¿Qué hace falta que haga Andrés Manuel? Usar siempre los cubrebocas, las mascarillas, los barbijos (así, barbijos, palabra que viene de barba, es como los llaman en Argentina). Cubrebocas presidenciales, sí.

Sin duda, dirán los simpatizantes del presidente AMLO que es mucha necedad insistir en que use el cubreboca. Pero como el propio Andrés Manuel recordó en la mañanera de hoy martes 11 de agosto, para que las ideas verdaderamente se difundan hay que repetirlas, repetirlas, repetirlas, repetirlas... y repetirlas.

Andrés Manuel perdonará la necedad

Le voy a contar al presidente López Obrador una historia real sobre los cubrebocas. Ocurrió en San Francisco, en 1918.

La conocí gracias a un interesante artículo de Jasmin Lörchner, en Der Spiegel. Lo he leído con la ayuda de traductores de internet, bastante más eficaces que los usados por la Secretaría de Turismo para promover a México en el extranjero. Como no hablo —ni leo ni escribo— en alemán, admito la posibilidad de no haber entendido algunos detalles del mencionado texto, pero creo que lo fundamental lo he captado.

En el gobierno de México existirán traductores profesionales y competentes. Tanto en la Secretaría de Relaciones Exteriores como en la Fiscalía General de la República; en esta última, supongo, hay intérpretes oficialmente considerado peritos. Cualquiera de ellos podría —en mi opinión, debería— entregar en las oficinas del presidente López Obrador el escrito de Lörchner en castellano no solo por cultura general, es decir, para aportar al entendimiento de la historia de las pandemias, sino para tratar de convencer a Andrés Manuel de que siempre traiga consigo una mascarilla, independientemente de si se la quita para hablar en sus eventos, sobre todo en las conferencias de prensa mañaneras. Por cierto, la galería de fotos que acompaña a la nota es muy buena.

Pienso que AMLO ha hecho un gran trabajo. Sobran razones objetivas para pensar que es el mejor presidente posible para las peores crisis, sanitaria y económica, imaginables. Si algo le reprocho es no predicar con el ejemplo el uso de los cubrebocas.

El artículo de Spiegel vale la pena porque narra una disputa por la utilización de los cubrebocas en San Francisco, en 1918, durante la segunda ola de la mal llamada gripe española en tal ciudad estadounidense.

En resumidas cuentas, dice Jasmin Lörchner, San Francisco había enfrentado con eficacia la primera ola de la pandemia, por lo que en el otoño de 1918 relajó el requisito de la máscarilla, “que era impopular entre muchos ciudadanos”. Se trató, lamentablemente, de “un error fatal”.

El 21 de noviembre de 2018, a las doce en punto, “el aullido de las sirenas anunció a los ciudadanos de San Francisco… que el peor período de la gripe española en su ciudad había terminado y se levantó el requisito de la mascarilla”. 

La gente se quitó los cubrebocas y los tiró. Las banquetas se llenaron de las telillas que habían sido fundamentales para derrotar a la pandemia…  en su primera etapa, conste.

Las autoridades manejaron muy bien la primera oleada:

√ Rápidamente tomaron medidas de mitigación, particularmente la de obligar a la gente a usar el cubrebocas, con lo que se logró aplanar la curva de verdad.

√ Se multaba y aun encarcelaba a quienes no usaban la mascarilla o la traían colgada en el cuello o solo tapando la boca pero sin cubrirse la nariz. Llegó a haber más de 100 detenciones en un solo día.

√  Cuando se permitió dejar los cubrebocas, el diario San Francisco Chronicle tituló: “San Francisco felizmente se quita las mascarillas en poco tiempo”.

Pero… las pandemias siempre son traicioneras

Pocos días después de que el 21 de noviembre de 1918 se eliminara la obligación de usar la mascarilla, llegó la segunda ola de la gripe española.

“El 7 de diciembre, la ciudad registró 722 nuevas infecciones, una semana después más de 1500. Los políticos vacilaron con una nueva regulación: los comerciantes temían el negocio navideño, los operadores de restaurantes ya habían sufrido el primer cierre”.<br>“El 10 de enero, se notificaron 600 nuevos casos en solo un día. Por lo tanto, el alcalde Rolph volvió a hacer obligatorias las máscaras a partir del 17 de enero”. <br>

Jasmin Lörchner, Spiegel

Hubo una importante protesta social contra los cubrebocas. Los periódicos cuestionaban su efectividad, mientras médicos y ciudadanos en general formaban la Liga Anti Mascarillas. Argumentaban que obligar a usar los cubrebocas no era una medida eficaz y, además, esgrimían un derecho fundamental: que se atentaba contra la libertad personal.

El alcalde James Rolph y su experto en salud, el Dr. William C. Hassler, no cedieron. Defendieron su posición con un argumento convincente y lógico: “Deberíamos dedicar nuestra atención a cosas importantes en lugar de discutir sobre los pequeños inconvenientes de llevar mascarillas”. 

Así las cosas, poco tiempo después, a finales de enero, contabilizaban en San Francisco una caída de 75% en nuevas infecciones. La obligatoriedad del cubrebocas terminó el 1 de febrero de 1919.

En México mucha gente ha aceptado con responsabilidad las mascarillas. Pero también bastantes personas no se ponen los cubrebocas o se lo quitan en público, inclusive en espacios cerrados. Con su infinita popularidad Andrés Manuel ayudaría a que su uso correcto se generalizara si a diario llegara a las mañaneras con la mitad del rostro tapado. Más rápido saldremos de la crisis sanitaria si todos entendemos lo que debe hacerse.

En la mañanera de ayer, el presidente López Obrador se negó a darle la mano a un gasolinero premiado. En vez del contacto físico —algo absolutamente inconveniente en la pandemia—, Andrés lo abrazó a distancia. Se vio muy bien el mandatario. Se verá mejor si siempre trae su la mascarilla puesta, aunque se la quite para hablar.

Pregunta al margen

¿Ustedes qué vacuna preferirían aplicarse, la rusa o la gringa? Yo, la que han pagado por adelantado los suizos, líderes en temas farmacéuticos: la de la compañía Moderna; gringa, sí. Por ciertos traumas patrióticos y aun por ideología nacionalista, me encantaría pensar que la vacuna de Rusia es mejor, pero honestamente hablando no confío en Putin y sus anuncios pomposos. Tampoco confío en Trump, pero en Estados Unidos, es la verdad, para lo importante nomás no pelan a ese presidente tan locochón.