“La mayoría de las personas son como alfileres: sus cabezas no son lo más importante”, dijo Jonathan Swift.

En eso pensé, querido presidente López Obrador, cuando vi en el Paseo de la Reforma este domingo la marcha de doscientas personas, no más, que decidieron estorbar a miles de ciclistas de todas las edades que se ejercitaban en la principal avenida de la Ciudad de México.

Salí a caminar hoy, como lo he hecho muchas otras veces, por el centro de la capital mexicana. Recorrí a pie —no en bici, desgraciadamente— la distancia entre la zona de hoteles de Polanco y el Zócalo. Ida y vuelta.

Me gusta mucho hacerlo. Además de mover un poco el cuerpo durante varias horas, disfruto cada vez que lo hago del maravilloso espectáculo de tanta gente en bicicleta, sobre todo el de los niños y las niñas que se esfuerzan como grandes atletas para que nadie les gane.

No pude llevar a mis nietos aficionados a la bici. Lo impidieron algunas complicaciones que el próximo domingo, estoy seguro, no se presentarán.

Espero que el 3 de febrero, cuando pedalee con los niños, no aparezcan para echar a perder el paseo esos "patriotas" —entre comillas y en cursivas— que se sienten obligados a apoyarte inclusive si nadie te está atacando, presidente.

¿En serio, Andrés Manuel, molestar a las familias que se ejercitan en bicicleta es una manera decente de expresarte apoyo?

Si conoces a la persona que organizó la horrible marcha de este domingo 27 de enero, por favor dile querido presidente que de plano no te hizo ningún favor: los doscientos alfileres sin cabeza lo único que lograron fue el desprecio de los ciclistas del Paseo de la Reforma.