"Qué delirio en interrogación,<br>qué suicidio en investigación,<br>brillante exposición de modas,<br>la desilusión”<br>

Silvio Rodríguez

La base del discurso del compañero presidente, camarada y líder espiritual, Andrés Manuel López Obrador para llevar adelante la gran transformación de la República, parece empezar agotarse.

Responsabilizar de todos los males al pasado, a los gobiernos neoliberales, a la corrupción que se presentó durante los 30 años y a la mafia del poder, suena a discurso hueco, frente a una realidad que prometió cambiar.

Y lo que también agrava la situación, es sin duda, la nula oposición, porque se comportan tratando de emular a un AMLO opositor, pero sin el talento que el presidente mostró cuando estuvo de ese lado.

 

Los problemas y los números no engañan

Los problemas empiezan acumularse y el gobierno no ha generado resultados, ni dado atención a ellos. A un año de gobierno parece no existir la implementación de un plan de gobierno, de políticas públicas asequibles, ni que los funcionarios encargados tengan capacidad para desarrollarlas e implementarlas.

 

Gabinete, ruta crítica, políticas nulas

Estamos ante la ausencia de un plan de gobierno congruente y eficaz y lo peor, ante un gabinete precario que lejos de ayudar, estimula y agrava los problemas.

Ante la incapacidad mostrada por sus colaboradores, el presidente tiene que salir al quite una y mil veces. Ejemplos hay muchos, como la pifia de pretender de vender el avión presidencial, un tema que debió quedar en la campaña y que, para hoy, ya se convirtió en un grave problema. Se peleó con El Universal y su reportero y tuvo que armar un gran show con la rifa.

Temas como el combate al huachicol, que resultó ser otra farsa y muestra de la ineficiencia del gabinete de Seguridad y de Energía que costó la vida de inocentes en la tragedia de Tlahuelilpan, Hidalgo, tema que hoy retoma Macario Schettino en El Financiero.

En tanto que, respecto de la inseguridad que priva en el país, la percepción y los números dicen que está de mal en peor y nuevamente, el presidente, tiene que salir a recomponer las pifias de su gabinete. Se lanza contra García Luna preso en Estados Unidos y se queja de por qué la prensa no dijo nada de él en su momento, como si eso resolviera el problema que nos aqueja.

 

La intolerancia

Cuando existe incapacidad para resolver los problemas, la actitud empieza a ser de intolerancia a la protesta, al debate y a la atención de problemas.

Apenas en octubre pasado, un grupo de 80 alcaldes acudieron a Palacio Nacional para solicitar una audiencia con el presidente AMLO para exigir mayores recursos para los municipios; nada nuevo en este país y casi todos los años pasa desde que existen gobiernos divididos. Sin embargo, fueron dispersados con “aerosol defensivo natural” en otras palabras gas lacrimógeno debido a que, de acuerdo con las autoridades federales, “pusieron en riesgo la vida de trabajadores”.

Este fin de semana, ante el arribo de la caravana por la paz encabezada por Javier Sicilia y la familia LeBarón, la respuesta fue que no los recibía porque no haría un show mediático de esto. Aseguró que “pueden entrar a Palacio Nacional, pero no los voy a recibir, los va a recibir el Gabinete de Seguridad, para no hacer un show, un espectáculo. No me gusta ese manejo propagandístico, por eso los va a recibir el Gabinete de Seguridad y se les va a dar toda la atención, se les va a respetar en todo, van a contar con todo el acompañamiento para que no vayan a ser molestados, están ejerciendo sus libertades”.

Así ha pasado también en el tema contra la corrupción y para sintetizarlo, nuestro maestro y compañero José Luis Camacho, fue claro en señalar qué gana AMLO con perdonar las corruptelas de Carlos Lomelí, ex superdelegado de Jalisco y comercializador de medicinas; de Napito y su doble nacionalidad, su hijo con una fortuna multimillonaria en autos y a Manuel Bartlett, el director de CFE que tiene una fortuna en bienes raíces inexplicable.

O qué decir del desgobierno que priva en el partido del presidente, que al no definir realmente su liderazgo, por lo tanto tampoco han podido tener una línea clara de apoyo a AMLO en el proceso de transformación y del combate a la corrupción.

La disputa de Morena, además del dinero que pelean los morenistas, parece que también es un asunto de familia.

Como bien lo comentó Don Federico Arreola, al referirse a Yeidckol Polevnsky y afirmar sobre los problemas de Morena, que se dieron “por las ambiciones de una líder sin autoridad moral”.

También se ha dicho que la hoy exdirigente es muy cercana a los hijos del presidente de la República en el manejo del partido y de sus recursos, sobre todo desde que se publicó una llamada telefónica entre Polevnsky y Andrés Manuel López Beltrán sobre supuestas prácticas de triangulación de recursos.

Respecto a la reunión del sexto Congreso Nacional Extraordinario de Morena, se dice que se notó la mano de la primera dama para imponer al diputado y exlíder del Barzón, Alfonso Ramírez Cuéllar, como presidente del Comité Ejecutivo Nacional del partido. Todo sigue quedando en familia.

 

¿Y la oposición?

Cayendo en el juego y bailando al ritmo de Andrés, clasista, desmemoriada, sin entender al pueblo y ni a su enojo, sin propuestas ni respuestas y, peor aún, sin liderazgo.

Con las ocurrencias y la incapacidad para gobernar del gabinete, con una oposición que es nula y con un discurso precario, vago y sin propuestas, la desilusión de la población va creciendo y las consecuencias pueden ser de lo más preocupantes.