Ya son casi tres los años de mi vida los dedicados a la docencia en tres niveles educativos diferentes: secundaria, preparatoria y universidad. Las experiencias vividas a lo largo de todo este tiempo han sido diversas; desde la retroalimentación personal con los alumnos, hasta algunos desacuerdos con directivos y padres de familia por reglamentaciones, a mi parecer exageradas, que influyen en el desempeño escolar y en el comportamiento del educando en el aula de clases.

Este es un tema muy interesante y relativamente reciente en cuanto hablamos del sistema educativo actual, más específicamente, de sus lineamientos de convivencia que rigen la interacción entre el docente y el alumno. Y digo “relativamente reciente” porque durante los últimos quince años o más la atención se ha enfocado en otro tipo de problemáticas que afectan a la educación hoy en día, tales como el rezago y la falta de una infraestructura adecuada, sólo por mencionar algunos.

Pero eso no significa que esta problemática no sea igual de importante, o incluso mucho más por sus futuras consecuencias si se analiza desde una perspectiva pedagógica y psicosocial. Hablo de la permisividad e inmunidad, en casos extremos, que el sistema le ha otorgado al alumnado con su política de “NO CORRECCIÓN-NO SANCIÓN”, misma que prohíbe cualquier tipo de regaño o acto que implique reprender al educando cuando cometa alguna falta. Si bien es cierto que los antiguos métodos de enseñanza que permitían los golpes y la agresión verbal causaban daño psicológico en los estudiantes por su alto grado de violencia, también es una realidad que esta excesiva tolerancia respecto a cualquier acto o comportamiento que infrinja la normatividad escolar, está forjando a futuros ciudadanos disfuncionales, ignorantes de la importancia de cumplir con las reglas para una sana convivencia en sociedad.

Nos guste o no, como seres civilizados tenemos que estar conscientes de que la regulación de nuestro comportamiento ante la sociedad es un requisito fundamental para poder relacionarnos de manera correcta con nuestros semejantes: ¿Pero qué pasa cuando no se tiene conciencia de la importancia de dicha regulación? Y peor aún: ¿Qué pasa cuando no se implementa algún tipo de castigo debido al incumplimiento de determinado código de conducta? Lógicamente, el desarrollo de una sociedad carente de reglas y sanciones, o como dirían los sociólogos; anómica. Pues eso es lo que está pasando con nuestros estudiantes de la actualidad.

Por lo mismo, no resulta descabellado suponer que en un futuro sean ellos los que pretendan dictaminar el comportamiento y forma de trabajo de sus docentes, de acuerdo a su conveniencia e intereses no ya académicos, sino meramente personales. Se está forjando una generación de lo que yo llamo “los estudiantes de cristal”, integrada por aquellos a los que se les priva del sacrificio, del compromiso, de la frustración y de la CORRECCIÓN por el bien de su “salud mental” y su “formación académica”. Es así que el objetivo de educar sin el acto de reprender, ni siquiera en forma mínima, ha traído consigo el efecto contrario respecto al principal objetivo anhelado; la formación de educandos dóciles, chantajistas y soberbios, muy conscientes de su inmunidad que este sistema les ha otorgado. Por eso cuando se enfrentan al mercado laboral o a cualquier adversidad a lo largo de su vida sienten que el mundo se les derrumba, buscando culpables de su infortunio cuando su realidad los obliga a encontrar soluciones sin el cobijo de ese sistema alcahuete y condescendiente que en vez de prepararlos para el futuro, los hizo dependientes de las complacencias y los incentivos mal ganados.

Es así que como adultos resulta de vital importancia hacer énfasis con nuestros estudiantes en el necesario cumplimiento de las reglas desde una edad temprana, más en una sociedad tan carente de éstas como lo es la mexicana. Dicha tarea debe de llevarse a cabo desde un plan educativo incluyente, que no únicamente se limite a endurecer las sanciones punitivas, sino también a promover e incentivar la práctica de sanciones restitutivas que sirvan de referencia para todo aquel que pretenda violar las normas establecidas. Asimismo, se necesita de un plan que en todo momento tome en cuenta el sentir y la interpretación del estudiante respecto a la regla o el estatuto que le sea impuesto. Ya es hora de dejar atrás aquel método antipedagógico en el que la imposición del profesor es incuestionable, así resulte injusta y poco ética.

Obviamente, ésta es una tarea difícil de llevarse a cabo, ya que desde hace varias décadas se le ha enseñado al docente a mandar y al estudiante a no cuestionar, por eso cuando se le da toda la libertad de hacerlo sin limitaciones de por medio suele caer en el exceso y en la tergiversación de lo que significa la libertad. Inclusive en algunos desafortunados casos la convivencia ya resulta imposible entre estos dos actores sociales, lo que nos remonta a la génesis del problema que necesita atenderse de inmediato; la permisividad hacia los estudiantes y la falta de estrategias pedagógicas adecuadas para el docente. Por eso debemos de preguntarnos qué es lo que puede pasar si no se hace algo al respecto, aunado a seguir reproduciendo un sistema complaciente con las faltas y los abusos cometidos

¿Qué les depara el futuro a nuestros niños y jóvenes carentes de normas y sanciones? El principal mensaje que quiero darle, estimado lector, es el de la prevención que debe de haber ante la excesiva permisividad que impera de manera alarmante en nuestro sistema educativo actualmente. Es importante aclarar que no estamos hablando únicamente de los principios del comportamiento humano mínimamente aceptable y necesario para la convivencia social pacífica de la que muchos desean alejarse por la creciente indiferencia proveniente de las autoridades educativas, sino también de esa absurda idea anarquista de hacer lo que se quiera hacer, sin algún tipo de control y mucho menos sanción de la autoridad, sea cual sea ésta.

Después no nos quejemos de la rebeldía sin fundamento que inhiba todo rasgo de civilidad en el comportamiento de nuestros estudiantes, si ahora que todavía podemos, no actuamos en contra de sea dañina permisividad que obsequia aquella engañosa inmunidad a los educandos de cristal.