Enfermos mentales los hay en todas partes, pero es terrible cuando, como Donald Trump, alguien se cree dueño del mundo. Hay que recordar no obstante que cada gobernante tiene su propio mundo en su país y que es ahí donde expresa su locura. Y en México no andamos tan escasos. La evidencia de  la locura de Trump, muy notoria, la dieron el pasado 9 de febrero  35 siquiatras, sicólogos y trabajadores sociales, en una carta que dio la vuelta al mundo  publicada en el New York Times. Un tipo que en su odio, se distancia de la realidad para adaptarla a su estado sicológico, dijeron. “Es incapaz de servir con seguridad como presidente”, fue la conclusión.

¿Cuál sería la conclusión de esos expertos si hubieran revisado el historial de Felipe Calderón, usurpador de una presidencia y generador de miles de muertes con sus decisiones, que ahora quiere apoyar disidencias en otros países? ¿Cuál sería su opinión si examinaran la cabeza de Carlos Salinas de Gortari, enfermo de poder para repudiar con un “ no los veo ni los oigo”, a sus opositores? ¿Qué harían con un extraviado como Fox en el entusiasmo de sus tepocatas? A lo mejor considerarían enfermo mental a José López Portillo, que defendía el peso, “como un  perro” o lloraba para pedir perdón. En el colmo del ex abrupto ¿podrán considerar cuerdo a un tipo como Gustavo Díaz Ordaz que saciaba con sangre de estudiantes y ciudadanos, su sed de venganza? ¿Y declararían sano a Luis Echeverría persiguiendo como fiera a la fracción estudiantil que se oponía a sus desmanes, en la Liga 23 de Septiembre?

Por lo pronto ahí le paramos y  eso que no nos metemos con los segundones del estado, que hoy abundan en cada secretaría. Pero si se fija uno, los de estos gobernantes son extravíos de maldad, locura insensata que destila odio, posturas malsanas, no aquella locura encantadora y singular que Rostand atribuía al Cyrano, “es un loco, pero un loco genial”. Ni la locura exacerbada, creativa que han tenido otros personajes de la historia, escritores, poetas, pintores. músicos.

 La locura de la creación. Erasmo de Rotterdam le dedicó su obra Elogio de la locura (Editorial Mediterráneo, Madrid, 1973) a su gran amigo Tomás Moro, por aquello le dijo, de que tu apellido se parece a morio, en griego locura, estulticia. Moro se debe de haber reído. Obra satírica narrada por la Locura,  pone patas arriba a todos los poderosos con su contradictoria coherencia.

Es una burla genial en donde la locura impregna con sus presencia todos los ámbitos de la vida para bien y para mal y la dama se enorgullece de estar presente en todo y exhibir con sus fraseos la miseria del ser humano. Ahí va un parrafito para Trump y todos sus secuaces en el mundo: “Para saber cómo son éstos  ( los locos que gobiernan), figurémonos uno indiferente a las leyes que vulnera cuanto se le antoja; enemigo del pueblo, atento solo a su provecho personal; entregado a los vicios; aborrecedor de la verdad, la ciencia, la justicia, el derecho y a quien le tiene sin cuidado la suerte de su estado, que no vacila en sacrificar a sus caprichos rodeado de consejeros venales; cruel soberbio, impío, desvergonzado”. Erasmo de Rotterdam (1465-1516),  en realidad llamado Desiderio Erasmo fue un gran escritor, teórico y  un humorista, simpatizante de la Reforma de Lutero.

Pero la profundidad de sus críticas a los poderosos entre ellos, papas, cardenales y obispos, siendo el mismo monje agustino, estuvo a punto de llevarlo a la Inquisición. Cuando decidió escribir sobre la locura  en una carta que le escribe a Moro le dice que si grandes personajes le han escrito a las ranas, los ratones, los mosquitos, la calvicie, las nueces, al asno,  ¿por qué él no podía escribir sobre la locura? Y no se equivocó.

Su libro lleva vigente  más de 500 años y todavía se puede aplicar a los locos actuales. Como Trump y como los que padecemos en México.