Milenio TV hizo lo imposible: juntó al candidato más reacio a debatir con cinco periodistas duros de roer. Héctor Aguilar Camín, Carlos Puig, Carlos Marín, Azucena Uresti y Jesús Silva Herzog, pudieron charlar por más de una hora con Andrés Manuel López Obrador sobre prácticamente todos los temas de la agenda pública.

Pocos vieron Milenio TV pero cientos de miles pudieron ver la transmisión en vivo a través de las redes sociales, y pronto el programa se viralizó, no sólo con las malas caras de Marín y las débiles, contradictorias o preocupantes respuestas de Andrés Manuel López Obrador, sino también con las opiniones de los miles de internautas que seguían la transmisión.

Y eso fue lo más interesante. Ni uno solo de los comentarios abordó el contenido del debate. Ni uno solo. Todas eran posturas construidas a priori a favor o en contra del candidato y, derivadas de estas posturas, descalificaciones a los periodistas.

¡Cállate Marín!, ¡Montoneros, chayoteros!, Ahora que AMLO llegue a la Presidencia los va a correr! ¡Pinche vieja! ¡Silva Herzog es un idiota! ¡Peje, ya vete de ahí, no tienes por qué responderles! ¡Todavía no es presidente y ya quieren que resuelva todo!  ¡La clase de historia que les da es gratis!

Por ahí, coladas, en proporción de uno a 30, había descalificaciones al candidato:

¡Ese viejito no sabe hablar! Habla en tres tiempos: lento, más lento y se para.

La verdad es que, tanto López Obrador como los periodistas, exceptuando a Carlos Marín que fue francamente grosero, hicieron un gran papel y gracias a eso pudimos ver a quien seguramente será el Presidente de México  de cuerpo entero.

Fue muy preocupante. Dijo que cancelará la reforma educativa, pero luego dijo que lo haría a través de una consulta popular, pero luego dijo que mandaría una iniciativa al Congreso para que se hiciera una consulta popular. Dijo que desconfía de la sociedad civil para mandar propuestas para el fiscal general, que es mejor que él mande tres nombres; que no cancelará la reforma energética sino que revisará los contratos, que en cambio no revisará los contratos del aeropuerto nuevo sino que cancelará la obra, que hará una guardia civil, que no sacará al ejército de las calles, que respeta los derechos humanos pero que no dice más porque “no quiere ofender a los que representa”, que el aborto, matrimonio gay y adopción homoparental  pondrán a consulta y donde ya sean ley, seguirán siendo ley. Que él, lo que quiere, es hacer historia y que la hará con el movimiento “más grande que ya hay en todo el mundo”. El suyo.

No hay uno solo de estos planteamientos que se sostenga. Y sin embargo, lo importante es lo alejado que estamos los periodistas de los mexicanos, pues a los electores no les importa un comino. Lo que les importa es encontrar un paladín contra corrupción, un orador que hable como ellos de los graves problemas económicos del país y que los políticos se den una vuelta para que vean como está, de verdad, la atención médica en el IMSS.

Y no se les puede culpar. Por eso el debate estaba perdido de antemano. No importó cuántos planteamientos de política pública autoritaria hizo López Obrador. Los comentarios muestran que lo que está viendo el público es un juego donde ya tienen a su favorito. López Obrador puede ganar porque él sí habla de los malos. Sí reparte culpas.