Anoche perdí en el Casino todo lo que llevaba. No es mucho dinero, pero era todo lo que tenía. Siempre apuesto poco, porque tengo poco. Así, me quedé en la orfandad. Me sentí como un inútil cuando salí de la casa de apuestas donde se juegan ideas y argumentos políticos. El dealer, no conforme con haberme quitado hasta el último peso, me dijo cuando me iba: ?Al fondo a la derecha está un cajero automático?.
Los dealers están acostumbrados a ver a la gente perder, y encima quieren que pierdan más.
He visto a la gente llorar en la ruleta. Yo también he llorado, aunque hacia adentro porque me cuestan trabajo las lagrimas. Lloro por dentro, para que nadie vea. Suelo avergonzarme de mi llanto.
En este Casino del que hablo, es importante no mostrar debilidad. Sin embargo, lo que sucede es que los golpes son secos, contundentes, van justo a la boca del estómago. Te revientan. Sientes que el piso se te mueve, y caes en el barranco donde te devoran los cocodrilos. De estas historias está lleno el mundo de las apuestas políticas.
La historia de mi derrota de anoche fue más o menos así:
Me desperté temprano, todavía no amanecía? por culpa del insomnio. Después de dar vueltas en la cama, a las cinco en punto comencé a planear mi incursión en el Casino. Como El Chapo, di vueltas en mi cuarto de azotea, que es del mismo tamaño de la famosa celda. Así que caminé y caminé, de izquierda a derecha, de norte a sur. Cuando todo estaba listo, me senté, me cambié de zapatos y bajé por un túnel que conecta con la libertad. Ahora entiendo al sinaloense. Vivir en un lugar tan pequeño es traumático. Debes acostumbrarte poco a poco, pero nunca es del todo suficiente. Ahora bien, de alguna manera no puedo quejarme. Mi cuarto de azotea es acogedor -sin albur-, pero es muy pequeño, tan pequeño como lo que pago de renta. Así que no debo quejarme, más bien debo dar gracias de que tengo un lugar donde cubrirme de la lluvia, del sol, del SAT.
Al estar en la calle, emprendí la huida hacia un buen lugar para desayunar. Llegue y me senté. Después tuve que levantarme, porque me acordé que no tenía dinero. El mesero, en mis sueños, me dijo que no me fuera, ya que no importaba que no tuviera dinero, pues el restaurante se distinguía por no cobrarle los alimentos a quienes no tenían con qué pagar.
Los sueños son eso, sueños imbéciles. Que nunca se van a cumplir, de modo que tengo que basar mi existencia en el poder de las apuestas. Que la verdad, son también eso, sueños.
Con el estómago vacío aun, salgo del restaurante y me coloco los audífonos, para no escuchar otra cosa que no sea la música del Great Gatsby. De pronto, ya son las cuatro de la tarde. El tiempo se pasa volando cuando la música se interpone. Ni el hambre hace daño. Es suficiente un buen ritmo, como el soundtrack de esa gran película. Pensándolo bien, qué gran actor es Leonardo DiCaprio. Es de lo mejor. Su clímax está en Django, de Tarantino. Pero en el Great Gatsby y Lobo de Wall Street está fenomenal. Es preciso decir que es el actor del momento, sin temor a equivocarme. Y si me equivoco ni modo. Más me he equivocado en las apuestas, y he tenido que pagar por los errores. Estoy curado de espanto. Lo que sí me espanta es no tener ganas de apostar.
Cuando me ataca el desanimo pienso que hoy es mi día. En eso estaba como a las siete de la tarde, con el sol cayendo aún. Una agradable urgencia se me trepó y dije: hoy es mi día. Los diez dólares que traía los abracé con todas mis fuerzas. No había comido nada, pero con 10 dólares bien resguardados me dirigí a este Casino en el que pienso siempre. Bendito Casino, que un día me va a sacar de pobre. Le tengo que hablar con cariño y devoción, si quiero que en verdad algún día me regrese todo lo perdido, lo multiplique y me encumbre. ¿Cuánto falta para esa fecha? Creo que muy poco. Ya verán.
Total, llegué al Casino y recorrí las mesas, buscando un buen argumento para colocar mis dólares.
Sí, traía dólares, lo que casi nunca. Una cajera me los había dado porque no tenía pesos. Excelente, le dije. Uno siente que es más rico con dólares.
Eran 10, suficientes para multiplicarlos.
En la mesa nueve, el dealer hablaba de Ricardo Monreal.
Tome asiento. Y tome una cerveza también. Las cervezas las regalan para que sigas apostando. Las que regalan son de barril, que no son buenas. Pero si las regalan sí son buenas. Tomé y le pregunté al dealer por la apuesta mínima:
-¿Cuánto traes?- me preguntó.
-¿Aceptas dólares?
-Dólares, medallas de oro, aretes, anillos?
El dealer destapó cuatro números a favor de Monreal y le dio vuelta a la ruleta.
Comenzó a gritar que el morenista era el primer político que, tras haber ganado las elecciones intermedias, interponía una demanda penal en contra de los ex delegados Alejandro Fernández y José Luis Muñoz.
Sus gritos ensordecían.
Claro, dije. Así es. Esa estrategia de encarcelar a los corruptos siempre tendrá mi respaldo. Sólo no lo tendrá cuando yo sea el corrupto. Por supuesto.
En el video del Casino, el ex gobernador de Zacatecas se reía. Sí, sólo aparecía la risa, y nada más. El rap de su risa. Que iba bien con el ambiente que se había desatado.
-¡La primera demanda penal!- gritaba el dealer, para buscar clientes.
Claro, dije. Lo importante es la denuncia, porque haya o no culpables, la denuncia sustentará que Monreal irá contra la corrupción. Así que bien, muy bien. Hay que quitarles el botín mensual de 75 millones, en efectivo, que se reparten los jefes en la Cuauhtémoc. 75 millones. Yo me conformo con mucho menos, para venir a apostar.
Ahora falta la denuncia penal de El Bronco. La estamos esperando.
La ruleta girando. Chupo un limón y creo en Monreal. Ha tenido una buena transición. La mesa y él en la explanada delegacional. Qué buena foto. Él en la calle atendiendo a la gente. Qué buena idea. Empieza bien señor Monreal.
Los dólares son una súper moneda. USA es el mayor imperio económico de todos los tiempos. El peso, por su parte, vale maiz. Nuestro peso debilucho, que todos los días cae, y cae. Nadie lo detiene. Nuestra economía en picada. Nadie la detiene. Todo se va a ir por el túnel que construyó El Chapo.
Mis dólares también se van. El dealer barre. Esa fue la historia de aquella noche, donde perdí todo lo que tenía.