Enfermedad de viejitos

En un viaje reciente tuve problemas con mis anteojos —lentes, gafas; objeto con distintos nombres, pero que a mí desde niño me ha ayudado a mejorar mi visión—, así que con toda naturalidad acudí a una óptica. Después de analizar mis ojos durante pocos minutos, la optometrista me sugirió acudir a un oftalmólogo: “No puedo hacerle la graduación. Puedo estar equivocada, pero creo que usted padece de cataratas; un especialista deberá decidirlo”. Como supongo que mi rostro reflejó algún tipo de desazón,  ella decidió tranquilizarme: “No se preocupe, es normal en las personas mayores”. Mal de viejitos, pues.

El especialista

Como no tenía nada mejor que hacer, por teléfono pregunté a un amigo que me ayudó a pactar una cita, para un par de horas más tarde, con un oftalmólogo. Su consultorio se ubicaba a tres kilómetros de la óptica, así que caminé. No resultó tan sencillo porque los últimos dos mil metros eran cuesta arriba, no un puerto de primera categoría del Tour de Francia, pero suficientemente pesado para agotarme.

En cuanto me vio, sudado y asoleado, la asistente del médico me pidió tomar asiento y ella misma me llevó un vaso de agua.

Al recuperar la respiración, antes de entrar con el especialista, pasé al baño, me mojé la cara, me sequé y más o menos oculté el agotamiento. Las cataratas son cosa de viejitos, caminar cuesta arriba no. Algo tendré que hacer para mejorar mi condición física.

Y sí, padezco de cataratas: el oftalmólogo de aquel país lo diagnosticó —o confirmó el diagnóstico de la optometrista—, por lo tanto tendré que recurrir a un médico mexicano para que me opere.

Los viejitos somos como niños

Ayer estaba en ese trámite: hacer cita con una especialista; hoy la veré. Mientras me ponía de acuerdo con la doctora, quien curiosamente tiene su consultorio en el área de pediatría de un hospital de la Ciudad de México —quizá porque los viejitos enfermos de cataratas, por otro efecto de la edad empezamos a actuar como niños—, pensé en el significado de la palabra: “cataratas”. Durante casi toda mi vida las únicas cataratas que me importaban eran las del Niágara; este destino turístico tiene fama y siempre he escuchado hablar de él. Alguna vez, inclusive, lo visité. ¿Me gustó tal sitio? Sin duda, sí… pero no me pareció una caída de agua más bella que la modesta Cola de Caballo, de Santiago, Nuevo León. Cada quien sus cascadas.

Golpear hacia abajo

El hecho es que fui a una web de etimologías para buscar el origen de la palabra. Lo encontré: viene del prefijo κατὰ, del verbo ἀράσσειν y del sufijo -της. “Todo junto significa ‘el que golpea hacia abajo’. Por una parte se refiere a cascada, y por otra al impedimento visual que hace sentir al enfermo como si estuviera mirando a través de una cascada”.

En el Diccionario de la lengua española se define de esta manera a catarata: “1. Cascada o salto grande de agua. 2. Opacidad del cristalino del ojo que al impedir el paso de los rayos luminosos, dificulta la visión. 3. Nubes cargadas de agua, en el momento en que la vierten copiosamente”. El diccionario de la RAE agrega un significado ideológico: “Tener cataratas. Estar ofuscado por ignorancia o por pasión”.

El fanático

Cuando vi en Twitter la forma, terrible, en que el periodista Sergio Sarmiento defendió —en el programa Tercer Grado, de Televisa— el golpe de Estado en Bolivia, pensé que él, también un tipo de edad avanzada como yo, seguramente padece de cataratas en el sentido médico, pero sin duda en el contexto de las ideas políticas don Sergio tiene cataratas en la última definición de la RAE: su pensamiento es el de alguien ofuscado por la ignorancia o la pasión. ¿“Ojalá tengamos más golpes de Estado”? Pobre señor Sarmiento. Sobran especialistas en nuestro país para mejorar su visión física, estrictamente óptica, por así decirlo. ¿Quién podrá ayudarlo a superar el fanatismo? Ni el Chapulín Colorado sería útil en un caso tan grave de ceguera ideológica.

Apunte

Si catarata significa "golpear hacia abajo", ni duda cabe que podría ser un sinónimo de golpe de Estado. Porque lo más alto del poder es el ejercito. Por tal motivo a las fuerzas armadas les resulta tan sencillo, cuando no son leales a la democracia, quitar gobernantes. Las pistolas, los fusiles, los aviones de guerra cuando se utilizan mal sirven para golpear "hacia abajo" a los pueblos que no tienen otra defensa que la dignidad y la capacidad de resistir. Conste, no digo que Evo Morales sea un héroe de la resistencia boliviana; creo que se pasó de autoritario al pretender perpetuarse en el poder. Pero el golpe no era la manera de echarlo del gobierno. Hoy los verdaderos héroes de Bolivia, las personas comunes, las anónimas, tendrán que sufrir de más antes de que el orden democrático regrese a esa nación.