Ayer por la tarde, 1 de diciembre, el presidente Andrés Manuel López Obrador rindió su segundo informe de gobierno desde el Patio Central de Palacio Nacional. En este contexto, yo quisiera rescatar algunos de los puntos anunciados más relevantes, y contrastarlos con lo que la evidencia ha demostrado.

Sí que es verdad que la popularidad del presidente ha derivado principalmente de una extraordinaria estrategia de comunicación, y que su éxito incontestable en las urnas en 2018 provino de una infatigable campaña a lo largo del país. López Obrador recorrió todos los municipios del territorio nacional.

En materia de combate contra la corrupción, yo no dudo —al igual que muchos mexicanos— de la honestidad personal del presidente. Sin embargo, a la luz de una investigación realizada por Mexicanos contra la Corrupción y la Impunidad, el 79% de los contratos de obra pública han sido otorgados mediante el procedimiento de adjudicación directa. ¿Dónde ha quedado el desparrame de honestidad que tendría lugar hacia los escalafones inferiores de la administración pública federal?

El presidente mencionó el fin del antiguo régimen, lo que evocó la Francia de los Borbones con la distinción de que no se ha alzado un cadalso y una guillotina en el Zócalo, y el fin de la parafernalia de los que ostentaban el poder. En este sentido, celebro que el presidente haya reducido los costos derivados de su aparato de seguridad. Sin embargo, el jefe del Estado optó, desde un inicio, por residir en un palacio virreinal, otrora sede de los representantes del rey de España.

En materia de reformas constitucionales, la educación de los niños y jóvenes no le perdonarán la abrogación de la reforma educativa, lo que supuso devolver al sindicato el control de la política educativa, y con ello, el retorno al sempiterno chantaje ejercido por los líderes de las secciones sindicales… y ¡ni hablar de la CNTE y sus acciones contra el futuro de nuestros estudiantes! En educación superior, López Obrador exaltó la creación de ciento cuarenta universidades públicas. Lo que he echado de menos —empero— es alguna referencia sobre la calidad de la educación impartida, con la esperanza de aguardar que las instituciones disten de la fracasada Universidad Autónoma de la Ciudad de México: fraude educativo insigne de su gestión al frente del gobierno del Distrito Federal.

Enseguida, el presidente puso el acento en las bendiciones de la austeridad republicana. ¡Bien por el fin de los lujos!... pero criticable pues ha sido en detrimento de la funcionalidad de las instituciones del Estado mexicano, y en particular, de los organismos autónomos, cuya misión histórica ha estado dirigida a crear contrapesos contra la centralización del poder presidencial.

En materia económica, López Obrador reconoció el impacto dramático del covid-19, y reiteró su convicción de haber cancelado el aeropuerto de Texcoco y la construcción de la refinería de Dos Bocas. Luego, aseguró que el país dejará de importar gasolinas. ¿Alguna consideración con los consensos mundiales en torno al tránsito hacia energías limpias? Ninguna.

A pesar de lo anterior, hemos de reconocer que todo gobierno merece el beneficio de la duda, y que una pertinente evaluación exige la utilización de toda gama de colores, desde blancos y grises, hasta negros. En este tenor, en materia laboral, celebro el aumento del 30% por ciento del salario mínimo, y la iniciativa en ciernes relacionada con la eliminación del outsourcing, pues los abusos de los empleadores mediante este esquema han dejado a millones de mexicanos sin derechos inherentes a su trabajo.

Finalmente, hemos de reconocer que a pesar de los errores, reveses, fracasos y algunos aciertos, el pueblo de México se siente representado en Andrés Manuel López Obrador. Lo mira, le sigue, le cree y le apoya, y a dos años de gobierno, el presidente goza de la aprobación de la mayoría de los mexicanos.