De chairo a priista o mafioso del poder, en menos de dos días. Eso solo es posible en el clima de polarización que se vive en este proceso electoral 2018. Todo tipo de etiquetas nos han endilgado a los periodistas que nos atrevemos a externar opiniones, en uno u otro sentido.

Las andanadas de calificativos y mentadas de madre –qué bueno que mi jefita no tiene Facebook, para que no se entere de los insultos que le endilgan, aunque ella no tenga la culpa de lo que yo digo- han sido lo más ligerito que uno recibe de cualquiera de los dos bandos.

Chairo. Etiqueta, que por cierto no me molesta para nada, es lo que me han dicho cuando he comentado que las propuestas de austeridad de López Obrador son urgentes y mueven las fibras sensibles de los mexicanos porque estamos hartos de décadas y décadas de excesos. Y cuando he dicho que la guerra sucia no tendrá efectos en los mexicanos, porque ya estamos vacunados y curados de espantos y que por eso el tabasqueño va en caballo de hacienda a Los Pinos.

Y también me dicen chairo cuando digo, que comparar a López Obrador con Hugo Chávez es absurdo y es un petate del muerto con el que quieren asustar a la gente.

Y cuando digo que el país ya no aguanta más y es tiempo de cambiar el régimen y pensar más en la gente, y que debemos erradicar la visión neoliberal que concibe el ejercicio de la política como una forma más de hacer negocio, no solo me dicen chairo, sino enemigo del progreso, obtuso y hasta obsoleto, porque según ellos, las ideas marxistas ya mostraron su ineficiencia, aunque la desigualdad sean la misma que cuando ese autor escribió su crítica de economía política, El Capital.

Priista. Etiqueta, que por supuesto calienta, porque sí me ofende, es lo que me han dicho cuando opiné que a López Obrador no le fue bien en el primer debate. Y cuando dije que es sorprendente que no lo han podido bajar del liderato en las encuestas a pesar de que Slim y el Consejo Coordinador Empresarial arremetieron contra él. Que también hay que decir, son grupos que no representan a toda la iniciativa privada.

Opinador al servicio de la mafia del poder me dijeron, solo por el hecho de advertir en una videocolumna que Andrés Manuel López Obrador no puede confiarse, porque viene el tramo más difícil de la campaña y seguro los ataques arreciarán.

Y a pesar que lo dije, fuerte y claro, que a Andrés Manuel no lo bajan porque la gente está dispuesta a castigar al PRI y al PAN pase lo que pase, eso, en este clima de polarización, mi reflexión le sonó a diatriba priista a algunos seguidores del candidato de Morena.

El clima está polarizado. No puede decir uno ya nada porque te acusan de estar de un bando. No hay medias tintas. Y lo peor, es que no hay lugar para los matices. Cualquier matiz en la opinión, es tomado como un guiño a la causa contraria.

Si digo que Andrés Manuel no es infalible, y no es un mesías, me van a tachar de mafioso del poder Y si digo que Andrés Manuel no es ese Anticristo perverso que va a convertir a México en Venezuela, me dirán pejezombie. A pesar que ambas premisas son verdaderas.

Las pasiones están tan encendidas que en redes sociales ni siquiera se dan el tiempo de leer las notas o columnas completas o ver los vídeos de inicio a fin. Con pocas líneas o segundos, o peor aún, con el título, basta para linchar sin piedad. Sin leer nada, ni digerir y reflexionar el contenido antes de vomitar en las redes.

Difícil de este modo externar opiniones. El clima está polarizado. Lleno de memes, cadenas falsas, encuestas cuchareadas, vídeos injuriosos. Ya sea para intentar aniquilar la figura del tabasqueño – lo cual no van a lograr- o para presentarlo como un profeta inmaculado.

Y lo entiendo. Han sido décadas y décadas de apachurrar al pueblo. El PRIAN se ha encargado de llevarnos al límite. Por eso, en esencia, muchos ciudadanos reconocemos que el sistema se agotó. Por eso, entiendo que a muchos les asuste la sola posibilidad de que el tricolor prolongue por otros seis años esta angustia.

Y es por eso entendible que la elección esté girando alrededor de AMLO. Y por ello, se habla de él, a favor, la mayoría, según las encuestas y en contra, otros.  Pero lo que no es nada sano es la virulencia con la que algunos insultan sin freno.

Por eso, es muy irresponsable y desafortunado lo que Ricardo Alemán tuiteó, insinuando que asesinen a López Obrador. Ya se habían tardado en ponerle freno a los excesos de este opinador. No es la primera abominación que soltaba en sus redes. No las enumeraré porque no vale la pena. Pero desde luego, que para él era desconocido el lenguaje incluyente y la perspectiva de derechos humanos que deben ser eje rector del ejercicio periodístico.

Las olas están agitadas. El ambiente, a punto de ebullición. Y para nada nos inhibe lo que ocurre. Seguiremos opinando. Así debe ser. Los insultos son pasajeros. No se los lleva el viento porque ahí quedan en la huella de las redes sociales. Pero créanme. Todos. Ustedes y yo, queremos lo mismo. Un cambio de régimen. El país ya no da para más.

Y mientras tanto, a los periodistas nos toca apechugar. Porque aunque estamos como el cohetero (malo si truena el cohete y malo si no truena), también comprendemos que como esos mismos coheteros, a veces nos toca lucirnos prendiendo el castillo, y en otras ocasiones, nos toca nomás juntar las varas.