No te rindas, Lydia, que es un honor para la verdad abrazar tu valentía.

No, mujer, porque en ti yace el espíritu combatiente que no calla la ignominia.

Pues tus manos santas son la voz de los inocentes y un golpe a los farsantes abusadores.

Has hecho el esfuerzo que otros han abandonado por la desidia. Pocos como tú, que sin miedo o con él se enfrentan al engaño de los indiferentes.

No te rindas que tu heroísmo es la esperanza de quienes fueron exiliados en el olvido.

Porque tu pluma no teme acusar los crímenes de un mundo corrompido… y tu lealtad a la justicia edifica tu limpieza.

No te rindas, que tus palabras no solapan el engaño y son causa de admiración.

Inmortalizada seas, bienaventurada, que por tu entrega nos has hecho saber que aún hay en quién creer. Tú que ante los agravios de los miserables levantaste la frente y no te dejaste caer.

Nadie te sacará de tu Hogar, dama intrépida, y bien lo has dicho…

Y he de reconocer que pequé con semejante petición, y por ello pido perdón, pues Lydia no se rinde, porque guerrera y valerosa es.

No estás sola.