No digo que en la zona metropolitana de Monterrey no tengamos un problema serio de contaminación ambiental; la propia condición de la urbe, asentada en un valle en medio de montañas, crea una zona propicia para ello, pero de pronto hay cosas que me hacen dudar sobre los gritos de alarma que pegan algunos ambientalistas.

Tras una mezcla de factores la semana anterior, en la que influyeron fuertes vientos y tolvaneras, disparando la emisión de partículas para decretar una prealerta, el martes El Norte publicó que con el periodo vacacional y la considerable baja de autos circulando, los niveles de contaminación se habían reducido considerablemente.

La contraofensiva se da hoy jueves cuando “coincidentemente”, varios medios insisten en que la contaminación no baja y que todo es producto de las emisiones de empresas.

¿Es posible que diversos medios coincidan en datos y versiones o hay alguien que está impulsando esta visión de las cosas?

No puedo evitar pensar mal. Me parece que detrás de las insistentes quejas podría esconderse otro propósito, ¿será político? ¿será económico? ¿será de ambos?

Como aquella historia de don Eugenio Garza Sada que cuenta que una vez terminado el campus central del Tec no estaban hechos los andadores y los encargados de la construcción exigían una definición y el hombre sabio les pidió esperar a algo muy sencillo: que fueran los usuarios los que delinearan las rutas por en medio del pasto. ¡Y funcionó!

Cuando conviene a las versiones de los “espantasuegras” de siempre, los índices de monitoreo ambiental del Estado son perfectos, pero cuando marcan a la baja critican el funcionamiento de las estaciones.

Sí, quiero un mejor ambiente para las futuras generaciones, pero no a cambio de un negocio o interés de alguien al que evidentemente la salud y la calidad del aire es lo que menos le interesa.