Leí en la versión mexicana de The Huffington Post esa expresión, “Cártel Inmobiliario”. Tan peligroso o más que el Cártel del Golfo, el de los Zetas o el Jalisco Nueva Generación.

Citaban en ese diario digital a Salvador Mejía, de la firma Asimetrics, dedicada a la prevención del lavado de dinero.

“La corrupción pudo haber matado a muchas personas. El famoso cártel inmobiliario puede ser uno de los grandes asesinos en este terremoto”, dijo el señor Mejía.

Además de la pérdida de vidas humanas, la corrupción inmobiliaria en la Ciudad de México se traducirá en enormes pérdidas patrimoniales para miles de familias.

Según el diario Reforma, en México los sismos han dejado “140 mil edificaciones afectadas y la pérdida total de casi 50 mil inmuebles”.

Muchos de los edificios dañados están en la capital del país, y no pocos de ellos se ubican en zonas de clases medias y altas cuyos propietarios suponían que habían adquirido departamentos de calidad, para lo cual numerosas familias invirtieron no solo todos sus ahorros, sino que inclusive se endeudaron para pagar los inmuebles mensualmente durante años.

Ahora tienen que seguir pagando decenas de miles de pesos mensuales por apartamentos que, debido a los daños causados por el sismo, valen ya muchísimo menos dinero o de plano no valen nada. Y si no se van a vivir a lugares más seguros, podrán en peligro sus vidas.

Conozco un caso en la delegación Cuajimalpa, en Bosques de las Lomas, muy cerca de la famosa torre conocida como El Pantalón.

Uno de los apartamentos del primer piso sufrió daños visibles y en apariencia severos. 

Los vecinos llamaron a un perito en estructuras. Este ingeniero –en realidad acudieron dos especialistas– pidió los planos del inmueble. Rápidamente la administración del condominio llevó los planos con los que contaba. Los estructuristas, a la primera mirada, pidieron “los planos estructurales verdaderos”, ya que los exhibidos no correspondían para nada con lo que a simple vista se veía relacionado con las estructuras del inmueble, un edificio de 20 pisos en el que cada departamento de los pequeños tenía, antes del sismo, un precio de venta cercano al millón de dólares.

Como no había otros planos disponibles, se decidió pedir al gobierno delegacional los que se registraron en la Delegación Cuajimalpa cuando, hace años, se hizo la obra.

Los funcionarios de la delegación, colaboradores y con evidentes ganas de ayudar en la crisis, atendieron la petición sin poner ninguna traba burocrática.

Cuando los ingenieros estructuristas vieron los planos oficiales, por así llamarlos, dijeron que estos tampoco servían: no correspondían con el edificio construido.

Muchas familias ya han abandonado sus apartamentos, por los que pagaron mucho dinero o que rentan a precios de alquiler elevados.

Ahí no ha habido muertos. Pero, como dijo uno de los peritos en ingeniería, si no se corrige a la brevedad posible el desperfecto el edificio podría no resistir otro sismo.

El problema es que para corregir las cosas se necesita un diagnóstico correcto, que parte de tener los planos adecuados.

Seguramente el que tiene los verdaderos planos, que no son los que entregó a las autoridades, es el constructor, al que los vecinos no pudieron molestar el viernes pasado porque estaba recluido en un templo en una festividad religiosa.

Hombre piadoso, ese constructor no podrá quejarse frente a su dios si se le denuncia penalmente. Tendrán que proceder contra él los vecinos y hasta la Delegación Cuajimalpa que conoce el delito.

Sí, es un delito pedir permiso para levantar un edificio de viviendas y hacer otro distinto.

Es un delito que se castiga con cárcel. El constructor, cuando deje sus meditaciones religiosas, tendrá que responder ante el ministerio público. Como tendrán que hacerlo los funcionarios que en su momento participaron en tan vulgar acto de corrupción.

Si no empiezan a caer constructores mañosos y funcionarios sucios, la mafia inmobiliaria chilanga seguirá destruyendo vidas y patrimonios de los incautos que les compren, a precios infladísimos, sus departamentos mal construidos, pero eso sí, cimentados de la peor manera posible.