Tras el regreso de Ricardo Anaya Cortés a la vida pública de México, bien vale la pena recordar las razones de la debacle en 2018 de la alianza tácita antilopezobradorista que obstaculizó el ascenso del político tabasqueño a la presidencia de la república en las dos ediciones electorales previas.

En 2006, el decadente PRI, a la sazón encabezado por el impresentable Roberto Madrazo, quien fuese presidente nacional del partido, y luego, candidato —aunado al apoyo de Elba Esther Gordillo y el SNTE—, hizo posible la estrechísima victoria (0.6% de los sufragios) de Felipe Calderón sobre el candidato del PRD, Andrés Manuel López Obrador, en el marco de una elección disputada y que ha sido motivo de controversias hasta el día de hoy.

Un buen número de priistas, al ver derrumbarse las posibilidades de elección de Madrazo, optaron por Felipe Calderón con el propósito de evitar el ascenso del provocador Jefe de gobierno del Distrito Federal, quien despotricaba diariamente en sus sesiones mañaneras contra el popular presidente Vicente Fox Quesada.

Seis años más tarde, la mediocre candidatura de Josefina Vázquez Mota propició que panistas naturales votasen por el candidato del PRI, Enrique Peña Nieto, con la finalidad de impedir —nuevamente— el ascenso de López Obrador, quien había protagonizado vergonzantes incidentes tras su rechazo al fallo del Tribunal Electoral de 2006, el bochornoso espectáculo del Zócalo y el cierre del Paseo de la Reforma. Una vez más, la alianza PRI-PAN se había hecho presente en los comicios.

En 2018 la historia sería distinta. La alianza anti López Obrador de 2006 y 2012 que hizo posible las victorias de los candidatos del PAN y del PRI, respectivamente, se vería diezmada en buena medida por el talante desafiante de Ricardo Anaya. Sus constantes referencias a la corrupción de Peña Nieto y de su círculo cercano, sus frecuentes amenazas de enjuiciarle por motivo de la financiación ilegal de las campañas de gobernadores del PRI, por el escándalo de la casa blanca y la estafa maestra deshicieron la alianza que había entorpecido la carrera de AMLO en los comicios presidenciales precedentes.

Así lo entendió en su momento el PRI, y enseguida, el gobierno federal inició una supuesta investigación sobre el origen de las naves industriales de Anaya en Querétaro. José Antonio Meade, por su parte, reviró agresivamente contra el panista en los debates, lo que consumó el rompimiento de la otrora alianza lopezobradorista.

En un ejercicio de historia contrafactual, si Ricardo Anaya hubiese contado con el apoyo del presidente Peña Nieto y de la maquinaria electoral de los entonces catorce gobiernos estatales del PRI —tras el derrumbamiento irremediable de la campaña de Meade— el destino político del joven maravilla bien pudiese haber sido distinto. Sin embargo, el PRI y el PAN decidieron no mirar hacia las elecciones de 2006 y 2012, y en contraste, se enzarzaron en una retahíla de acusaciones mutuas que hundirían eventualmente las candidaturas de ambos candidatos, y harían posible el ascenso fulminante de un movimiento político de escasos cinco años de existencia.

Por un lado, celebremos que en 2018 triunfó la democracia sobre los acuerdos de las cúpulas del PAN y del PRI, pero por el otro, México sufre diariamente las consecuencias de la decisión de sus ciudadanos.

En suma, Ricardo Anaya es medianamente responsable del triunfo arrollador de López Obrador de 2018. Su rompimiento con el presidente Peña y el forjamiento de una aberrante alianza electoral PAN-PRD, misma que contravenía los ideales de ambos partidos, aunado al carisma del macuspano y a su larga trayectoria política, hicieron posible el triunfo de AMLO con el mayor porcentaje de votos en la historia del México democrático.