Hace muchos años, en Wilmington, un pueblito de Delaware, una joven mamá treintañera llamada Neilia, salió con sus hijos a comprar el pino navideño. Era el 18 de diciembre de 1972.

Subió en el asiento trasero de su carro a su hija, Naomi de un año de edad y a sus dos pequeños: Beu (3) y Hunter (2). Fue una tarde complicada. Los niños estaban muy inquietos y armaron un coro de lloriqueos. A duras penas Neilia escogió el pino y le ayudaron a montarlo en el techo del carro: lo sujetaron con sogas gruesas.

El regreso fue más placentero. Neilia habló con su esposo de un teléfono público para avisarle que ya volvían por fin a casa. Es la historia típica de un viaje familiar, donde el padre no está por cubrir asuntos laborales. La escena se ha repetido una y otra vez y forma parte de la vida cotidiana del sueño americano.

Imagino a la joven treintañera conduciendo por una avenida solitaria, con los tres hijos acurrucados en el asiento trasero del carro, y pensando seguramente en el menú de la cena de Noche Buena.

Sin embargo, la Navidad nunca llegó para la joven madre, ni para la pequeña Naomi. Hoy, 48 años después, el viudo de Neilia, un hombre viejo de 77 años, está a punto de ser presidente de EUA: Joe Biden.

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