Nuestra capacidad de comprensión del fenómeno Covid-19 será la medida del resultado que tengamos como sociedad pasada la pandemia; tratemos entonces de describir los fenómenos políticos, sociales y económicos que estamos viviendo.

Respecto de los Estados y los derechos humanos. Algunos países han optado por medidas excepcionales en materia de derechos humanos, que van desde cerrar fronteras o reforzar la sanidad con militares hasta la restricción de movilidad de forma coercitiva: por eso se afirma que la libertad ha sido una de las principales víctimas. Bajo la sombra seductora de la disciplina colectiva de los países asiáticos, resurgen los nacionalismos como la clave no sólo para la pandemia sino también para el desarrollo; se habla del virus como coartada para acaparar poder amparándose en la emergencia. Existe una tensión entre seguridad y libertad que raya en lo inimaginable: en un extremo, vecinos llamando a la policía por ver a alguien haciendo ejercicio en un parque; en otro, un sistema de vigilancia digital con sistema de créditos por tu comportamiento. La frase que lo engloba todo: el poder que cedes es poder que concedes, y el poder al que renuncias no se recupera con facilidad.

La sociedad y sus fobias: la discriminación. La crisis saca lo mejor y lo peor de la humanidad. Se queman murciélagos por miedo, se destruyen antenas de transmisión telefónica, se exacerba la xenofobia contra migrantes, contra razas, contra ciudadanos que provienen de países considerados epicentros de la pandemia. El colmo: se ataca a trabajadores de la salud; en un desplante irracionalidad engañosa y desproporcionada se discrimina a quienes nos están curando, una verdadera doctrina de shock. Lo sólido se desvanece, se rompe el sentido común, se dispara la compra de armas como la mejor opción ante nuestros miedos.

Como política de control social. Un efecto colateral de la pandemia es la vigilancia de los ciudadanos. Israel y China son los casos más extremos. Se habla de perfeccionar la vigilancia con inteligencia artificial, lo cual hemos permitido poco a poco: Google documenta nuestra movilidad, Twitter y Facebook son parte del informe diario de las autoridades… Estas decisiones afectan los derechos y la economía, parecen ser necesarias pues en esta pandemia hay 1,300 millones de habitantes confinados, pero cuidado, también la regulación y la vigilancia que se nutren de la inseguridad y de la sensación de cataclismo son lo que subyace a los populismos. Y es que si bien, como señala Fernando Negrete, las telecomunicaciones y las TIC pueden ayudar a la lucha contra el coronavirus, también es cierto que los medios se han llenado de pensamientos fast food, superficiales y poco nutritivos. El cambio de la fe, la ciencia y la razón por algoritmos ha dejado a los miedos sin consuelo espiritual. Boaventura de Souza alza la voz y advierte que la solidaridad se ha trocado en aislamiento: extraño fenómeno ya que, después de todo, el aislamiento es un concepto burgués que afecta de manera distinta a las clases sociales.

La economía del virus. El turismo, uno de los sectores más afectados, tuvo su golpe letal con la cancelación de la feria turística más grande del mundo. Los insumos también comenzaron a faltar en todas las cadenas productivas; se habla de un coronacrak, del que el capitalismo está contagiado y el cual ha encontrado su epicentro en el viejo continente, donde los países han experimentado mil y un formas de palear la crisis: suspensión de impuestos, de hipotecas, de rentas de casa… Mas no nos hagamos: esta crisis ya estaba anunciada; en todo el mundo ya se veía una fase de semi estancamiento. Por eso los cuestionamientos de reinventar la sociedad ante este golpe al capitalismo, sobre todo cuando estamos en el dilema de salvar vidas o de salvar la economía. Nada parece detener al gran cataclismo The Big One y continúan los vicios del consumismo, del individualismo, del heteropatriarcado económico. Por eso The Washington Post tituló una portada “muere el capitalismo salvaje o muere la civilización humana”, pero habrá que ver los cómos y los porqués, pues ante 19,500 millones de nuevos pobres por el paro de la pandemia algo debemos hacer.

La visión social de la pandemia. Boaventura de Sousa nos lo advierte: no es lo mismo ver la cuarentena desde el sur, pues si bien es un hecho social global que convulsiona las relaciones sociales y conmociona a la totalidad de actores (toda la sociedad corre riesgo), dentro de una catástrofe emancipadora, la pregunta queda: ¿nos volvemos una sociedad altamente cooperativa y solidaria o de mayor aislamiento e individualización? Lo cierto es que estos miedos generan una desafección democrática; por eso Habermas nos señala que nunca supimos tanto de nuestra ignorancia y Edgar Morin cuestiona el mercado planetario en donde, apunta Savater, se valora más el PIB que la cultura. Sin embargo, son precisamente las voces intelectuales las que menos se escuchan. Sasen nos hace ver que, cuando los financieros hablan, pocos políticos entienden, pues lo que necesitamos es el retorno al ciudadano, protegerlo, como dice Por Yakov… Sobre todo, hay que cuidar y oír a quienes han padecido desigualdades históricas, como es el caso de las mujeres, quienes han sido una víctima colateral del aislamiento, pues la violencia y el suicidio han sido el lado obscuro del encierro.

El efecto político del virus. Uno de los momentos más cuestionados por todos es la actuación de los políticos ante la pandemia. La excepción que confirma la regla la encontramos en países como Alemania, Taiwán, Nueva Zelanda, Islandia, Noruega y Finlandia, en donde sus gobernantes, todas mujeres, han dado el ejemplo de sensatez y dirección, y han ofrecido muestras de tener mejores estrategias y sensibilidad humana. Pero la discusión es bastante profunda: Raúl Ávila analiza escenarios del Constitucionalismo que viene, los cambios posibles hacia la democracia o hacia otros lugares. En algunas latitudes vimos el retorno del Estado nación; en otros, renació la agenda de nacionalismos, nativismos, antimultilateralismos y aislacionismos. Zaffaroni nos advierte que la democracia en tiempos de pánico nos ha regresado al estado policiaco, es decir, que el ataque al neoliberalismo posmoderno también ha significado un ataque al Estado que estábamos construyendo. Alain Touraine dice que se ha empujado hacia arriba a los cuidadores y todo corre riesgo: desde la libertad hasta los datos personales… Los derechos humanos.

Sobre la idea de un nuevo mundo. La mayor crisis de nuestra generación es política, económica y cultural, por eso hay quien cuestiona que debe construirse un capitalismo diferente, preguntándose si los gobiernos no únicamente están para corregir fallas del mercado sino para ver por el crecimiento sostenible e inclusivo. La modernidad como cúspide de la civilización híper tecnológica se cuestiona proyectando tres escenarios: los radicales (como Macron) hablan de una conmoción antropológica profunda; los cautos plantean que sólo se acentuará el cambio que ya se venía construyendo y están los que buscan simplemente el retorno a la vida normal, como Trump, con el concepto business as usual. Henry Kissinger va mas allá: habla de una gobernanza global, mientras otros analistas en lugar de llevar la discusión hacia la cooperación están planteando quién será el nuevo líder, si EU o China. Lo que seguramente tocará fondo es el sistema de salud, que, como señala Gómez Hermosillo, tiene que cambiar de lo curativo a un sistema de calidad y equidad, quitándolo de manos de la plutocracia.

Maestro en Derecho UNAM. Abogado laboral del despacho Landero Asociado Bufete Jurídico.