El poder es una necesidad social. Es el objetivo sustancial, primordial e indivisible de la política, la cual procura el gobierno para ejercerlo por tanta cantidad y por tanto tiempo como la sociedad y las condiciones de equilibrio del juego lo permitan.

Ninguna actividad como el gobernar evidencia y proyecta el amplio espectro de las pasiones humanas. El poder garantiza el funcionamiento de cualquier comunidad y es pieza insustituible de la ecuación de la convivencia humana.

La cuarta transición democrática, fundamental en la historia del México independiente, recorre el momentun enarbolando esperanza, gozando de niveles cómodos de confianza y aceptación, protegidos aún por épicas narrativas de victoria contra los actores y políticos anteriores a su llegada. Son tiempos de cimentar adecuaciones al régimen democrático, de erigir murallas a quienes buscan acceder al poder por vías alternas a las hoy gobernando, de consolidar estructuras, lealtades, equipos y fortalecer el ideal de conservar el poder, tareas paralelas en desarrollo y progresión a la instauración del programa de gobierno y al servicio público.

Por supuesto que se sacudió con firmeza al grupo ordinante, a quienes mandaban en este país, a los que decidían y arropaban a los gobernantes. También es verdad que gran parte del grupo anteriormente subordinado, accedieron por fin al mando y exaltaron su categoría y condición política. Desde luego que gran parte de quienes hasta hace poco constituían el grupo en búsqueda de poder, pudieron en este régimen permear e incluirse los más en el grupo subordinado de los que obedecen y algunos al grupo ordinante de los que mandan. Este grupo de búsqueda, dejo huecos y vacíos que han ido rellenándose por quienes fueron antes parte de los grupos ordinante y del grupo subordinado y hoy su nuevo rol es de búsqueda y disputa, añorando regreso, pretendiendo recrear condiciones de volver al poder. El reacomodo no es solamente un modelo sociológico sencillo, sino un complejo entramado de grupos, de incididores, de abolengos, de familias, de riqueza, de ideales, de los factores reales de poder.

Bordeando esta etapa histórica del país, vale la pena entender que la oposición siempre existirá, que un gobierno absoluto es impensable en el mundo, que la lucha y la disputa por tener poder, por decidir, por mandar, sigue siempre, que ahora son otros quienes quieren y otros los que lograron por ahora tenerlo y usarlo. Los que aspiran a mandar tienen el reto de acceder. Que el poder se retenga y prolongue o se dilapide y se esfume propiciando que nuevas manos lo obtengan, es la verdadera esencia tanto del gobierno como de la política.

En este contexto, el gobierno de Andrés Manuel López Obrador avanza en la línea de tiempo intentando implantar modelo de gobierno, apoderarse de los hilos del poder real –el poder formal ya lo detenta-, acondicionar su estadía en el gobierno, anclando activos y formando cuadros burocráticos y políticos que le permitan transitar en su periodo en condiciones de gobernabilidad, cortejando a la gobernanza, sin perder el objetivo de la trascendencia y la prolongación de su influencia en la vida nacional, en las instituciones, en los espacios de poder formal, creando y cultivando una nueva facción de leales que ensanchen sus ideas y posible legado.

En contraposición, debería existir uno o varios esfuerzos por oponerse. Sería deseable que hubiera un torrente de ideas y alternativas de solución a la problemática nacional. El sistema de partidos que existe en México propicia que haya debate, que los partidos políticos enriquezcan la discusión de lo público y accedan parcialmente en la toma de las decisiones de la república, aun siendo minoría, pero por ahora se aprecian sin sentido y rezagados, incapaces de generar tendencia.

No debieran olvidar que la sociedad podría ser conquistada por las ideas correctas, por los proyectos útiles, por la defensa de las causas naturales de la gente y la búsqueda de beneficios colectivos, incluso que provengan desde afuera del gobierno, del partido en el poder, del grupo ordinante, de los que ahora mandan.

Esa posibilidad debería motivar la actividad de quienes no tienen el poder, lo cual es una tarea complicada, pero necesaria para lograr una sana democracia y garantizar cotas y límites al gobernante, que siempre será correcto, para prevenir los deslices provenientes de la condición humana y de los deseos y presiones del círculo cercano empoderado.

No obstante ello, ser oposición es una tarea generalmente cuesta arriba y en condiciones adversas. Destaca el hecho de que por ahora, no se vislumbran actores políticos de alto nivel emprendiendo el sendero de oponerse sistemáticamente al régimen. Peor aún, por ahora no aparece en el escenario de contienda ninguna figura ni ningún personaje empático  ni reconocido socialmente que pueda convertirse en un cimiento o bandera de un movimiento exitoso. Antes de emprender el intento, los osados deberán revisar su fama pública, su reputación, cubrir sus vulnerabilidades sociales y tomar la decisión de intentar remar a contra corriente, defendiendo ideales y esperando recompensas intermedias, acechando la ocasión y apostando a que la circunstancia varíe y los tiempos les sean más convenientes. 

Ser oposición con posibilidades reales de éxito, exige presentarse en el tablero de juego, arropado de talento, de calidad en la operación política, persiguiendo ideales en una escala axiológica que permita contender sin ser descarrilado en las primeras instancias.  Liderar una opción que pueda ser asumida por otros, dependerá de jugadas estratégicas milimétricamente definidas, de una precisión quirúrgica, abanderar causas y generar narrativas atractivas, que puedan ser contagiosas, que propicien creación de contenidos y mensajes que propaguen semillas sumando simpatizantes y adeptos.

Requiere la construcción de canales de comunicación propios, que permitan apuntar a una segmentación de mercado objetivo puntual y exacto. Implica un proceso de incubación que no verá resultados positivos en un plazo inmediato, pues dependen de una amplia inversión de tiempo, operación profesional y esfuerzo, indispensables para la ejecución de una estrategia de inteligencia política que sea capaz de penetrar por las fisuras del modelo impuesto por el gobierno en turno. 

Por supuesto, exige capitalizar el error y la insuficiencia gubernamental, atajar las coyunturas políticas, lograr visibilidad, construir reputación, ganar seguidores, incrementar la base de aliados e iniciar la construcción de marca y lealtad a la marca del proyecto.

Un secreto de la oposición consiste en lograr aplicar el truco de forzar los tiempos políticos y depende de alterar el ritmo de los demás. Manejando el tiempo se controla una parte importante del juego y se incide convenientemente sobre el resultado buscado. Ello convierte al tiempo en el recurso más importante, por encima aún, del dinero.

La conquista del poder no depende solamente del buen o mal gobierno, sino de la capacidad de involucrarse en el juego e incidir en los demás jugadores. Quizá en las condiciones actuales en México, revertir al grupo ordinante que manda y controla las decisiones, requiere más calidad, profesionalismo y técnica en la oposición, que en el gobierno.

Recordemos que en política no hay casualidades y las cosas casi nunca cambian sin forzar que sucedan. Por ahora, el camino para López Obrador, luce tranquilo y despejado.