Una de las experiencias más subjetivas de todo ser humano es la sensación de felicidad. Ya Aristóteles planteaba que la felicidad debería ser nuestro principal objetivo en la vida: “El hombre feliz es el que vive bien y obra bien, porque virtualmente hemos definido la felicidad como una especie de vida dichosa y de conducta recta”, (Aristóteles).

De acuerdo con los estudiosos del tema, la sensación de felicidad tiene dos componentes: uno emocional y otro de pensamiento, lo que significa que, de acuerdo con nuestras experiencias particulares de goces o satisfacciones, podemos experimentar más placer y percibir nuestra vida como algo bueno. Sin embargo, la felicidad sigue siendo una apreciación subjetiva que los expertos tratan de medir y conocer, debido a las importantes consecuencias en la vida de las personas. Hoy día se sabe que el grado de felicidad que un sujeto puede experimentar, está influenciado genéticamente y, por lo tanto, existen estructuras del sistema nervioso involucradas en su regulación. Las principales áreas del cerebro involucradas en la felicidad son el cíngulo y la amígdala, que cuando se activan, puede hacer que un sujeto experimente la sensación de felicidad.

Por otro lado, la parte cognitiva o de pensamiento de la felicidad también tiene una trascendencia extremadamente alta, ya que determina en mucho como una persona evalúa su vida o su propósito de vida. La forma en cómo evaluamos el propósito o el significado de nuestra vida presente y pasadas, tendrá repercusiones a futuro de nuestra vida física y emocional. La evaluación de nuestros propósitos de vida son todas las creencias que nos hacen el mundo comprensible y que nos fijan los objetivos por los cuales luchamos para nosotros mismos o para otros. Es decir, los propósitos de vida representan las intenciones o metas que nos fijamos por alcanzar para hacer que nuestra vida cobre significado.

En los últimos años, se ha estudiado cómo el propósito de vida puede influir en la salud física y emocional de los individuos, mostrando resultados sorprendentes. Si bien la autoevaluación del propósito de vida afecta a individuos de todas las edades, parece ser que donde podría tener más consecuencias es el grupo de personas de edad avanzada. Se ha determinado que la actitud sobre la propia edad tiene una relación muy importante con el propósito de vida. Personas aisladas socialmente o con limitaciones en el movimiento, ven bastante disminuido su propósito de vida, lo que afecta gravemente a su salud psicológica.

Por otro lado, también se ha observado que contar con un propósito de vida pude estar asociado con una disminución del riesgo de padecer Alzheimer y a una disminución de la ansiedad generada por factores sociales. En personas de edad avanzada, el propósito de vida puede hacer que su percepción sobre enfermedades o su estado físico sea favorable, los que los ayuda a tener mayor movilidad como el caminar o ejercitarse físicamente. Por ultimo, contar con un propósito de vida también se ha asociado a una disminución en el riesgo de padecer infartos cardíacos.

Los beneficios de contar con un propósito de vida están relacionados con la percepción que tenemos del mundo y de nosotros mismos; mientras más optimistas o positivos seamos, más se reducirá nuestro nivel de estrés. Contar con un propósito en la vida ayuda a contrarrestar situaciones de adversidad como ocurrió con Víctor Frankl recluido durante tres años en los campos de concentración Nazi.

Los expertos en el estudio de esta área nos dicen que: mantener un propósito en la vida, no solamente es sentirse bien consigo mismo y con nuestra existencia, sino que también cobra relevancia en la salud pública, donde se puede contribuir a mejorar la salud de la población, en particular de la cada vez más creciente población adulta. Fomentar los propósitos de vida ayudan a mantener nuestra salud y nuestra esperanza de vida.