Elías Canetti hizo en Masa y poder, algunas anotaciones sobre los símbolos de los movimientos sociales que resultan vigentes hasta nuestros días. Describió como “cristales de masa” a las agrupaciones que de manera rígida y compacta se comportan como una totalidad y se destacan de la manifestación aun en los momentos de mayor agitación.

Su unidad es mucho más importante que su tamaño, además que en este denominado cristal todo es límite, todos los que le integran están constituidos como límite. Según el autor, casi no existe un vuelco político de magnitud mayor que no recuerde estos antiguos y destronados grupos, que no eche mano de ellos, que los galvanice -es decir, que los cubra- y los emplee con tal intensidad, que aparezcan como algo completamente nuevo y peligrosamente activo.

La marcha del 8M fue especial porque salieron a las calles miles de mujeres sin organización política o colectivo. Fueron con amigas, hermanas, mamás o abuelas y desconocían qué hacer en una congregación de personas de tal magnitud. Las que nos manifestamos lejos de los grupos constituidos en el límite. Para Canetti hubiera parecido además que el domingo nos quitaron la propiedad más importante de la masa, su afán de crecer. Porque los cristales de maza que encabezaron la manifestación, por nuestra ignorancia o ingenuidad, nos dividieron y nos sembraron miedo.

La capacidad de reconocernos y hacer valer el simbolismo tan poderoso de llenar el Zócalo de la ciudad no pudo ser plenamente. La calle de Madero estaba cercada con vallas y frente a Bellas Artes había gases y violencia que engendraron pánico y huida. No sólo las diez mujeres que asesinan todos los días, hubo muchas otras que sí fueron pero que no pudieron llegar.

Sin embargo, no basta con poner el cuerpo en las manifestaciones, con conmovernos y gritar las consignas, con caminar las calles enunciando los nombres de las que ya no están. Tenemos que seguir procesando cómo vamos a materializar el enojo, cómo vamos a construir redes de apoyo con las mujeres más próximas a nosotras, esas que muchas veces nos han violentado, para hacer esto menos artificial. Tenemos que seguir explorando las formas en que serán procesadas las demandas que ahora salen a la luz, gracias al ejemplo, voz y valentía de todas las mujeres que llevan trabajando tanto en esto.

Para que los empleadores que abrieron el espacio a que sus trabajadoras hablaran o se manifestaran, no arremetan contra ellas ni las castiguen no sólo por haber parado el 9, sino también por ahora identificar desigualdades de salario, de condiciones de trabajo injustas o de pocas oportunidades de promoción.

Para que aquellas que formamos parte de la marcha feminista por primera vez, nos demos cuenta que repudiar las pintas en piedras y los vidrios rotos es hacer el trabajo de desviar la conversación. Nosotras tenemos el privilegio de no sentir la rabia por haber hallado muerta y violada a alguna mujer que amamos. O por no seguirla buscando.

Hay otras mujeres para las que ni la paz mental ni la caminata pacífica les alcanza para sentir que se acaba con tanta impunidad.

Hace años platicaba con una compañera de la universidad:

¿Tú vas a ir a la marcha?

No, yo no creo en esas cosas

Yo tampoco

El domingo nos encontramos ahí y nos dimos un abrazo.

Es un camino, y pese a las pintas y los destrozos, vale la pena caminarlo juntas.