Si AMLO presentara en el Congreso un informe presidencial (no lo hará porque sería criticado de resucitar el peor monólogo de los tlatoanis del PRI), resaltaría como uno de sus mayores logros, la Reforma Laboral.

Es verdad: fue mérito de los legisladores. Pero aquí nadie se presta a engaño. En una nación en el fondo tal imperial como la mexicana, no se mueve la hoja de un árbol sin la voluntad presidencial. Y esas hojas se llaman legisladores, y el árbol es el Estado. AMLO mueve a su antojo estas hojas (muy bien pagadas por cierto), y caen en sus manos manzanas jugosas.

La Reforma Laboral propone cosas muy buenas como la democracia sindical. Hasta ahora, ningún líder obrero del oficialismo en México ha sido demócrata. Lo fueron en la disidencia sindical Demetrio Vallejo y Valentín Campa, pero esos hombres notables se cuecen aparte. Los líderes charros, en cambio, son la constante y sonante. Por estos rumbos no hay de otros. Romero Deschamps no es la excepción sino la regla. Que dichos fulanos se vayan por fin a su casa, después de tolerarles que se robaran hasta el perico (el animal, no el otro) hace que los agremiados respiren tantito aliviados.

Sin embargo, contra la opinión del respetable, la Reforma Laboral de AMLO se quedó corta, coja y trunca. ¿Por qué? Simple: no flexibilizó las relaciones obrero-patronales. A AMLO le faltó lustrar mejor los zapatos de esa iniciativa de ley.  El Estado sigue aparentando proteger al trabajador en los despidos, conflictos y contrataciones, contra las posibilidades de crecimiento de las pequeñas y medianas empresas que le dan empleo. A veces, a estas microempresas no les alcanza ni para pagar la nómina, así de plano y viven a un paso de la quiebra. Nadie piensa en ellas.

En este entorno difícil, las únicas ganonas son las grandes empresas, las trasnacionales, que sí pueden cumplir con las prestaciones laborales y por eso mismo absorberán el capital humano del país y luego, a la larga, ajustarán para abajo sus prestaciones laborales, cuando ya sean dueñas absolutas del mercado (al tiempo).

AMLO también debe pensar en hacer más plural la producción a pequeña escala, es decir, la de los inversionistas modestos, incentivándolos con ayudas en sus gestiones ante el IMSS. Esa es la otra cara de la Reforma Laboral en la que, hasta ahora, el mandatario de los zapatos cuchos, no está pensando. Y ya va siendo hora.