  Soy su gato favorito en la cama” 

Y se hizo el silencio en el auto. La canción continuó con la repetición de la primera estrofa y volvió a la normalidad. Nosotros no. Ella mejor se puso a contarme su trámite en los minutos de trayecto que quedaban. Yo me quedé callado y con ojos de plato.

Y mire usted, yo no quiero dejarle una imagen equivocada. Los que me conocen saben que siempre he tenido cierta atracción por la vulgaridad. Yo mismo he dicho que una de las mejores frases del cine mexicano aparece en la película “Tívoli” y la dice Carmen Salinas cuando clausuran el teatro, la detiene la policía capitalina en medio de una rutina, vestida de marinerito, y preguntan al aire los agentes:

-¿Y esto qué? ¿Es hombre o mujer?

Y ella contesta, en toda su gloria:

-Soy más hombre que tú, y más mujer que tu chingada madre.

¿Qué quiero decir con esto? Que sí, soy un vulgar, un soez y lo disfruto. No sé si al grado de ser un “boquisucio” como dicen en la canción por que no conozco el alcance de esa expresión en su país de origen, pero soy tan mal hablado como cualquiera. Y también disfruto de aquel que es ingenioso para serlo, explícitamente o en doble sentido a través del albur.

Pero yo, y tal vez la sociedad toda, tenemos nuestros sus límites. Y esta canción los excedió.

Ahora. ¿Qué tiene qué ver esto con el Día Internacional del Jazz?

En mi primera columna me quejé de efemérides que no tenían mucho sentido y me mantengo en ello. Sé que tener un retrete es importante, ya sea de fluxómetro o de tanque, pero no sé si tiene sentido que haya un Día Internacional del Retrete, como tampoco sé si se justifique tener miedo de los meteoritos y un día dedicado a ello.

Pero del Día Internacional del Jazz no me quejé, a pesar de mencionarlo. “Taste bias” podrían decirle, pero en realidad no fue solo porque me guste el género, sino porque su difusión mundial y su promoción sí tiene un sentido claro.

Y no voy a decir aquí nada nuevo. Se sabe que el jazz es una de las más auténticas expresiones culturales netamente estadounidenses que ese país le regaló al mundo antes de la famosa cultura global. También, que este día fue especial porque en 2017 cumplirían cien años de vida Ella Fitzgerald y Dizzie Gillespie, pilares de más de uno de sus subgéneros. Tampoco voy a tratar de venderles la “revelación” de que las palabras “jass” o “jazz”, como “rock and roll” (mecerse y rodar), tuvieron en su origen una profunda significación sexual.

Igualmente, no quiero verme como un escandalizado gratuito. Desde grandes clásicos del jazz vocal compuestos por el genial Cole Porter –que les recomiendo escuchar cantados por Ella-  como “Let´s Do It” o “I Get a Kick Out of You”, o de otros, como la gran canción “Viper Mad”, se habla de sexo, explícitamente o en doble sentido, o del consumo de cocaína y mariguana.

Y finalmente, tampoco quiero dejar la idea de que soy un detractor del reguetón. No me gusta y no me gustará independientemente de su contenido lírico. A diferencia, por ejemplo, del hip hop, donde ya se han dicho en más de una canción todas las formas que tiene el “slang” de ambas costas de Estados Unidos para llamarle a los genitales y al acto sexual. Sin embargo, tengo cierto gusto por ese género.

El reguetón, como hip-hop y el jazz, son géneros hechos y derechos de la música popular. Todos tienen raíces identificables, momentos cumbre en su creación y en sus transformaciones. Es más, los tres están relacionados entre sí, aunque a la fecha no parezca.  Pero a mi parecer no tienen el mismo valor como expresiones musicales. Como no creo que lo tengan tampoco el “narco-corrido” comparado con el son jarocho o el huasteco. Y esos juicios de valor lo hemos hecho todos. No por nada está grabado en el disco de oro que curó Carl Sagan y que en este momento está cruzando el espacio a bordo del Voyager con grabaciones de música clásica, de jazz y otros ritmos del mundo, el son jarocho “El Cascabel” del veracruzano Lorenzo Barcelata, cuya versión lanzada a los confines del universo pueden escuchar aquí: https://www.youtube.com/watch?v=3LM_TZ1adl4

Ya hemos visto además qué sucede con los detractores de la música popular: hacen idioteces. Un ejemplo: La “Disco Demolition Nigth” de 1979 en Chicago. Un evento promocional en el que en un entretiempo de un partido de béisbol de los White Socks, miles de personas se congregaron al grito de “Disco sucks! Disco sucks!”, arengados por un locutor local y su “ejército anti-disco”, para explotar con TNT una montaña de acetatos de Village People, los Bee Gees y demás grupos de moda. Sí, un evento para hacer volar por los aires con dinamita pedazos de vinil, que tuvo como consecuencia lesiones menores a algunos, 39 detenidos adentro del estadio -cuyo campo fue invadido e incendiado- y disturbios en los alrededores que tuvo que apaciguar la policía. Este tema da para una un texto por sí mismo, pero si usted no me cree, puede ver esta liga, y así podremos pasar al jazz de lleno, dejando claro lo idiota que resulta odiar géneros musicales y hacer manifestaciones públicas de ello: https://www.youtube.com/watch?v=I1CP1751wJA

Ahora, le decía que la anécdota con la que comencé tiene todo que ver con el jazz, simplemente porque da perfecta idea de lo clásico contra lo efímero. La canción transcrita, no tengo la menor duda, no será un clásico jamás, sino simplemente una vulgaridad pasajera que puede que se escuche ingenua o más escandalosa en el futuro, dependiendo de la moral social de cuando vuelva a ser escuchada, si es que no se pierde, como espero suceda, en los montones de cosas de irrelevancia creadas por el hombre. 

El jazz, y todo su repertorio de standards, en cambio, son ya un clásico, porque varias generaciones de distintas sociedades lo han considerado digno de ser conocido y apreciado, y porque es re-interpretable en los contextos de cada una de ellas.

Estoy seguro también que cantar vulgaridades es tan antiguo como cantar epopeyas. Pero no por nada nos llegó La Ilíada y nos resulta a la fecha altamente relevante, y no nos llegó lo que sea que haya cantado el equivalente reguetonero contemporáneo de Homero.    

El que la Organización de las Naciones Unidas haya declarado un día para ser dedicado a una expresión cultural popular implica, por lo menos normativamente, que la comunidad internacional ha considerado que este género nacido en las calles húmedas de Nueva Orleans, madurado en Chicago, exportado desde Nueva York, europeizado en Paris, internacionalizado dos veces en las dos grandes guerras, recibido en América de nuevo en Los Ángeles, modernizado en San Francisco, reculturizado en Brasil y universalizado –en el sentido más amplio del término- por la NASA, es un producto cultural digno de ser conocido, apreciado y reintepretado por todos los seres humanos. No gracias a esa conmemoración, claro, pero sí justificándola plenamente, el jazz no es y no será efímero jamás.

Y ese es su valor estético frente a una más de tantas canciones que hablan de coito, cuando no obstante la propia palabra que denomina al jazz, como dije, también significaba coito. Una estética que ha generado en cien años una tradición jazzística, como hace notar un autor, Raymond Williams, sorprendido al descubrir la etimología latina del término. Una etimología –traditio- que a nosotros nos es menos ajena que a un angloparlante, y que hasta los abogados nos recuerda a una de las figuras clave del derecho romano, pero que no deja de ser llamativa por el impacto que transmite al citado al hablar del jazz: “La palabra tradición sobrevive en inglés como una descripción general del proceso de pasar algo de mano en mano, pero contiene un fuerte y hasta predominante sentido implícito de respeto y deber”

¿Respeto y deber de qué? Bueno, de conocerlo, de escucharlo, de tocarlo, de disfrutarlo, de saber de dónde viene y participar en el proceso de a dónde va. De participar en la construcción de su identidad, que ha venido configurándose desde que algunos empezaron a tocar blues, góspel, marchas y spirituals a modo del novedoso ragtime, o “tiempo rasgado”, haciendo notar su individualidad y su virtuosismo improvisando, estando hartos de lo tiesas y poco personales que les resultaban las melodías con las que aprendieron a tocar sus instrumentos. Pero esa identidad no es la misma ahora que en 1919, 1939, 1959 –años clave para el género y sus subgéneros como el dixieland, el swing, el cool, el hard-bop o el free-, ni será la misma en 2019 o 2059. Y en esa construcción de identidad participa usted como escucha y aficionado, y no solo los músicos. Al final de cuentas, como dice David Ake: “la tradición jazzística comienza de una forma nueva cada vez que alguien toma un instrumento, reproduce un disco o va a un club. Así fue con Jelly Roll Morton y con Sidney Bechet; así sigue siendo casi un siglo después”.

No sé si la ONU tenía en mente al votar su resolución que Louis Armstrong decía que “aquél que puede describir al jazz, es porque no lo conoce”, pero tomaron la decisión correcta: exhortarnos a conocerlo, a participar en su tradición y así no quedarnos solo en lo superficial y en lo efímero de ritmos pegajosos que se vuelven populares solo porque un tipo nos cuenta en rima sus proezas sexuales.