A lo largo del tiempo me ha tocado ver tantas “ocurrencias” en los gobiernos de municipios, estados y países, que difícilmente puedo sorprenderme de alguna medida adoptada en aras de la austeridad, el ahorro o la eficiencia.

En este marco, nuestros diputados federales ordenan al personal administrativo reducir el número de luminarias encendidas en San Lázaro a su mínima expresión y amenazan con retirar cafeteras y hornos de microondas, pero ocurre sólo con las áreas de trabajo, no con los legisladores.

Hace algunos años tuve la oportunidad de ver cómo en un gobierno decidieron que para no gastar en iluminación, trabajarían en horario corrido y a eso de las 6:00 de la tarde cortarían la energía eléctrica de los edificios gubernamentales. ¿El resultado? Un caos porque se olvidaron que ahí estaban conectados sistemas de cómputo, servidores, bases de datos y demás. Adicionalmente, en unos cuantos meses quedó demostrado que el ahorro era mínimo.

En otro lugar determinaron que utilizar el clima artificial era un dispendio, por lo que instalaron ventiladores para un gran edificio de un montón de pisos; pero se olvidaron de que al construirlo no habían colocado ventanas, así que aquello era un horno, pero eso sí, muy ventilado, lo que provocó que muchos equipos de cómputo presentaran fallas por la falta de ventilación.

No gastos de comidas, no teléfonos celulares, no vehículos oficiales. Al final la historia siempre termina igual, la brillante idea se queda en un simple anuncio de relumbrón y pasadas algunas semanas todo vuelve a lo de siempre.

Terminan ahorrando centavos y gastando pesos con sus ocurrencias.

Los diputados saben, y saben bien, en dónde hay buenos filones para reducir los gastos de la Cámara, pero prefieren jugar con la percepción y aparentar como que son muy responsables, aunque al final el costo real lo tengamos que pagar todos los mexicanos y de una cosa podemos estar seguros: nos terminará costando más caro.