Con La ley de Herodes (1999), Un mundo maravilloso (2006) y El infierno (2010), Luis Estrada logra una trilogía involuntaria, ha dicho en entrevista a Proceso (15-10-14). Con La dictadura perfecta (2014), pareciera haber conformado una tetralogía ya abiertamente voluntaria. 15 años de trazar un lienzo fílmico, el gran mural político de la patria: la corrupción y la decadencia del PRI; la corrupción, la simulación y la demagogia de “foxilandia”; la corrupción, la violencia y el crimen caldero-panista; la corrupción, la decadencia, la simulación, la demagogia y la violencia del PRI de nuevo rostro en su vuelta al poder presidencial, impulsado por el monopolio televisivo y validado por un pacto político multipartidista.
La dictadura perfecta es la síntesis de 15 años y de su bagaje. El telón de fondo es el fracaso del neoliberalismo como método de gobierno impuesto. Fracaso, se entiende, para la sociedad, éxito relativo para quienes ejercen el poder y se enriquecen con él.
Y quizá no sea gratuito que todos los personajes de la más reciente película de Estrada sean en sí mismos una síntesis de otros más y que varios de éstos sean interpretados por actores normalmente llamados “comerciales”, o malos actores, provenientes no del mundo del teatro sino de la televisión, más propiamente, de Televisa. Se trata de personajes tipo, de modelos que condensan individuos y situaciones conocidas en una realidad donde el poder político y el de los medios masivos se cruzan en un maridaje singular.
Los personajes:
El presidente: una clara alusión a Peña Nieto (“No soy la señora de la casa”; el pésimo inglés; la frivolidad), pero es también la encarnación de Fox Quezada (la torpeza, “Ya ni los negros”; “Lavadora de dos patas”; “Comes y te vas”). Y en suma, un títere impuesto por el monopolio televisivo y el sistema. Excelente caracterización de Sergio Mayer.
Director de Televisión Mexicana: un alto ejecutivo del monopolio televisivo que ha impuesto al presidente en turno y que dispone de poder casi absoluto para hacer y deshacer, para manipular la información de acuerdo a su conveniencia.
Locutor: prototípico conductor del noticiero estelar de cualquier televisora de México o Miami que obedece órdenes y manipula a la audiencia en nombre de la objetividad periodística. Un López Dóriga ejemplar.
Reportero-galán de lujo: la estrella periodística de la televisora para los reportajes a modo, útil herramienta para los negocios entre la televisión y los políticos.
Gobernador Carmelo Vargas: representación del gobernador actual o del pasado, del “gober precioso” al “represor de Atenco”, con la fusión de otros políticos o eventos (caso Kamel Nacif, caso Paulette Farah, video-escándalos, contratos TV-políticos). Otra excelente interpretación del actor estelar de Estrada, Damián Alcázar.
Diputado opositor cristiano, “El mesías”: en muchos sentidos, referencia a López Obrador y a sus críticos, y como carácter, se ha creído ver también a Fernández Noroña.
Asesor o vocero: júnior corrupto formado en las filas del “partido verde”, llegado al PRI y en negocios con la oposición.
Actriz de telenovelas, protagonista de Los ricos también aman, convertida en “primera dama”: el futuro del país con Vargas como ganador de la nueva elección junto a su propia “Gaviota”.
Y un etcétera de personajes y situaciones conocidas de sobra que de pronto hacen caer la intensidad del filme, la gracia y la celebración ante la sátira. Sobre todo, porque también de pronto la película se empantana en el ritmo monótono de la televisión mexicana y sus telenovelas. ¿Propósito del director, reflejo del origen de muchos de los actores, efecto del tema? Al final se impone la calidad del guión (Luis Estrada y Jaime Sampietro) y el olfato o instinto de Estrada como director que no sólo interpreta o expone literalmente, sino que sugiere.
Y sobre la raíz de la cinta, las palabras del director:
“Deliberadamente dijimos (él y Sampietro): ‘¡Este país se está desmoronando, estamos peor que nunca!’ De pronto expresamos de manera muy simplista: ‘¡La culpa de todo la tiene la tele!’ La mayoría de los mexicanos obtienen información a través de la pantalla chica, sobre todo de la televisión abierta.
“Además, mucha gente acepta como verdades lo que les ofrece la televisión, en un país en el que cada vez se lee menos. Pero frente a nosotros empieza a ocurrir el fenómeno de posicionamiento de un gobernador, Enrique Peña Nieto, en el que todos los días, mañana, tarde y noche, Televisa hablaba de él como el prohombre que este país necesitaba. Estaban cantando el regreso del PRI. Y decidimos escribir un guión que se llamaba ‘La verdad sospechosa‘ que ahora es La dictadura perfecta.” (Proceso; 15-10-14).
La tetralogía fílmica, que comenzó con el imperio de la corrupción y la impunidad, concluye, en el tiempo de esa dictadura perfecta -que no es la descrita por Vargas Llosa en 1990, sino la fusión o maridaje del Estado y la televisión en el ejercicio del poder y el presupuesto-, con el triunfo del neoliberalismo mexicano (expuesto como el sueño de “foxilandia” en la segunda película de la serie) que recibe al fin el premio Nobel de Economía en manos del tecnócrata Pedro Lascurain Hartman por su teoría y praxis “Globalización y libre mercado, herramientas de justicia social para acabar con los pobres”. Lauro vigente impregnado cada vez más por el color de la corrupción y la impunidad generalizada, y anegado por los excesos del pincel de la sangre.
P.d. Texto publicado en SDPnoticias el 21-10-14, y recogido en el libro De Caruso a Juan Gabriel. Una mirada de la cultura en México. UJAT/Laberinto Ediciones/El caballo y la colina; 2019.