Me han preguntado que si la gente que perdió la vida en la explosión de una ordeña ilegal de gasolina en Tlahuelilpan, Hidalgo, murió asesinada o en un accidente.
No hay duda de que en el origen del problema que provocó la tragedia hubo un delito: picar el ducto de gasolina.
Si después del delito original, romper el ducto, el incendio lo provocaron los mismos que lo perforaron, o si el fuego lo ocasionaron causas fortuitas, el hecho es que la gente murió porque hubo alguien que quiso generar un daño y lo logró.
Creo que el gobierno, con honestidad, debe incluir a las víctimas de Tlahuelilpan en la estadística de homicidios.
Como ha dicho Andrés Manuel varias veces, hay que llamar al pan, pan, y al vino, vino.
Si no empezamos a llamar a las cosas por su nombre no vamos a salir de los problemas.
No estamos ni siquiera frente a homicidios culposos: son homicidios dolosos. Así de terrible.
El que perforó el ducto sabía que si la gente se acercaba corría el riesgo de morir quemada, y no le importó seguir adelante con su acción criminal.
Además, sobran testimonios de que inclusive hubo personas interesadas en hacer que la gente llegara al peligrosísmo géiser de gasolina.
Ni hablar, más de 90 personas murieron asesinadas y la cifra sigue creciendo.