Al presidente Enrique Peña Nieto lo mandaron a la lona con la combinación más básica del boxeo, una de las más eficaces o letales: el uno-dos, esto es, el jab-derechazo

Cada vez que a los enemigos del expresidente se les pegó la gana, el estadounidense The Wall Street Journal y el británico The Guardian le aplicaron el uno-dos.

EPN no resistió demasiado. A mediados de su gobierno, la primera vez que lo golpearon con el jab-derechazo, Peña Nieto se fue a la lona. Se levantó, sí, solo para volver a caer con la siguiente combinación.

Así lo trajeron tres años hasta que lo dejaron totalmente destruido. No es un cadáver porque lo envió a terapia intensiva el ganador de las elecciones, el hoy presidente López Obrador —el tabasqueño no solo trató con magnanimidad al perdonarle la vida al derrotado Peña, sino que se aseguró de que le curaran las heridas.

Sobrevivió el exmandatario porque su sucesor es ante todo un hombre bueno que no estuvo dispuesto a patear al político que sus propios aliados, esto es, quienes lo llevaron al poder, destrozaron en cuanto sintieron que no les servía porque llegó a tomarse en serio algunas reformas para volver más competitiva a la economía, lo que quitó privilegios a quienes consideran más placentero el monopolio que el acto sexual.

Los mismos personajes, envalentonados porque noquearon a Peña Nieto, claramente se están lanzando contra López Obrador intentando el mismo uno-dos de The Wall Street Journal-The Guardian.

Ayer el diario británico, siguiendo el rollo —completamente irreal, absurdo y hasta cursi— de Reforma, Juan Pardinas y Carmen Aristegui acusó a AMLO de desatar amenazas de muerte contra periodistas.

Un día después, el periódico estadounidense ha dicho que México ha retrocedido en los primeros tres meses del gobierno de Andrés Manuel, lo que equivale a repetir, en inglés, la cantaleta ya muy aburrida y desgastada de Jorge Castañeda, Raymundo Riva Palacio, Sergio Negrete y Pablo Hiriart, de El Financiero; Héctor Aguilar Camín, Joaquín López-Dóriga y Carlos Marín, de Milenio; Templo Mayor, Denise Dresser y Jesús Silva-Herzog Márquez, de Reforma; Héctor de Mauleón, Carlos Loret de Mola y Alejandro Hope, de El Universal; Francisco Garfias, Leo Zuckermann y Jorge Fernández, de Excélsior; Alejandro Poiré y Carlos Mota, de El Heraldo; Ciro Gómez Leyva y Chumel Torres, de Radio Fórmula..

Peña Nieto hubiese resistido el uno-dos de The Wall Street Journal y The Guardian si hubiera tenido algo de pueblo a su favor, un partido con una mínima credibilidad, un estilo de vida y gobierno más austero, si al menos hubiera vendido el avión comprado por Felipe Calderón —sí, el que no tenía ni Obama—, si hubiera cambiado lo que no funcionaba en su gabinete, si hubiera sido más empático con el dolor del pueblo, esto es, más cercano a la gente, más natural, más hombre común y corriente y menos formal —sus asesores lo acartonaron al intentar presentarlo siempre “presidencial”...

Andrés Manuel tiene de sobra las defensas boxísticas que le faltaron a EPN: la mayoría de la gente a su favor, mucha más de la que votó por él; un partido creíble que, por lo visto hasta ahora en las encuestas, ganará no pocas de las elecciones de este y el próximo año; es austero hasta la pobreza franciscana, lo que se agradece; no solo va a vender el avión que no tenía ni Obama, sino que por ningún motivo vuela en aeronaves privadas; no vacilará en despedir a quienes no funcionen en su equipo: ya debe tener a varios en la lista; es absolutamente empático con el sufrimiento del mexicano de abajo, cercano al pueblo, para nada formal y se presenta simplemente como “Andrés Manuel” —no como “señor presidente”— cuando trata con las personas normales, las que saluda en aeropuertos, mítines, fondas en las que come en sus giras.

El uno-dos con The Wall Street Journal y The Guardian que fue mortal para Peña Nieto, no derribará a Andrés Manuel. Los patrocinadores de tales golpes tendrían que andarse con cuidado. Porque si la combinación jab-derechazo falla, debilita al que la intenta, que se queda con la guardia descubierta, esto es, se pone de pechito para recibir el golpe de nocaut.