Hace poco tiempo, al abrir mi Whatsapp, veo un mensaje de un conocido con quien mantengo comunicación constante, así que inmediatamente lo abrí. Para mi sorpresa veo que me había enviado un video porno, no imágenes eróticas sino primeros planos de genitales y penetración. Supe de inmediato que había sido un equívoco, pero me dio información suficiente de que a pesar de pertenecer a un rango de edad elevado son materiales que comparte de manera cotidiana con los que considera sus amigos de confianza. Nunca se dio cuenta de la equivocación o se apenó y prefirió omitir comentarios.

 

En mi cuenta de Facebook tengo como contactos a muchas mujeres que pertenecen a diversos grupos feministas, pero el trabajo que realizó en el periodismo me aconsejado mantener vínculos con quienes no son especialistas, no privilegiar a quien no necesita ser convencida de una militancia que aboga por una convivencia justa e igualitaria entre géneros, sino mujeres de distintas profesiones sin ser necesariamente feminista, pero dispuestas a leer las formas cotidianas que adquiere la desigualdad que enfrentan las mujeres y reflexionar sobre ella cuando se les comunica de una manera sencilla y clara. Tengo, también, por lo tanto, amigas de Facebook de muy diversas edades. Y debo asentar que en más de una ocasión son ellas las que me han dado algunas lecciones o me han empujado a aprender.

 

Después del mensaje porno que recibí inesperadamente, de manera acentuada durante la pandemia, comencé a leer en varios muros de mujeres —sobre todo jóvenes— que estaban recibiendo por wahtsapp o por Messenger fotos de “packs”. Cuando comenzó el fenómeno del “sexting” se le daba el mismo sentido a “nude” y “pack” sólo como imágenes eróticas o sexuales de hombres y mujeres, pero en fechas recientes veo que “nude” se refiere a los desnudos femeninos y “pack” se utiliza preferentemente ya sea para fotos de genitales o desnudos masculinos. La mayoría de ellas se queja de que reciben esas fotos sin haberlas solicitado, provenientes de conocidos de las redes pero no sus amigos y también de completos desconocidos.

 

Muy recientemente una persona cercana estaba viendo su teléfono y abrió frente a mí un mensaje de Messenger. Era un “meme” que pretendía ser divertido. Era la imagen completa de una chica a bordo de un autobús, porque estaba de pie, con unos shorts que permitían ver casi por completo sus piernas y la leyenda en la parte superior que decía “No eres la única que va parada”, haciendo alusión directa a una erección. Pregunté si esos mensajes eran comunes y me dijo que sí, algunos de sus contactos le mandan a menudo ese tipo de material. Le pregunté por qué no les decía que no lo hicieran si no le interesaban. Me contestó que no, porque podrían molestarse.

 

Me refiero a los videos, memes o materiales pretendidamente chistosos que comparten de manera cotidiana los hombres. La mayoría los consume y cuando el destinatario los ve es como si el mensaje “jocoso” sellara, así sea remotamente, una complicidad de género, porque cada vez que un hombre envía a otro estas imágenes porno dan por sentado que les debe gustar, que les debe divertir y que eso incrementa la camaradería, muchas veces remarcan esta “fraternidad” masculina con chistes homofóbicos. 

La respuesta del que supuestamente no gusta de compartir esas imágenes, pero que tiene otros intereses en común con esa persona, de carácter profesional, me revela que si un hombre le dice a otro que no le interesa consumir esos mensajes, el “bromista” se sentirá ofendido, o pensará que su interlocutor debe ser gay o tener algún problema, pues ¿a qué hombre no le va a gustar ver videos sexuales o imágenes de mujeres desnudas o semidesnudas? Insistí y expresé que si tenía temor de que pensara eso, se lo podía decir de manera educada. Finalmente lo hizo y le dijo que no tenía interés en ver ese material que denigra a las mujeres.

El “chistoso” le dijo que lo de denigrar era muy discutible, pero que estaba bien. Vaya a saber si continúen en contacto. No quedó allí, vi el nombre del que compartía esos mensajes y entré a su muro. Una persona profesionista, con filiación de izquierda, que comparte artículos, mensajes e información de carácter político. Incluso mensajes contra el abuso sexual infantil de niños y niñas.

 

Esta es la realidad, no importa qué tan “aliados” se declaren del feminismo, si en lo oscurito mantienen prácticas que de diversas formas justifican y perpetúan el machismo. Las estadísticas sobre el flujo de este tipo de material son impresionantes. Quizá uno de los más documentados es el caso de España con los grupos de “tíos”, que comparten constantemente mensajes porno. Y no son adolescentes los únicos consumidores, los compartes adultos, hombres mayores, de diversos empleos o profesiones y muchos de ellos lo hacen porque prefieren fotos reales a la fantasía actuada del porno profesional. De cualquier modo se está violentando la intimidad de muchas mujeres que de forma consensual pudo compartir una foto íntima con su pareja y su imagen terminó en un meme que recorre los teléfonos.

 

Los chistes machistas no son más que una forma de transmisión de la violencia machista en la que abrevan una cantidad inimaginable de jóvenes y adolescentes, pero esa brecha generacional del interés por el sexo, sólo como un despertar se va cerrando y ahora tiene atrapados a hombres maduros y viejos que se entretienen viendo una desnudo femenino, un chiste hecho a costa del cuerpo de una mujer, una relación sexual explícita o una violación multitudinaria. Es un machismo que se propaga a la velocidad de un whats. 

 

Por lo visto es extraño que un hombre desdeñe o se sienta ofendido por este tipo de mensajes, pero habría que comenzar a hacer algo por fomentar un sentido de responsabilidad ante este fenómeno. En primer lugar hablar del hecho mismo. Y decir con toda claridad que son conductas reprobables porque no hacen más que reproducir la idea de la mujer como objeto sexual.

 

Estas conductas se complementan con el envío de “packs” a las mujeres, porque aunque se disfrazan de bromas, sin duda, cuando no es algo que se comparte en pareja, es una agresión, o de menos una invasión a su privacidad con fotos que no son del agrado de quien las recibe, pero los que las mandan no pierden la esperanza de recibir una respuesta positiva y, seamos sinceros, el feminismo no es algo que se adquiere mágicamente. Si los hombres insisten en estos avances es porque en algún momento obtienen lo que desean.

 

Lo anterior se enlaza con la discusión acerca de la libertad o las limitaciones que puede tener una mujer de compartir imágenes de sí misma. Las plataformas preferidas son Instagram y Facebook. He visto muros en los que las mujeres publican constantemente fotos de sí mismas, algunas de ellas en poses sugerentes, en traje de baño o en ropa íntima. Inmediatamente los hombres deducen que esas mujeres están buscando que las aborden sexualmente. Habría muchas posturas a este respecto. Sólo podemos apuntar que las mujeres, así como tienen derecho a vestirse como lo deseen pueden tener derecho a fotografiarse, la diferencia será su respuesta a los abordajes de los hombres. Las hay, me consta, que los paran en seco y les dejan claro que no se están insinuando ni pretendiendo que las seduzcan, pero también están las que agradecen “piropos” bastante desagradables.

 

Lo que sí se puede apuntar es que este machismo invisible (excepto el de casos como el que llevó a la promulgación de la Ley Olimpia) ha encontrado en las redes sociales su medio ideal para extenderse, acentuarse y después proclamar hipócritamente que las “mujeres decentes” no son violentas y no abortan.

ramirezmorales.pilar@gmail.com