La mafia no quiere al papa Francisco, y no precisamente la siciliana o la del crimen organizado mexicano, sino la que ha construido el alto clero.

Mafia que tiene el control financiero del Vaticano, un paraíso fiscal donde se lava dinero, despilfarran, hurtan y desvían millonarios donativos internacionales para construir y comprar departamentos de gran lujo a los cardenales y a los más altos funcionarios de la Santa Sede.

Ésa es una parte del hampa que Jorge Bergoglio tiene que enfrentar, como lo han revelado los periodistas italianos Emiliano Fittipaldi en su libro Avaricia y Gianluigi Nuzzi en Vía Crucis.

Dos textos que pudieron llegar a contar con el visto bueno del sumo pontífice, tanto para dar a conocer a sus enemigos como para protegerse de cualquier conspiración que, seguramente, ya opera en su contra.

Pero hay otra u otras mafias tan poderosas y peligrosas para la integridad física y política de Francisco, como es toda esa Iglesia que protege a sacerdotes pederastas incrustados en los más altos círculos del poder eclesiástico del mundo, vinculados a operaciones financieras ilícitas y que ha tejido, junto con gobiernos civiles, pactos de complicidad e impunidad.

Este papa jesuita, liberal, cuenta también entre sus enemigos con esa Iglesia conservadora y dogmática diseminada por el mundo, que vive lo mismo en catedrales o en parroquias aferrada a dogmas y fanatismos que no quiere cambiar.

Jerarcas y sacerdotes sienten miedo y tienen aversión hacia un reformador que ha dado muestras de estar dispuesto a cambiar las estructuras medievales y corruptas de una institución religiosa que ha dado por siglos la espada a la gente y ha estado cerrada al mundo contemporáneo.

Un catolicismo incapaz de dar respuesta a los nuevos problemas y desafíos sociales, que se limita a satanizar la homosexualidad, el aborto y la biogenética. Que se ha olvidado de sus principios cristianos originales para convertirse en una trasnacional a la que sólo le interesan los pobres en la medida en que consuman sus productos y les llenen templos.

En resumen, a Bergoglio no lo quieren las estructuras del poder eclesiástico. Él también las desprecia. Como han dicho sus biógrafos: Francisco se bolea él mismo los zapatos para dar un mensaje de humildad al mundo y a todos esos curas que se creen inmortales e indispensables.

Sotanas cuya pestilencia ha provocado una fuga incalculable de feligreses. El argentino tiene como misión impedir que la Iglesia católica termine de deshacérsele entre las manos y sabe que sólo podrá recuperarla provocando un cisma en la forma de gobernar al catolicismo.

Bergoglio quiere poner fin a un estilo monárquico de mando. Un objetivo que no sólo está dirigido al alto clero sino al poder civil.

Desde el papado está empujando también un cambio en la forma como los jefes de Estado ejercen el poder y practican la democracia. Y es que el mismo desgaste y descrédito de la Iglesia católica afecta a la política y a los políticos.

El Papa trata de colocar las semillas de un mundo nuevo. La gran duda es si las mafias, la religiosa y la secular, se lo van a permitir.

Francisco ha dicho tener conciencia de que su mandato será breve. Tal vez lo dice no sólo por la edad —tiene 80 años— sino porque alguien puede tratar de poner fin a su proyecto y a su vida.

Beatriz Pagés @PagesBeatriz www.siempre.com.mx