Lo mejor que he leído acerca de por qué Felipe Calderón permitió las fechorías, durante seis años, de su secretario de Seguridad, Genaro García Luna —arrestado en Estados Unidos acusado de haber colaborado todo ese tiempo con El Chapo Guzmán— lo ha escrito Pedro Miguel en La Jornada. Sintetizo enseguida su artículo “García Luna y el calderonato”:

√ García Luna “fue la pieza que articulaba varios de los componentes principales del régimen calderonista: la corrupción gubernamental, la sangrienta estrategia ‘de seguridad’ y la participación en ella del gobierno estadunidense”.

√ García Luna explica mejor que El Chapo Guzmán “la génesis de la violencia estructural que se abatió sobre el país de manera profunda y perdurable”. Es así porque operó al mismo tiempo en el lado de la delincuencia y en el del Estado. Se benefició por proteger narcotraficantes y por el incremento brutal en los presupuestos destinados a las tareas de seguridad.

√ García Luna, subraya Pedro Miguel, además de lo anterior, fue la “conexión con las organizaciones ‘ciudadanas’ que dieron justificación y cobertura a la masacre —México Unido contra la Delincuencia, Alto al Secuestro, Causa en Común y demás”.

√ El calderonato fue mucho más que “una suma de corruptelas, ineptitudes y estupidez”: fue más bien “un programa diseñado para llevar a la sociedad mexicana a un estado de indefensión, desarticulación, zozobra y pánico con la finalidad de crear condiciones óptimas para el saqueo de bienes nacionales, la apropiación de recursos naturales y la explotación más extrema de la fuerza de trabajo”.

En resumidas cuentas, para eso robó Felipe Calderón las elecciones de 2006 a Andrés Manuel López Obrador. Por la gravedad de lo ocurrido, dice Pedro Miguel, “es deseable que una comisión de la verdad examine y evalúe” todo lo que hicieron García Luna y Calderón —y otros funcionarios. Como Eduardo Medina Mora— durante el calderonato, “un ejercicio gubernamental sórdido, indecente y sangriento que no debe repetirse nunca más”.