Por desgracia, el neonazi Donald Trump está muy cerca de convertirse en el candidato a la presidencia de ese país, por parte del Partido Republicano. Pero… ¿Qué significaría realmente para los mexicanos pagar por un muro fronterizo de 150 mil millones de pesos? ¿Qué efectos tendría en México y aun en Estados Unidos bloquear las remesas por 25 mil millones de dólares anuales, y cancelar el TLCAN?

La más reciente encuesta de Reuters/Ipsos publicada hace unos días, arroja un virtual empate entre el magnate de ideas fascistas y la demócrata Hillary Clinton. Al existir posibilidades reales de que Mr. Trump sea el próximo inquilino de la Casa Blanca, la comunidad internacional está obligada a tomar cuidadosa nota de cada declaración, promesa e incluso ocurrencia que salga de la boca de este personaje.

Es preocupante que en una democracia como la estadounidense -que se supone consolidada-, el fenómeno Trump haya alcanzado las actuales dimensiones. A lo largo de tantos meses de campaña, sus planteamientos políticos se han revelado en todo momento altamente agresivos, superficiales y poco realistas, cuando no totalmente inviables. En pocas palabras, estamos en presencia de una retórica populista pura y dura.

No obstante las severas críticas recibidas dentro y fuera de los Estados Unidos, varias de sus promesas han seducido a un segmento importante del electorado republicano, lo suficientemente grande como para entregarle en bandeja de plata la candidatura presidencial. Nos referimos evidentemente a la población blanca trabajadora, y de clase media profundamente afectada tanto por las últimas crisis económicas, como por las transformaciones irreversibles que vive  la economía norteamericana.

Ante un escenario crónico de pérdida de empleos e ingresos cada vez más bajos, la frustración y desesperanza han llevado al sector más conservador de los denominados WASP a dejarse llevar por el canto de las sirenas, a arrojarse en los brazos de quien les promete soluciones fáciles e inmediatas, por imposibles o riesgosas que éstas sean. Los paralelismos con la Alemania de los años 30 del siglo pasado, son evidentes.

Como buen vendedor, Trump le ha dado a esta atribulada parte de la sociedad norteamericana lo que desea: la falsa esperanza de regresar a los años dorados de empleos abundantes y bien pagados, y una inquisición de los supuestos “culpables” de su actual situación. En su discurso del odio, Trump ha dirigido sus baterías hacia blancos específicos como China, Japón, o los musulmanes, teniendo especialmente a México como el gran villano de su novelesca historia.

Narcotráfico, violencia, degradación moral y especialmente la pérdida de los mejores empleos, son las principales acusaciones que el virtual candidato republicano ha lanzado contra nuestro país desde su primer día en la contienda electoral. Estos señalamientos, totalmente fantasiosos y carentes de fundamento, a su vez han devenido en una serie de propuestas no menos ridículas, recibidas sin embargo con desbordado júbilo por sus seguidores.

Pero, vamos por partes. Analicemos brevemente las principales propuestas de Trump respecto a su política económica y antiinmigrante hacia México. Los tres principales puntos en los que debemos reparar son: el muro en nuestra frontera con Estados Unidos; el bloqueo a las remesas enviadas por los mexicanos que viven allá, a sus familias en México; y la cancelación o renegociación del TLC de América del Norte.

Dentro de todos sus disparates, la joya de la corona resulta ser su famoso muro de 1,600 kilómetros y de 10 a 12 metros de altura, que pretende levantar en la frontera con cargo al bolsillo de los mexicanos. Este muro, según los propios cálculos del magnate neonazi, costará 8 mil millones de dólares. Esto es,  alrededor de 150 mil millones de pesos. Para dimensionar esta cifra, basta decir que equivale a cerca de la tercera parte de la Inversión Extranjera Directa que el país recibe anualmente, o el doble del presupuesto del programa Prospera.

Más allá del costo de una obra tan monumental como inútil, destaca el que se quieran imponer obstáculos en la frontera más activa del mundo, donde se intercambian diariamente más de mil millones de dólares en mercancías y por la que cruzan millones de personas en ambos sentidos.

De hecho, la infraestructura fronteriza resulta ya insuficiente ante el incremento de la actividad. Entorpecer esta dinámica con muros o más controles, lo único que traería consigo sería el estancamiento económico a ambos lados de la frontera.

No contento con eso, el empresario ha afirmado que bloquearía los envíos de dinero de los connacionales a México, en caso de que no aceptemos pagar la construcción del muro. Además de lo impráctica que resulta llevar a cabo esta medida, sus impactos negativos -para ambos países- serían graves.

Bloquear aunque fuera parcialmente los 25 mil millones de dólares que reciben cada año las familias mexicanas significaría la ruina para incontables comunidades; una pérdida de dos puntos porcentuales de nuestro PIB, y con ello la reducción de nuestras importaciones de productos norteamericanos. Además, paradójicamente el bloqueo de remesas supondría el recrudecimiento de la migración que Donald Trump tanto aborrece.

Otro despropósito notable del trumpismo, es el querer renegociar, o incluso cancelar el TLCAN -lo que, dicho sea de paso, traiciona el espíritu librecambista del Partido Republicano. Afirma el candidato que resulta patente a lo largo de su país la destrucción de la industria norteamericana provocada por el Tratado, al reubicar las grandes empresas sus plantas allende del Río Bravo. Es en este tema donde este señor demuestra una total ignorancia de los temas económicos. Los empleos industriales perdidos en Estados Unidos, no son resultado del TLCAN.

Producto de los cambios tecnológicos a nivel global, desde los años 70 las naciones desarrolladas han entrado en una etapa de desindustrialización o terciarización. En esta nueva condición, las empresas manufactureras trasladan paulatinamente hacia países de menores salarios, segmentos completos de sus procesos productivos que son intensivos en mano de obra, quedando en las metrópolis las actividades industriales y de servicios de alto valor agregado, como la llamada economía del conocimiento.

Al contrario de lo que creen Trump y sus devotos, el TLCAN ha tenido la virtud de fortalecer la competitividad regional de las empresas ubicadas en los tres países que lo integran, evitando así que la pérdida de empleos fuera mayor para los Estados Unidos de lo que ha sido hasta ahora.

La pretensión de romper un Tratado que ampara el intercambio de más de 500 mil millones de dólares anuales, millones de empleos y que apuntala la capacidad competitiva de las empresas, no es más que un despropósito, como casi todas sus demás propuestas.

Los peligros que conlleva para México y el resto del mundo la llegada de un populista como Trump a la presidencia de los Estados Unidos, apenas se están dejando entrever. A una amenaza global, corresponde una respuesta global. Nadie puede quedar ajeno. Es la hora de luchar.