Ricardo Salinas Pliego conoce bien su trabajo, al igual que el dueño de Televisa sabe a quién debe respetar, escuchar, apoyar, sabe a quién debe proteger porque es más a fin a sus pretensiones, es por eso que era tan significativo y tan importante poner un evento que le hiciera competencia nada menos que al debate de candidatos a la Presidencia de la República Mexicana y de esa manera continuar faltando a la “democracia mexicana” y proteger al “niño bonito” del PRI que parece no sentirse cómodo en conversaciones abiertas y sin acordeones.

 

Y qué mejor que echar mano de un partido de fútbol, ese fenómeno social que muchos han usado de mala manera: para distraer, para ocultar, para minimizar, para fanatizar e idiotizar.

 

Porque no hay que tenerle miedo a decirlo, sí, por un lado el fútbol es una práctica maravillosa de acondicionamiento físico, una práctica recreativa excepcional, pero también es el fútbol el gran aliado una vez más de la ignorancia o, al menos de la apuesta para tapar la realidad, para difuminar la verdad, la gran apuesta de los que a nada les falta para que esa situación jamás cambie y, al contrario, sigan teniendo más y más.

 

Esa pasión que desborda el fútbol en cada casa de nuestro país, ese “amor por la camiseta” por muchos absurdamente practicado, ese canal que sirve para hacer estallar todo el resentimiento social de muchos, de los apáticos que a falta de un triunfo inmediato y real terminan cayendo en un fanatismo estúpido, e incluso en la agresión física en contra del fanático del equipo contrario para sentirse “ganadores” de alguna manera.

 

Ese deporte, ese monstruo que a muchos países se les ha salido de las manos, que sigue siendo herramienta de control, de una u otra manera: el fútbol tenía que ser la herramienta para minimizar los temas que son importantes en verdad para el país y para recordarle a todos el poder tan grande que tienen las televisoras de “tapar el sol con un dedo”, o al menos intentarlo.

 

Y es justo como sucede muchas veces en el fútbol, en esos encuentros comprados, en esos partidos donde está presente la corrupción, donde el árbitro se ha vendido a uno de los equipos para facilitarle el triunfo, justamente como en el fútbol es que hoy se ve la “democracia” mexicana: como un jugador al que, por más que se esfuerza no le dejan ganar una, como dijera el Warpig, baterista de Lost Acapulco en alguno de sus podcasts.

 

La democracia, o mejor dicho, el intento de democracia que en México tenemos, se palpa como un partido de fútbol con un árbitro que se hace de la vista gorda cuando es al mexicano al que le “hacen una clarísima zancadilla” y no la marca, cuando el presupuesto de una campaña se ve severamente rebasado y el juez dice que ya se dio cuenta pero que “luego vemos”, que “al final lo revisamos”; cuando se le encuentran pruebas de delitos graves a los jugadores del equipo corrupto y el que regula el encuentro no dice nada y, al contrario, les “marca falta a favor”.

 

Es precisamente así como el mexicano se siente: como un pequeño jugador que se empeña en meterle gol a los grandes, a la oligarquía, a los que nada les falta, y un gol que se merece, porque ha “regateado”, porque se ha empeñado, porque ha sido en esta ocasión más hábil que el contrario, pero con trampas y artimañas no lo dejan. 

 

Ni por un lado, ni por el otro le permiten marcar gol, le cierran los ángulos de la portería, le hacen falta en el área chica y no la marcan cuando le niegan que se transmita el debate en televisión nacional aún ante una legítima petición generada por la arrogancia de un concesionario de un bien público como lo es la televisión, porque hay que tener bien claro cómo se burló el dueño de TV Azteca del pueblo y de su ignorancia al aseverar que la gente prefiere ver el fútbol antes que enterarse de lo que le ofrecen aquellos que podrían dirigir el futuro de su país.

 

El gran equipo que compra árbitros lo tiene todo a base de corromper y de negociar tras bambalinas: patrocinadores que en todos lados muestran sus “lindas caras”, un bonito uniforme, instalaciones de lujo para entrenarse, oscuros asesores de nivel. De pronto ese equipo corrupto recibe un gol en contra al momento en que el pequeño mexicano consigue una reforma electoral, una anotación legítima, un logro que permitirá mayor equidad en las contiendas, una competencia más justa y donde no se podrá meter la mano. Un golazo.

 

Y justo cuando el equipo del pueblo está en pleno festejo se da cuenta de que ese golazo es anulado de maneras sucias y poco perceptibles: el equipo contrario comienza una contraofensiva que parece algo legal cuando da, “misteriosamente” una propaganda desmesurada al equipo de las prácticas turbias, cuando le tiende una campaña —a través de las televisoras— de más de seis años, una imagen incesante de su candidato a cuadro, una construcción de una historia de telenovela que cada día es más bella con el príncipe azul de hermoso peinado incluido.

 

Salinas Pliego sabía la importancia de negarse a trasmitir el debate, sabía bien lo que aquí podría mostrarse, sabía que aquel que supuestamente lleva la ventaja en las encuestas y que, claramente encaja con los planes de las televisoras, aquí se vería expuesto.

 

Aún cuando se esperaba un debate a modo para el candidato del PRI —lo cual, aunado al veto que una de las televisoras le aplicaría, daba a pensar que sería un evento inútil— el debate resultó mucho más interesante, un ejercicio que ofreció elementos para descubrir —para aquellos que no las conocían— las verdaderas caras de los candidatos, pero sobre todo, para exhibir al candidato del PRI y su pasado turbio.

 

Contrario a lo que se esperaba, fue un buen sabor de boca el que dejó esta confrontación no obstante lo terrible que ha resultado darse cuenta de que el resumen es un diálogo donde Vázquez Mota siempre increpaba: —Oye, Peña, tú no cumples—, a lo que Peña sólo podía contraatacar con un: —Ah, pues tú tampoco, fíjate—, réplicas sin sentido.

 

Lamentable observar que la gente que pretende “representarnos” se haga acusaciones tan fuertes como el merecer estar tras las rejas, tan penosas como el hecho de que la candidata no asistía a trabajar en su etapa como diputada, acusaciones donde se relaciona a gente tan poco deseable como Salinas con Peña Nieto, todos, datos bien conocidos pero bien librados por los candidatos “quién sabe cómo” y que era necesario dar a conocer.

 

Un Peña Nieto que, como se esperaba, se vio atacado por los otros dos candidatos que compiten realmente con él y que se mostró vacío de respuestas y sin salida alguna, un sujeto que se limitó a evadir respuestas claras, un sujeto que, bien se percibió, se entrenó todo este tiempo para así hacerlo y que sabía que sigue teniendo gente que lo protege, gente que hará hasta lo imposible por demostrarle que está con él para que, en su momento, estos favores les sean retribuidos, gente como Ricardo Salinas Pliego.

 

El dueño de TV Azteca conoce el poder que tiene entre sus manos, porque además de darle una lección a aquellos que votaron por la reforma electoral, la cual le quitó jugosos ingresos, sigue creyendo que nada existe si no está a cuadro, nada es real si no ha salido por televisión…, afortunadamente el país tiene aún la oportunidad de demostrar que somos más los inteligentes, los que sí analizamos y estamos conscientes de lo que él y los suyos representan.