La emboscada de la que fueron víctimas las mujeres y niños de la familia LeBarón es una tragedia terrible pero cotidiana. Es reclamo. Hay varias aristas que pueden ser analizadas para entender este lamentable suceso dentro de su real dimensión. Sin normalizar la violencia, destaca cómo es que, durante los últimos años, constantemente, asesinan a familias mexicanas completas, tirotean fiestas infantiles, se cometen feminicidios brutales con torturas sexuales inimaginables de por medio, sin que arda la indignación a los niveles que se ha disparado el caso LeBarón. Pareciera que, en el subconsciente colectivo, las vidas de mujeres, niñas y niños mexicanos no tuvieran asignado un valor tan alto. Me atrevo a decirlo tras conocer a fondo más de un caso de feminicidio donde las víctimas y sus familiares han recibido el más cínico de los silencios.

El caso LeBarón se presentó en uno de los momentos más inestables del Gobierno de Andrés Manuel, hipersensibilizado por la doble nacionalidad de aquella familia que necesariamente convierte el asunto en algo diplomático. El operativo fallido de Culiacán, el descontento militar ante las filtraciones de información y nombres hechas por el presidente a petición pública, los rumores en las élites militares para cambiar el timón en la estrategia de seguridad que, sin duda alguna, las declaraciones del General Gaytán y la evidente falta de coordinación hecha notar por las contradicciones en las que incurrió Alfonso Durazo, fueron tierra fértil para el caos y la indignación intervencionista de un país que ha utilizado a México para absorber aquello de lo que no quiere responsabilizarse, como migración, armas, mercado de drogas y otros asuntos.

Zygmunt Bauman, el intelectual polaco, ya anticipaba en Tiempos Líquidos” la estrategia de capitalizar el miedo y lo aborda desde la costumbre instalada en los primeros años de lo que llama “el asalto neoliberalista al Estado social”, explicando una máxima que se repite en las sociedades con modelos económicos como el nuestro: las personas están dispuestas a sacrificar su libertad con la promesa de lograr un mínimo de seguridad y protección al capital que han logrado consolidar, cualquiera que este sea.

La emboscada y asesinato de los LeBarón debe ser aclarada, así como el ataque a la Fiscalía de Ciudad Juárez Chihuahua. Anticipar cualquier versión sin tener elementos suficientes de investigación no sólo sería irresponsable, sino que sería violentar la memoria de las víctimas fallecidas. Basar un análisis de los hechos partiendo del sensible antecedente de los LeBarón sería también irresponsable. Me refiero a las versiones documentadas en diversos medios sobre el trágico episodio en el que Jacqueline Le Baron, cumpliendo instrucciones de la familia, estuvo en la lista de los 10 criminales más buscados por el FBI tras entregar un pago a su hermana Cynthia Le Baron para matar a sus propios familiares que renunciaran a su culto, tal como lo detalló en un hilo de Twitter Carmen A. Coleman, y como lo confirma la declaración de Cynthia Le Baron, cuando en medio del juicio por este delito confesó haber matado a tres adultos y a una menor de ocho años con su misma sangre, hecho por el que posteriormente fue recluida.

https://twitter.com/CarmenAColeman/status/1191837205020467200

Es bien sabido que, en tiempos de caos, hay tierra fértil para la intervención estadounidense que se mantiene como una tentación constante propia del imperialismo. Los recientes hechos no son aislados y nada ayudaría más a nuestro país que las acciones de freno al tráfico de armas por parte de Estados Unidos. Sin embargo, la repentina actitud intervencionista de Estados Unidos debería encender alarmas y llamar a la unidad partiendo de que la “ayuda” es ofrecida por un país que ha auspiciado golpes de Estado reales y legitimado la tortura de forma sistemática. La cuna del “derecho penal del enemigo” y las operaciones que se han acreditado desde hace décadas para intervenir en América Latina deja claro que, en ocasiones, el interés de ese país no es compatible con la democracia.

En nuestro país, ideologizar la inseguridad es un acto de injusticia para todas las víctimas. Ninguna muerte puede estar sujeta a una valoración política de la tragedia. En tiempos de Felipe Calderón, la visión utilitarista con que llamaba “daños colaterales” a las pérdidas humanas fue cobarde, indigno y eso, lastimó profundamente a la ciudadanía y no debe repetirse.

Es por ello que resulta tan bajo, aunque no inesperado, que Donald Trump y su gobierno tengan intención de capitalizar políticamente una tragedia para sugerir, justificar o iniciar una intervención militar en México, que convenientemente se sitúa en el momento en que los guiños para crear una alianza de las izquierdas en América Latina con Argentina, Bolivia y Ecuador se presenta. Ningún mexicano debería estarle pidiendo al ícono de la hipocresía y doble moral que intervenga en nuestro país.