Hasta hace algunas horas, ambos personajes mantenían un común denominador: esperaban el indulto de Donald Trump en su ocaso como Presidente número 45 de los Estados Unidos. De los dos, solo uno de ellos lo consiguió.

El indulto es un instrumento del titular del Poder Ejecutivo. Se trata de un contrapeso al sistema de Justicia Penal federal mediante el cual se otorga el perdón a un individuo por sus infracciones a la ley.

No había claridad de cómo Donald Trump iba a utilizar esta facultad antes de abandonar la Casa Blanca. Algunos analistas advertían que podría intentar indultarse asimismo y a miembros de su familia. Eso no ocurrió. Al final indultó a 73 personas y conmutó las sentencias de otras 70.

Se trata de un blindaje para aquellos que estaban siendo perseguidos por la justicia y un perdón para quienes ya purgaban en la cárcel la pena que se les había impuesto. Entre los beneficiarios hay empresarios, políticos, raperos y activistas.

No hubo muchas sorpresas y uno de los últimos documentos firmados en el Despacho Oval parece reafirmar el tufo de lo que fue esa administración: condescendencia a fraudes, violación de derechos humanos, sobornos y acumulación de armas.

Sin embargo, en esa coyuntura confluyeron dos personajes que han sido determinantes en lo que respecta a la reconfiguración de la democracia americana y referentes en el plano internacional en lo que atañe a cómo conseguir el poder y, por otro lado, cómo desenmascararlo. Se trata de Steve Bannon y Edward Snowden, respectivamente.

Bannon, quien sí fue indultado, es una de las mentes más peligrosas del mundo contemporáneo. Como estratega electoral, en 2016, del entonces candidato Donald Trump, logró construir la atmósfera idónea para que el magnate se sobrepusiera a una Hillary Clinton que gozaba del apoyo de Barack Obama y del aparato propagandístico que éste llegó a representar.

Existen quienes le regatean el crédito de llevar a un candidato outsider a la sede del poder en Washington. Sus detractores afirman que la fórmula que utilizó es vieja. “Divide y vencerás”, recordando al florentino Nicolás Maquiavelo. Y tal vez, tengan razón. Sin embargo, lo que apuntaló el éxito de Bannon, al menos en el contexto de la contienda electoral, fue su capacidad de innovar a partir de esta idea que data del siglo XVI.

Su aporte, visto de la esfera populista, fue el uso del nuevo ecosistema digital para alcanzar dos objetivos particulares: el odio a partir de un nacionalismo mal entendido y la difícil tarea de encontrar la verdad; esta última vista como un elemento clave en la construcción de la identidad de un pueblo.

Es decir, a la vieja fórmula, le incorporó una base tecnológica a partir de los servicios de redes sociales de facebook, Twitter y YouTube, que le permitió una eficacia nunca antes vista. La estrategia tenía un objetivo particular, que él mismo reveló: “Inunda la zona de mierda”.

La guerrilla informativa aceitada con millones de dólares le impidió a la mayoría de los estadounidenses saber qué era verdad y qué era mentira. Mientras que el principal enemigo en el war room de Bannon no eran los demócratas y mucho menos Hillary Clinton, sino los medios de comunicación. La dificultad que había para reconocer un hecho como verídico, impedía a su vez forjar un consenso o una base sobre la cual construir comunidad.

Cada quien manejaba sus propias teorías de la conspiración e identificaba como enemigos de la nación a distintos grupos sociales, raciales, socioeconómicos, otros países, grupos religiosos, empresariales o corrientes ideológicas. ¿Te suena conocido esto?

La democracia fue hackeada. Las elecciones no las ganó Trump, Las ganó el odio virulento y la imposibilidad de reconocer una verdad que les permitiera, a partir de ahí, construir identidad. El estratega fue Bannon, el instrumento fue Facebook, Twitter y YouTube. Ingenuo sería pensar que la fórmula patentada por Bannon se desechó con la salida de Donald Trump de la Casa Blanca, así como ingenuo sería creer que otros liderazgos no la están replicando.

Bajo esta lógica, cabe reflexionar en dónde está parado México. ¿Será que los “otros datos” y las multirealidades que empujan distintos actores políticos, abonan a nuestra desgastada democracia?

Será en la siguiente entrega, cuando abordemos el caso de Snowden, quien no fue indultado, pero a quien tampoco le importó mucho desde su estancia en Rusia.