De pronto terminó el periodo electoral y la vida pública se entrampó en una discusión sobre la suciedad de la elección presidencial.

El tópico principal hoy es hablar sobre las trampas de quien obtuvo la victoria a tal grado que ya se llegó a una especie de consenso en torno a que el dinosaurio es el mismo aunque sus métodos pertenecen ya al siglo XXI.

Tarjetas prepagadas para sus clientelas, repartición de dinero público también a través de plásticos, todo para hacer una operación discreta que, sin embargo, por sus dimensiones fue inocultable.

Por su parte el dinosaurio trató de defenderse gritando: “¡Allá va el ladrón, agárrenlo!, al denunciar el supuesto manejo discrecional de la cuenta Honestidad Valiente, pero como fuimos testigos, su estrategia no funcionó.

El hecho es que hoy las irregularidades en la elección, y particularmente la compra del voto, secuestraron la agenda pública. Por supuesto no podemos olvidar que es un tema clave pues es la raíz de una nueva administración federal que podría regir los destinos del país los siguientes seis años. Y ya sabemos lo que ocurre cuando llega un presidente débil, deslegitimado por una elección coja y tambaleante.

El problema es que las irregularidades en la elección no son el único tema que debe interesarnos y que, mientras tanto, los problemas se agravan, como sucede con la violencia desatada por la lucha contra el crimen organizado.    

Ni siquiera durante el tiempo de las campañas los candidatos discutieron seriamente qué hacer con la fallida estrategia calderonista y que hoy provoca que las bandas criminales se expandan cual si fueran sucursales de Oxxo.

Tampoco hoy día nos enfocamos en discutir qué hacer frente a una economía que no crece lo suficiente como para que los mexicanos aspiremos a un mejor nivel de vida. Es evidente que nuestra economía funciona como una familia disfuncional y eso se nota en las ciudades mexicanas que crecen sin rumbo como sus habitantes.

La educación es algo que tampoco está en la arena pública y el asunto de los rechazados de la educación superior y de la pésima educación que reciben niños y adolescentes son temas que regresan cada año y cuya discusión se ha vuelto lugar común porque siguen ahí.

Ejemplos como los citados sobran, el hecho es que los asuntos urgentes siempre están proscritos porque la discusión siempre regresa al inicio: la forma de elegir a quien encabeza los poderes ejecutivo y legislativo no es la mejor, está viciada de origen. Y de ahí no salimos.