El pueblo de Tlalpan suele ser una zona de pocas protestas sociales. Por lo menos muchas menos a las que estaba yo acostumbrado trabajando en Reforma o frente a Bellas Artes, cuando además las protestas estaban directamente relacionadas con el actuar de mi dependencia. En esta entidad, sin embargo, atiendo protestas directamente en mi oficina y si bien a veces el quejoso me expresa su inconformidad a un irrespetuoso volumen más adecuado para una consigna que para una charla entre un estudiante de posgrado y su director, hasta el momento las hemos resuelto y no tengo a nadie acampando en la banqueta ni pidiendo mi cabeza -que yo sepa-.

Hoy fue la excepción. En el Centro, frente a las oficinas de la delegada, se instaló un plantón que “clausuró” simbólica y materialmente el inmueble. Los inconformes se quejan de la incompetencia de la delegada y su poca capacidad para atender sus necesidades surgidas del sismo de hace casi dos meses.

Bueno, si me han leído o me conocen, saben mi postura sobre la movilización como método de exigencia de derechos, y el cual no comparto. Sin embargo, la respeto y jamás la he calificado de ilegal a priori. Y esta vez tampoco me parece que lo sea, ya que no estaban llevando a cabo conductas ilegales, sino solo reuniéndose, informando a la sociedad, gritando consignas, etc. Y sobre el fondo, es decir, sobre la validez de su reclamo,  no puedo opinar porque no conozco las exigencias de la mayoría de los grupos que estaban ahí, así que también las presumo legítimas.

Pero curiosamente, la única organización que me comunicó qué querían cuando me llegaron a pedir “cooperación” y darme un panfleto mal impreso, es la excepción y cae en la más clara ilegalidad.

Se trata de una organización de “defensa de inmuebles ocupados por el pueblo”, como se definen a sí mismos, y que es bien conocida. Se dedican fundamentalmente a impedir el pago de rentas o la desocupación de inmuebles para ser devueltos a sus legítimos propietarios, y hasta a un luchador con don de la ubicuidad -bueno, sabemos que hay muchos que usan la misma máscara, pero concedámosles esa parte mística- han adoptado como símbolo. Es decir, se dedican a defender allanadores, arrendatarios con décadas de mora y otra clase de detentadores de inmuebles sin justo título para estar ahí.

Bueno, pues esta vez, junto a otros afectados por el sismo, exigían la reparación del daño sufrido en “sus” inmuebles y de paso, la demanda eterna: la “regularización” de estos, con inmatriculación, escrituración y todo el paquete. En lenguaje ciudadano: piden que les reconstruyan las casas que hicieron sin seguir normatividad alguna de construcciones en predios que no les pertenecen, y que se haga todo lo necesario para que les pertenezcan, sin que les cueste un peso. Y todo con sumo convencimiento de que es un acto de justicia, ya conmutativa, ya distributiva, ya social, ya popular. Es decir, se sienten totalmente legitimados en su exigencia.

¿Cómo llegamos a esto? Pues en otro de muchos casos de normalización de la ilegalidad de la que hemos participado todos. Absolutamente todos.

Y empiezo por mí: desde antes que yo siquiera estudiara derecho, estas organizaciones ya existían. Unos alegando que el descongelar las rentas que estaban congeladas por un decreto de emergencia dictado por Ávila Camacho desde que le declaramos al guerra a las Potencias del Eje y que se fueron renovando hasta los noventas, ya no les permitían pagar los “nuevos precios”, que antes pagaban con monedas. Otros alegando que se iban a quedar sin casa por las diversas crisis, ya que al no poder pagar sus créditos hipotecarios que se fueron al cielo, iban a ser desalojados por los bancos, así que mejor tomaban los juzgados para impedirlo. Otros más, porque ciertos “líderes sociales” les “regalaron un terrenito que no era de nadie” a cambio de afiliarse al movimiento, y que ahora se los querían quitar ilegalmente, entro otros motivos.

Para empezar, si en Roma los bienes vacantes y los bienes mostrencos -es decir, los bienes que “no son de nadie” por la razón que fuera- eran escasos, en la modernidad, que adopta ciertos elementos de la propiedad del derecho romano, pero con limitaciones, NO EXISTEN inmuebles que no sean de nadie. O son de un ejido, o forman parte de la masa de una sucesión a medias, o están en litigio, o son de un desentendido -yo tengo un terreno perdido en Morelos que espero alguien se haya apañado, y no que haya acabado de fosa clandestina-, o son de una persona jurídica, entre ellas, el municipio, la entidad federativa, la Federación, o el Estado mexicano mismo, porque si recuerdan cuando leyeron el artículo 27 de la Constitución en la secundaria, la propiedad de las tierras y aguas corresponde a la nación. Pero a todos nos parece ya algo habitual eso del “paracaidismo” y algunos hasta se quieren oír más sofisticados llamándolos “ocupas”, como sucede en España.

Ahora, en cuanto a los inmuebles en los que se pagaban rentas módicas por ese estado de emergencia bélica que nunca fue tal, y que cuando se trató de regularizar su situación, determinaron mejor “organizarse” para no pagar y encerrarse a piedra y lodo, es otro cantar, pero también implica una normalización de la ilegalidad en la que me incluyo, porque yo me formé como abogado dando estas conductas por sentadas y normales.

Una vez teníamos que lanzar a un arrendatario moroso de unos edificios de la colonia Obrera. Ya habíamos regularizado la situación contractual de algunos vecinos de ahí, que empezaron a pagarle de a poquitos a la clienta, así que era otra cuestión de rutina, porque solo íbamos a notificarlo, ni siquiera a sacarlo todavía. Pero esta vez, desde que íbamos a entrar al edificio, hubo una serie de chiflidos de por medio, y en menos de 5 minutos, el actuario del juzgado y un servidor estábamos rodeados.

-Ora sí, pinche güerito, sácate a la verga o ya te llevó la chingada.

-Oiga, no soy güerito, soy abogado de la dueña del edificio y solo venimos al 202 a dejar un papel.

-Pues sabemos que esa doña y ustedes ya sorprendieron a unos vecinos, pero ya no nos vamos a dejar, porque estamos organizados y de aquí nos sacan con los pies por delante pero nos los llevamos a ustedes de corbata.

Esa fue la primera y hasta donde recuerdo, única vez que me amenazaron con un arma. No me apuntaron, solo nos la dejaron ver muy ostentosamente y la trajo el “representante” todo el tiempo con el maldito dedo en el llamador -gatillo le llaman coloquialmente-, lo que es un práctica imperdonable en aquellos que saben usar armas porque en cualquier momento se te escapa un tiro. Solo se la guardo en los pantalones hasta que llegaron más refuerzos, entre ellos, uno de los coloridos luchadores mencionados.

-¿A ver, entonces ustedes están con la Asociación de Colonias Populares?

-A huevo.

-Ahhhh, entonces no hay pedo. Yo no sabía. Pero sí le reclamo algo: ¡por qué no tiene su chingado letrero! ¡Así ni los hubiera molestado!

-¡Cómo no! A ver, vengan…ah, chale, yo creo que se voló con el aire.

-Bueno, pues sabiendo que son “del movimiento” y que están en pie lucha, ahorita le digo aquí al actuario que levante la razón haciendo constar la oposición y nos vamos, pero aunque sea háganle una pinta a la puerta o algo. No le vaya a pasar a un distraído o un tipo sin conciencia social lo mismo que a mí.

-Sí, perdón mi lic., es que pensamos que usted había llegado muy pedero valiéndole madres que estuviéramos organizados.

-No, cómo cree, aquí el actuario y yo seríamos incapaces. Nosotros respetamos la organización social.

-No, lic. Pues entonces venga, tómese una coca para el susto, porque como que se me puso pálido con el fierro. ¡Si no pasa nada, hombre!

Claro que me puse pálido con el fierro. No suelo discutir con gente armada. Claro que mi deber era ayudar a los clientes a lanzar a esa bola de vividores. Y también creo tener conciencia social, pero no con los alcances perversos de ver en la ilicitud una forma de justicia. Pero tampoco  arriesgaría mi vida y la del actuario por un cliente, que a la mera hora a veces ni pagan. Como sucedió en aquella ocasión, por cierto, en la que fue mucho más accesible y razonable el líder que me iba a abatir a balazos -o eso dijo- y el gobierno del DF, a quien le vendió el inmueble la clienta muy a regañadientes y acusándonos de timoratos. Al final, todos los ex arrendatarios acabaron siendo dueños a través de créditos blandos, y yo, cuate del líder y de varios de los enmascarados. Pero esa gestión solo la logramos dada la confusión inicial y la actitud de normalización de la ilegalidad.

Ahora, ¿vamos a seguir así todo el tiempo? ¿Va a triunfar el reclamo legítimo de los damnificados en regla con todo y de aquellos que no lo están? ¿Vamos a seguir normalizando esto? Sinceramente creo que sí. Pero creo que tenemos que estar preparados para lo que eso signifique, y ¿saben qué? Nos la vamos a pasar aun peor que ahora.