El Jefe de Gobierno ha lanzado a la opinión pública un debate interesante desde el punto de vista económico y social pero aburrido desde el punto de vista de la política real. Su propuesta de aumentar el salario mínimo no asusta porque Mancera es domable por la oligarquía nacional. Si la misma declaración la hubiese hecho Andrés Manuel López Obrador ardería Troya. Escucharíamos en los grandes medios que nos llevan de nuevo a las crisis económicas a las que nos acostumbró el viejo PRI. Se escribiría sobre su carácter mesiánico y populista. En cambio, Mancera, sólo ha suscitado algunas declaraciones tranquilas, es decir, no enciende, no apasiona.

Sería interesante saber cómo es el fenómeno de que el gobernante electo con el mayor número de votos en la historia de la ciudad no polariza, no entusiasma, no asusta. Lo que en principio fue una virtud, hoy es su mayor debilidad. Mancera logró una votación histórica gracias a que divide poco, no  genera discusiones apasionadas como las genera AMLO, quien como los gatos: o lo amas o lo odias.

Mancera se encontró en la coyuntura de que tiene una imagen cómoda para las derechas, o moderna como suelen decir algunos. Con la estructura del PRD en el DF y su imagen de político centrista logró en la capital ser atractivo para la inmensa mayoría, sin embargo, como gobernante, su falta de compromiso con las verdaderas causas sociales y su débil definición por el espectro político izquierda-derecha son la barrera a vencer para sus aspiraciones presidenciales.

Mancera puede ser candidato del PRI, PAN, PRD, Morena, en todos se podría acoplar y hacerse a su imagen y semejanza, pero como es un comodín, es dispensable. En el sentido opuesto, AMLO ha sabido aglutinar a un sector social importante, quizá el más importante en la historia moderna de México. Siempre se ha ubicado en la oposición férrea, recalcitrante. No ha claudicado en ser el líder contra las políticas PRI-AN, por eso nunca ha dejado de ser presidenciable, porque en las circunstancias actuales, un opositor es imprescindible. Ante tanto consenso en las cúpulas gobernantes, Andrés Manuel abandera el disenso. Ha dejado en claro que está en contra de todo lo que Peña Nieto propone, como dejó en claro que estuvo en contra de todo lo que hizo (o deshizo) Fox y Calderón.

Esta ha sido la estrategia del lopezobradorismo. Es sólo en imagen y discurso porque Andrés Manuel, como el estadista que es, sabe distinguir entre lo que está hecho bien y lo que está mal, no propone una agenda radical, más bien propone lo que mejor ha dado buenos frutos en la experiencia histórica, rescatar el Estado Bienestar en oposición al desgastado modelo neoliberal, pero, como líder político y social, sabe ubicarse en las antípodas de los malos y corruptos gobernantes en turno, teme la profecía apocalíptica:”puesto que eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca”.