-A ver, yo estoy aquí a tiempo, a la hora del abordaje que dice mi pase de abordar que tengo desde la madrugada. Mire, ¡hice el check-in y todo!

-Sí pero es un vuelo internacional.

-Lo cual yo no sabía. Yo tengo un boleto a Mérida y no Miami.

-Bueno, pero estos vuelos se entregan [lo que sea que eso signifique] con los primeros pasajeros y se cierran antes, para poder hacer el balance del peso y demás procedimientos de la normativa de vuelos internacionales. Pero no se preocupe, ya está en el segundo lugar de lista de espera del siguiente vuelo a su destino nacional, sin costo alguno y en clase Premiere. Tiene suerte, no como el resto de los pasajeros con destino a Miami, que no tienen vuelo asignado.

-Ah bueno, en ese caso, muchísimas gracias por pensar en mí.

No hice una seña obscena ni murmuré siquiera un improperio porque capaz que perdía mis “privilegios” y realmente necesitaba llegar por lo menos a la mayoría de las actividades que tenía a lo largo del día. Así que me quedé parado esperando a que me refirieran a la mesa donde me cambiarían el pase de abordar. Y en eso vi a alguien, que a diferencia de los pobres turistas que venían en bermudas y chanclas y que ya se hacían en Miami, venía vestido con la misma etiqueta exigida para mí. Y como una persona normal en esta ciudad no anda de guayabera en noviembre en un amanecer a 6 grados centígrados, supuse que era la otra persona que tenía que llegar al mismo evento que yo, pero cuya participación, además de ser directamente coordinada por mí, de muchísimo mayor importancia que mi presencia. Es decir, él era el bueno.

Me acerqué y en efecto, ya nos reconocimos de cerca y resultó ser él quien tenía el “codiciadísimo” número 1 en la lista de espera. Pero él no podía estar en esa lista ni en ese vuelo ni en otro, porque la actividad dependía de su presencia, y ambos lo sabíamos. Afortunadamente, el abordaje de los que sacaron su pase y llegaron antes que nosotros continuaba, y pude negociar con alguien que no tenía prisa en llegar a su tierra de origen, que le cediera su lugar. Así acabé invitándole en agradecimiento el desayuno a un desconocido muy agradable.

Mientras teníamos esa charla propia de gente que jamás se había visto, como el clima, el dólar y el destape presidencial, al ver su pase de abordar de reojo, descubrí que teníamos un apellido en común. No hay muchos Novelo en la Ciudad de México, pero en el sureste del país abundan.

-Oye ¿y no seremos primos?

-Pues mira, te voy a responder lo que hace como 15 años le respondí a otra Novelo: “Le diría que no, pero dados recientes descubrimientos, probablemente sí”.

Esos recientes descubrimientos allá a principios de este nuevo milenio fueron, en concreto, toparme por casualidad con parte de mi familia que no sabía que existía.

Resulta que cuando yo estudiaba la carrera, una compañera siempre me pareció que le daba un aire a mi madre. De esas cosas raras, porque mi madre tiene un tono de piel muy peculiar y mi compañera uno distinto. Lo mismo pasaba con la estatura, el tono de ojos, el color de pelo; en todo diferían, pero joder, se parecían. No sé explicar cómo, pero se parecían.

Un año después de haber notado eso, ambos coincidimos en el salón, y aunque ya sabía su nombre y apellido, jamás había escuchado el segundo: era una Novelo. Y bueno, así pasé de la intuición a la sospecha. Hasta que una amiga que sabía de mis conjeturas y se llevaba bien con ambos, las tomó del brazo, la puso frente a mí y nos dijo “platiquen”. Y como aquí no tenía ningún sentido la charla de desconocidos -small talk, le dicen los gringos-, fui al grano, para no parecer un idiota, dadas las circunstancias:

-Hola. Nunca hemos platicado y solo tomamos juntos Procesal Civil, así que esto te va a parecer raro: ¿cómo se llama tu abuelo materno?

-Este…  lo conocí de bebé. No lo recuerdo. Pero según creo se llamaba Ramón.

-¿Ramón Novelo Casanova?

-Deja le marco a mi mamá.

- (…)

-Sí, así se llamaba. ¡¿Cómo sabes?!

-Porque así se llamaba el mío. Mucho gusto, prima.

-Jaja, ¡qué risa!

-No, no, no es broma. No es un homónimo ni una curiosidad de la vida. Es en serio: eres mi prima. Así que hoy vas a llegar con una historia muy interesante qué contarle a tu mamá.

Yo obviamente también llegué a mi casa con una historia muy interesante qué contarle a la mía y a mi tía.

Pero para que todo esto haga un poco de más sentido, para usted, probablemente aburrido lector, hago referencia de nuevo a lo que me dijo esa otra Novelo, una Notaria que me examinó en la materia de Contratos -como en toda mi carrera, en examen oral- un año después del parentesco descubierto. Cuando inició su réplica, que era la primera, lo hizo así:

-A ver, Velázquez, platíqueme del contrato de…no, no a ver, es usted Velázquez Novelo. ¿Qué no somos parientes? Porque me recuerda mucho a alguien, que no me acuerdo ahorita quién es.

-Pues hace unos meses le hubiera dicho que no. Pero ahora le digo que no lo sé, ya que vine a descubrir a esta escuela hace unos meses a una prima que de hecho pasó a examen el primer día. Y con ella, toda una vertiente de mi familia que desconocía. Y bueno, sin entrar a detalles, resulta, licenciada, que yo vengo de la “casa chica”.

- ¿Y eso le sorprende?

- ¿A usted no?

-¡Claro que no! ¡Usted no es del sureste entonces!

-No, tengo familia en Mérida, pero no de esa rama, o más bien no de lazos reales de sangre.

-Ah pues vaya más seguido a ver a su parentela no consanguínea y se enterará de lo que los abogados llamamos “hecho notorio”: Que un Novelo, por tradición, tiene la casa grande, la casa chica y las amiguitas. Todos con el apellido, y todos conociéndose tarde o temprano. Tradición iniciada por un pirata italiano que asediaba Campeche y…bueno, bueno, le platico saliendo, ahora vamos con la réplica, a ver, déjeme pensar en un contrato, que todo esto me distrajo.

-Muy bien, licenciada. Yo espero, y mientras, le comento que ahora que lo dice usted es muy parecida a mi tía.

-¿Ya ve? Somos parientes. Se lo aseguro. De hecho, ya me acordé a quién me recuerda. ¿No es usted hijo de la licenciada Elsi Novelo, que trabajaba en el Registro Público de la Propiedad? Porque se parece mucho.

-Sí, es mi mamá.

-Ah, pues ya está. Platíqueme sobre nuestro sistema registral, que seguro domina por su mamá.

Y para mi maldita suerte, yo no había estudiado el chingado sistema registral; porque son los últimos malditos artículos del Código Civil, que tiene más de tres mil, porque eso nunca se lo preguntan a nadie. Maldita presunción prejuiciosa sobre las habilidades de los hijos respecto de los padres. Mi madre es una extraordinaria bailarina de danzas regionales como el hawaiano, tahitiano, árabe, griego y recientemente la danza ritual hindú y otras danzas indias de otras subculturas no hindús. Yo bailo como oso y no puedo mover la cadera. Mi madre es una buena abogada en derecho familiar. Yo lo odio. Mi madre aprendió derecho administrativo en la práctica y nunca le ha gustado mucho Yo lo escogí como mi rama y en eso hice mi maestría. Mi madre es budista y el mejor viaje de su vida fue uno de meditación a templos sagrados de la India y Nepal. Yo soy incapaz de meditar y no podría practicar la compasión budista, como tampoco el amor cristiano, los cuales he estudiado mucho en doctrina de ambos pensamientos, a pesar de mi ateísmo. Mi madre es una Novelo, muy diferente a este Velázquez Novelo. Pero Novelos todos: ella, mi comensal del desayuno, mi prima descubierta y su familia, la notaria que trapeó conmigo en el examen y otros más que se me van cruzando en la vida.

   Y toda esa historia por culpa de un pirata con incontinencia reproductiva, y de su dignísimo descendiente, Ramón Novelo, mi abuelo.

De estos dos y otros Novelos les platicaré en la siguiente entrega, porque estoy a punto de aterrizar y salir corriendo al evento al que me podré incorporar tarde, pero sin mayores, consecuencias, gracias a la amabilidad, disposición y atenciones institucionales de la persona que lo coordina, pero sobre todo, gracias a  su comprensión, tolerancia, cortesía e inmerecidas consideraciones que ha tenido para conmigo.

¿Adivinen cómo se apellida?