El aparentemente inevitable ascenso económico y tecnológico de la República Popular de China se enfrenta a las viejas glorias de EU.

El pasado 5 de diciembre, una importante historia pasó prácticamente desapercibida en el radar “occidental”: la puesta en la luna de una bandera de la República Popular de China, 51 años después de que Estados Unidos, de la mano de la NASA lograra la misma hazaña de la mano de la llegada del primer ser humano a la luna.

Tras el colapso y disolución de la Unión Soviética, Estados Unidos abandonó paulatinamente la mayoría de sus programas espaciales. Su programa de transbordador espacial llevó a cabo su último vuelo en julio de 2011.

A partir de entonces, el otrora orgulloso programa espacial de EU depende de lanzamientos del programa ruso y de empresas privadas como Space X, propiedad de Elon Musk, quien ni siquiera es norteamericano.

La apuesta de Estados Unidos, de “subcontratar” su programa espacial a entes privados es, por decir lo menos, sumamente peligrosa. Y conforme la última generación de ingenieros y directivos de la NASA comience a retirarse, su dependencia de programas privatizados será mucho mayor.

Este hecho, junto con la aceptación tácita de mantener la “Fuerza Espacial” creada por Donald Trump durante la administración Biden, será un cóctel explosivo que podría desestabilizar no solo el globo terráqueo, sino el espacio.