La megadeuda, las empresas fantasma, los desaparecidos y los muertos de Allende, Piedras Negras y La Laguna no son de Miguel Riquelme, pero su deber es investigarlos si en realidad desea romper el círculo de corrupción e impunidad de los dos últimos sexenios. El lagunero ha dedicado los primeros meses de su gestión a deshacer entuertos. Luego de una elección manchada por la sospecha y una resolución controvertida del TEPJF, no tenía otro camino. Rubén Moreira sembró vientos y Riquelme cosecha las tempestades. El PRI perdió casi un cuarto de millón de votos con respecto a la elección de 2011.

Gobernar un estado polarizado, en sequía financiera y bajo el acecho de Rubén Moreira, quien resultó ser más autoritario, soberbio e intolerante que su hermano Humberto, representa un reto para Riquelme. En las postrimerías de su sexenio, Moreira declaró a Sergio Cisneros, director editorial de Zócalo Saltillo: “Trataré de ser un buen exgobernador. Estoy preparado para no meterme en lo que no me importa, en donde no me llaman y en donde no me debo meter, aunque me importe”. Era una intención, no un compromiso. Moreira II fue mal ejecutivo y como exgobernador puede ser peor.

El poder no se comparte, pero cuando se divide los resultados son desastrosos. Humberto Moreira cometió el error de compartirlo con Rubén y este, en su sexenio, lo ejerció de manera despótica y negó a su hermano. En un audio difundido a finales de 2016 en redes sociales, el exlíder del PRI le recrimina: “Eso de que ‘yo no soy Humberto’, dice él. No, ni yo soy Rubén, cabrón. Yo no soy traidor como él, yo soy de una palabra y soy derecho”.

Hasta hoy a Rubén las cosas le han salido a pedir de boca. Humberto es el villano y lleva la peor parte de la historia familiar: se le responsabiliza de la megadeuda por más de 36 mil millones de pesos, cuando su hermano designó a gran parte del gabinete y controlaba la Secretaría de Finanzas; le asesinaron a un hijo (José Eduardo); fue expulsado del PRI y detenido en Madrid por presunto lavado de dinero; sufre el estigma de pertenecer a la lista de “Los diez mexicanos más corruptos de 2013” de la revista Forbes, y vive en el ostracismo. Mientras tanto, Rubén, a quien las Auditorías Superior del Estado y de la Federación le han descubierto irregularidades por más de tres mil millones de pesos, cuyo gobierno disparó la deuda a más de 40 mil millones de pesos, operó una red de empresas fantasma, provocó la quiebra del sistema de pensiones de los trabajadores de la educación y ha sido acusado de brindar protección al cartel de los Zetas, fue colocado por Peña Nieto en el tercer puesto de mayor jerarquía del PRI. También dirige la estrategia electoral de José Antonio Meade, el candidato presidencial más “honrado”, según Peña. ¿Con Rubén en su equipo?

La arrogancia y el despotismo de Moreira, quien ya tiene una diputación plurinominal asegurada (un voto por Meade es un voto por Rubén, insisto), casi hicieron perder al PRI Coahuila el año pasado (es cierto, lo retuvo por las malas). Riquelme es quien ejerce el poder ahora y a quien los coahuilenses le exigen resultados, abrir el expediente de la deuda y castigar los desafueros de su exjefe. El gobernador no debe permitir intromisiones de sus predecesores, aunque el único que parece sentirse con derecho para hacerlo es Rubén. Si lo tolera, se debilitará y se confirmarán los señalamientos de las oposiciones en el sentido de que sería la continuación del moreirato.