Nadie puede ganar todas las partidas; todos los arriesgues. Aunque se trate de un experto o un sabio; o “el mejor” en su campo de dominio. Es lo que ha sucedido con la participación del presidente López Obrador en la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas en su 75 aniversario en 2020. Un político fraguado en tantas batallas; muchas perdidas, otras ganadas. Ahora que ha triunfado con el impulso popular la mayor de ellas, la presidencia de la república en 2018, dos años después y a pesar de ataques, complots, mentiras, calumnias, insultos, se maneja con gran soltura, domina su terreno de acción con amplitud, tiene básicamente el control del país y no obstante la crisis de la pandemia causada por el Covid-19 y la crisis económica subsecuente, el dominio se percibe prácticamente todos los días en las conferencias matutinas de Palacio Nacional; aunque a veces pueda perderse en retórica, reiteración, obsesión y la asunción de una suerte de apostolado cristiano intolerable a los no creyentes y ateos.

En no pocas veces, el desempeño del presidente en las conferencias matutinas es magistral; también en decenas de mítines durante las giras. Exhibe a los adversarios, bromea a sus costillas, los ubica en su condición de responsables de la corrupción y de la catástrofe de los últimos decenios, desarrolla algunas buenas disertaciones históricas, está bastante bien enterado de casi todos los temas y problemáticas del país; expresa sentido del humor. Pero no pocas veces comete pifias, lapsus, errores; siempre corregibles.

En relación a la Asamblea de la ONU, aunque se hubiera deseado algo nuevo, fresco, su discurso era predecible: la reiteración del combate a la corrupción, la crisis actual y los tres momentos históricos que han conducido de manera lineal a la “Cuarta Transformación” que él encabeza; y no por predecible deja de tener credibilidad. No obstante, cometió dos errores puntuales que debieron haberse evitado pues se le han señalado con anterioridad tanto por parte de los adversarios como de los críticos propositivos. La referencia a Benito Mussolini y al avión presidencial; sobre todo a la manera en que lo hizo.

1. Benito Juárez García es la figura central de las Segunda Transformación en la propuesta de López Obrador. El movimiento de Reforma, “muy importante y de trascendencia mundial que encabezó… un liberal, el mejor presidente que ha habido en nuestra historia, un indígena zapoteco… se le conoció como el Benemérito de las Américas. Fue tan importante su proceder y su fama que Benito Mussolini lleva ese nombre porque su papá quiso que se llamara como Benito Juárez”. Citar con orgullo ante la ONU a uno de los líderes de las Potencias del Eje que fue derrotado por los Aliados para construir a partir de allí la Organización que celebra su 75 aniversario, no ha sido muy afortunado. Como decir, sin atender a la cronología, que otro líder del Eje, Hitler, llevaba el nombre de otro buen presidente de México, Adolfo de la Huerta (y que además era cantante). Fuera de lugar. Pudo haberlo mencionado en otro tono, reflexionar que era tan grande su obra y fama que hasta los malvados llevaban su nombre; por otra parte, parece que en Italia ese apelativo es o era bastante popular gracias al monje local cristiano Benito de Nursia (480-547).

2. Citar como parte del combate a la corrupción a “un avión presidencial, [que] existe todavía, pero está en venta, ya lo rifamos y todavía vamos a venderlo”, sobre todo su fraseo, no puede más que prestarse a bromas. Esta confusión deriva de la necedad de no querer aceptar públicamente que no es el avión sino su equivalente en dinero lo que se ha rifado; pero, ¿para qué recurrir a la demagogia si todo puede ser tan claro?

El asunto de Benito ya lo había abordado el presidente dos o tres veces, el del avión, ha sido un tema muy recurrente; parecía que con la rifa del dinero habría sido suficiente, pero no. Resulta preocupante que nadie de su equipo cercano le comente lo infortunado de estos y otros casos; ¿o es verdadera la fama de que López Obrador nunca ha escuchado a nadie?

Para los mexicanos, aunque reiterada y obstinada (por razones pedagógicas, se argumenta), ya conocemos la retórica presidencial vigente. Pero, ¿cómo suena al entendimiento de los presidentes del mundo en torno a la ONU, los embajadores, los funcionarios internacionales? Sin duda extraño y no tan fácil de explicar, de entender.

Naturalmente que ambos tópicos se convirtieron en el manjar de los adversarios del presidente y de la 4T. Comidilla, postre, bebida embriagante, droga en las redes sociales, en las notas, en los artículos de opinión; en los medios tradicionales.

Cierto, hay que subrayarlo, la figura de Juárez es fundamental en la historia y el presente de México. El combate a la corrupción es esencial para el cambio en el país. Por otro lado, algunos analistas han criticado, como ya es usual en asuntos internacionales, que el presidente mexicano en vez de ser universal fue nacionalista, “etnocentrista”, que “se olvidó del mundo”. Por el contrario, en este punto López Obrador tiene razón, la mejor política exterior es la interior; la fortaleza interna se irradia hacia el exterior como poder.

Después de esta experiencia, López Obrador tendría que admitir que en ciertos momentos no es suficiente con “la arrogancia de sentirse libre”, de sentir que se nada “como un pez” en la interpretación de la historia y en la propuesta teórica, ideológica y pragmática, saber que se tiene la capacidad de la oralidad y la memoria. La arrogancia no debiera impedir que en esos momentos que se requiere de solemnidad, de esencialidad, de trascendencia universal se pueda recurrir a un guion y aun al documento escrito; también es importante escuchar la crítica. No se pueden ganar todas las partidas.

La crítica al presidente en estos y otros puntos tiene un carácter lesivo cuando nace del odio, el rencor, el desprecio y el clasismo. Muy otro, cuando proviene de un ánimo propositivo; se trata precisamente del apoyo crítico.