El señor Óscar Constantino, @oconstantinus en Twitter, durante los días del Mundial, cuando los aficionados mexicanos gritaban ?¡puto!? en los estadios, en un artículo publicado en SDPnoticias mencionó al influyente filósofo del derecho Ronald Dworkin, quien ha planteado que en las sociedades democráticas ?nadie, por poderoso e importante que sea, puede tener derecho a no ser insultado u ofendido?.

Si no se arroja para sembrar odio, el insulto cumple una función en las sociedades democráticas. Sobre todo si hay ingenio detrás de las ofensas dirigidas a los políticos poderosos ?pienso, por ejemplo, en lo que hacen los moneros mexicanos?, las burlas por hirientes que sean sirven para igualar a los que mandan con los que, les guste o no, están obligados a obedecer.

Que el de abajo se burle del que está arriba no solo es un derecho, sino tal vez una obligación. Otra cosa es la cultura del odio, en la que juega un rol principal la campaña de insultos diseñada por poderosos para minar a sus rivales.

Si alguien ha sufrido campañas de odio es Andrés Manuel López Obrador. Las han financiado personas política y económicamente relevantes. Lo que buscan, además de desprestigiarlo, es acabarlo.

Tanto odio ha sufrido Andrés Manuel que no debería, él mismo, usarlo como arma para golpear a sus rivales. López Obrador, cuando se lo propone, es bastante ingenioso. Muchas de sus burlas, la mayoría, no pretenden sembrar odio, sino simplemente exhibir lo que hacen mal algunos políticos con los que no coincide. Pero a veces, tal vez cansado de usar la inteligencia para fabricar chistes democráticamente útiles, Andrés Manuel cae en el insulto vulgar, con el que claramente incita a sus seguidores a odiar a los personajes con cuyas ideas no está de acuerdo.

AMLO no es el único político que ha sufrido campañas de odio. También las ha padecido el presidente Enrique Peña Nieto.

Leo este domingo una interesante propuesta que Andrés Manuel ha hecho a Peña Nieto: que el nuevo aeropuerto de la capital mexicana no se construya en Texcoco, Estado de México, sino en Tizayuca, Hidalgo. ¿Podría Peña Nieto discutir con López Obrador la tesis del dirigente de Morena de que es mejor construir el aeropuerto en Tizayuca que en Texcoco? Desde luego que sí. Creo que si Andrés Manuel le probara al presidente, con buenos argumentos, que el gobierno ha tomado una mala decisión, EPN no vacilaría en cambiar el proyecto

El problema para que eso ocurra es que Andrés Manuel tendría que empezar por una petición de audiencia realizada si no con amabilidad, al menos con seriedad, es decir, sin insultos.

Sobran en el equipo de López Obrador personas competentes capaces de convencer a los secretarios de Hacienda, Comunicaciones y Medio Ambiente ?Luis Videgaray, Gerardo Ruiz Esparza y Juan José Guerra? de que Tizayuca es una mejor opción que Texcoco. Pero, para convencer a los que están en el gobierno, los expertos que simpatizan con Morena tendrían que aceptar el diálogo.

Lo triste es que nadie en Morena ha querido dialogar nada con el gobierno. Andrés Manuel rechazó participar en el Pacto por México. Está bien, no valía la pena el Pacto. Pero, al margen de eso, ¿era imposible que AMLO buscara reunirse con Peña Nieto? Por ejemplo, para explicarle al presidente sus razones para preferir Tizayuca como ubicación del nuevo aeropuerto.

La mejor ubicación de un aeropuerto no es un tema ideológico fundamental para nadie. Entiendo que Andrés Manuel, apasionado nacionalista revolucionario, se haya negado a participar en cualquier debate sobre la reforma energética. Pero, ¿por qué no buscar a Peña Nieto para expresarle sus dudas sobre Texcoco como sede del aeródromo?

Me dirán que no hay tiempo para cambiar la sede del aeropuerto. Se equivocan, claro que lo hay. No se ha empezado a construir nada. Lo único tangible es el bello proyecto arquitectónico de Norman Foster y Fernando Romero. Hay, desde luego, complejos estudios relacionados con Texcoco, pero también existen para justificar construirlo en Tizayuca. De hecho, el director del proyecto, Manuel Ángel Núñez, en el sexenio de Fox fue un gran defensor de Tizayuca contra Texcoco. Y, lógicamente, si lo expresa con tanta seguridad AMLO debe contar con sus propios estudios para proponer a Tizayuca.

Todavía no es tarde para cambiar una decisión. Si tuviera la razón, Andrés Manuel podría convencer a Peña Nieto. Pero, para hacerlo, insisto, AMLO tendría que empezar por el punto A: pedir con corrección, esto es, sin ofensas, una reunión con EPN. Podría inclusive hacerlo a través de los medios, aunque lo correcto sería dirigirse a la secretaría particular del presidente para solicitar una cita. Como sea, Andrés tendría que hacerlo educadamente, como a él mismo le gusta que le pidan las cosas.

Pero si Andrés Manuel insiste en engalanar sus propuestas a Peña Nieto con numerosos insultos, me temo que no será atendido. Y si su idea es buena, como probablemente lo sea, quedará sin analizarse donde tiene que ser analizada, es decir, donde se toman las decisiones. Andrés Manuel nunca ha escuchado a nadie que exija su atención con gritos y ofensas. No puede esperar que Peña Nieto lo escuche si Andrés recurre a denuestos, de muy mal gusto además.

Andrés Manuel no es cualquier ciudadano molesto que, se exprese en el tono que se exprese, tiene que ser atendido por el presidente o sus colaboradores. Tampoco es monero ni humorista político ni se dedica a escribir ingeniosidades en los medios. El señor López Obrador es un hombre de poder seguido por muchas personas, que desde luego está obligado a comportarse con altura de miras. Si no lo hace, siembra odio entre sus incondicionales, que no son pocos. Y solo hay una salida prudente para no responder al odio con más odio: la indiferencia, que si bien detiene el conflicto inmediato, mata el diálogo tan necesario para no caer en rijosidades en el mediano y largo plazos.