Envanecido como nadie, Felipe Calderón trata de buscar la dirección correcta, asimismo, los mecanismos y el motor que lo revivan cerca de una imagen que prevaleció en nuestro sistema político, de acuerdo al resultado de una fabricación y manipulación acelerada por el fraude y la mentira; ahora respira bajo el recuerdo que genera una percepción ominosa de todo una Nación. La mayoría de la sociedad le ha mostrado su rechazo a uno de los expresidentes más soez, falaces y espurios que haya conocido.

Calderón alimenta su ira de la imagen del presidente cuantas veces visualice una coyuntura; busca las condiciones perfectas para contraatacar; al mismo tiempo, trata de generar una corriente de opinión contra los temas de la agenda pública, al más puro estilo del Calderonismo: cínico, desvainado, pedante, narcisista, burlón, acrítico e inflexible. (“Por cierto” una fotografía de un bar de Campeche, por supuesto que no dice nada, pero nos hace viajar y reflexionar algunos fragmentos que narró Julio Scherer en “Calderón de cuerpo entero”, sobre los excesos por la bebida, y la arrogancia que matizaba cuando estaba indispuesto).

Felipe Calderón llegó como presidente por la puerta de atrás, y asimismo se fue. Hay que recordar que se instaló en Palacio Nacional, con una de las elecciones más sucias de la historia contemporánea de nuestro país. La experiencia que tuvimos con el michoacano, ni siquiera trascendió conforme a un cambio sustancial; hubo manipulaciones, fraudes, corrupción, clientelismo, mentiras; de igual forma, benefició la expansión de las empresas trasnacionales, y estimuló su estancia con la condonación de impuestos, favores, licitaciones, concesiones y demás. Asimilar esas acciones, nos ha llevado a concientizar de la clase de ciudadano que constituye auténticamente la radiografía de su perfil y el fracaso.

Sí, del fracaso. Fue un fiasco como presidente.

Se ha quedado prácticamente solo, sin estructura, sin aliados, sin poder

No ha sido capaz ni de construir una convergencia que al menos haga contrapeso como figura. Sus comentarios y réplicas producen irritación en la entidad, más que impacto. Hoy se enfrenta a una nueva sociedad, consciente, emancipada, libre y con un esquema democrático que rompió con el paradigma del fraude y la manipulación.

Los desafíos son otros. Atrás ha quedado esa imagen de Felipe Calderón, que ha tratado de impulsar un proyecto social a través de México Libre. Sin embargo, no ha superado la normatividad institucional del INE; tiene problemas de convocatoria; su avance ha sido lento, y sobre todo concretando las viejas prácticas del acarreo y la compra de voluntades. Ese desafío sustancial pende de un hilo porque nadie lo sigue; no tiene elocuencia, tampoco efecto.

No ofrece alternativas. Tiene una incapacidad de arrastre; no veo por dónde pueda penetrar, ni mucho menos conformar un diseño de oposición.

Sus acciones se ven huérfanas, amorfas, y carecen de credibilidad.

Este comportamiento ha ido permeado unos muchos contextos, porque que su calidad moral, atraviesa por una crisis de credibilidad y confianza. El más claro ejemplo se vivió en el Tecnológico de Monterrey, donde cerca de veinte mil estudiantes, mostraron su rechazo a fin de que el expresidente se presentara en las instalaciones institucionales para un simposio internacional de Derecho. A eso le podríamos llamar conciencia política y social; pero de igual forma, una indiferencia y animadversión sustancial por Felipe Calderón.

En términos políticos, esto no puede ser otra concepción más que fracaso.