Dicen que los períodos históricos alcanzan su verdadera dimensión después de muchos años, quizá décadas. Esto rompe absolutamente con la metáfora hecha por el famoso tango “Volver”, compuesto en 1934 por los no menos famosos Carlos Gardel y por Alfredo Le Pera, para el cual, en una parte de su letra, “20 años no es nada”.

Me recuerdo de esto, porque hace poco menos de un mes, específicamente el 9 de noviembre pasado, se cumplió el aniversario 30 de la caída del muro de Berlín, aquella terrible barrera física que desde 1961, y hasta 1989, separó en dos a dicha ciudad alemana, generando una repercusión enorme no sólo en el país europeo, sino en el mundo entero. A partir de entonces, no sólo se terminó unificando Alemania, sino también cayó el bloque soviético, y se puso fin a la Guerra Fría, aquel conflicto que las entonces dos grandes potencias del mundo, Estados Unidos y la extinta Unión Soviética, sostenían desde 1948, tras el fin de la Segunda Guerra Mundial.

La transición de la unificación alemana fue gradual, no sin los respectivos costos sociales, que muy bien retrata la película alemana Good Bye, Lenin! de 2003 (dirigida por Wolfgang Becker). No se ha completado absolutamente, porque aún hay alemanes “del Este” (la vieja Alemania socialista) que se sienten como ciudadanos de segunda clase.

Pero, tras 30 años, ¿ha sido el mundo un lugar mucho mejor, como se prometió tras el fin de la Unión Soviética? Como sabemos, luego del fin de la Guerra Fría, Estados Unidos alcanzó su poder hegemónico, convirtiéndose en el gran amo del mundo.

Las grandes promesas que siguieron a la caída del muro de Berlín, parecieron diluirse en diversos planos. Antes la lectura del mundo era más simple, Oeste y Este (socialismo o capitalismo), y después empezaron a reflotar otros problemas que estaban ahí escondidos, como fueron el nacionalismo, la xenofobia, los extremismos religiosos, etc. Los conflictos en los Balcanes, a inicios de los noventa, así como los conflictos religiosos en Oriente Medio y el Norte de África, con el surgimiento de los movimientos integristas islámicos, el ataque a las Torres Gemelas estadounidenses en 2001, nos demostraron lo múltiple que era el mundo en sus problemas. Además, tenemos a otros actores, y no sólo dos, que se pelean la hegemonía mundial, con Estados Unidos, China y Rusia como los actuales grandes protagonistas.

También, tenemos que otros muros físicos siguieron subsistiendo. Baste recordar el no tan conocido muro de la Franja de Gaza, que separa Israel de Palestina, por el cual 1,8 millones de palestinos están sometidos por el Gobierno israelí a un bloqueo terrestre y naval, con las respectivas consecuencias para el pueblo palestino. También, el llamado “muro de la vergüenza marroquí”, que en 2.735 kilómetros de recorrido, sujeto a una férrea y permanente presencia militar de la Monarquía marroquí, se enmarca esta barrera, sometiendo al pueblo saharaui en un muro de 3 metros de alto, dotado de fosos, muros de piedra, alambradas, campos minados, fortificaciones militares, 160 mil miembros del ejército marroquí, armamento y tecnología de última generación, que divide a los legítimos dueños de esas tierras de sus hermanos, que habitan los territorios liberados y los campamentos en Tindouf, en territorio argelino. Y, ni qué decir del muro de la frontera norte de nuestro país con los Estados Unidos, en que nuestros paisanos continuamente se sienten amenazados por redadas, en tratos verdaderamente inhumanos.

En el plano socioeconómico, todo hizo pensar con el triunfo del Capitalismo, materializado en el Consenso de Washington en 1989, el conjunto de medidas de política económica de corte neoliberal e instituciones como el Fondo Monetario Internacional (FMI), que se alinearon al entonces presidente estadounidense, Ronald Reagan, y a la primera ministra de Reino Unido, Margaret Thatcher, y que se propagaron con fuerza en América Latina a propósito de las Cumbres de las Américas que empezaron a celebrarse en 1994, y que reunían a los Jefes de Estado y de Gobierno de la zona, para poner como gran solución a los problemas de pobreza a la globalización neoliberal. Al cabo de 30 años del fin del Muro de Berlín, la desigualdad se ha profundizado de una forma que realmente es preocupante. Según datos de la propia ONU, hoy vivimos en un mundo más rico, pero también más desigual que nunca. Se están negando los derechos sociales y económicos a demasiadas personas en todo el mundo, incluidos los 800 millones que aún viven en la pobreza extrema. Peor aún, la desigualdad en los ingresos está en aumento, ya que el 10% más rico de la población mundial gana hasta el 40% del ingreso total; algunos informes sugieren que el 82% de toda la riqueza creada en 2017 fue al 1% de la población más privilegiada económicamente, mientras que el 50% en los estratos sociales más bajos no vio ningún aumento en absoluto.

Definitivamente, la caída del Muro de Berlín, hace 30 años, fue un hecho histórico. Sin embargo, quedan aún muchas deudas pendientes para lograr un mundo más justo, para el cual esto 30 años aún son nada.