Rodar por los caminos militarizados de México impresiona y asusta a cualquiera. Según dicen, se libra una guerra para lograr la paz. Como aquí en la selva la vida es ruda y precoz a nadie engañan cuando aseguran lo anterior. Tampoco logran esconder la verdad a ojos de ex policías ex militares ex empleados de la DEA que recibieron como héroe al escritor activista Javier Sicilia al llegar a California para iniciar su recorrido hasta el corazón del poder estadounidense y cuya presencia alzará más de una ceja por encima de sus muecas de interrogación. Ellos sí saben del fracaso de esta guerra.

Sí conocen a fondo la espiral que no ha acabado ni acabará en Sudamérica ni en Norteamérica ni en ningún lugar del orbe. Se trata de una problemática sociocultural que no ha sido atacada como se debe. Penalizar un acto de consumo personal es inaudito humanamente hablando. Creo ya no es necesario repetir que el cigarro mata y el alcohol no digamos, los medicamentos químicos administrados legalmente también son nocivos y  adictivos. Sin embargo la yerba por la que se están matando, no.  La hoja masticada tal cuál tampoco. Las elaboradas con químicos en la fórmula todas lo son, de alguna manera u otra.

Nos debemos preguntar ¿por qué no está prohibido consumir tabaco, alcohol, productos chatarra “alimenticia” que contienen azúcares y harinas procesadas, comidas publicitadas y vendidas que todas ellas se ha comprobado matan silenciosa y paulatinamente el organismo del individuo?

--¿Les viene usted a pedir que no se droguen?-- Le preguntó a Sicilia un reportero gringo. –No—le respondió. –Les diré que si eso quieren, que se droguen. Pero que por favor ya dejen de convertirlo en una cuestión de guerra armada. Que lo consideren y lo atiendan como una cuestión de salud publica.

La adicción a sustancias u objetos en sociedades de extrema pobreza es un acto de evasión, de falta de educación. Es probablemente el único paliativo a la mano frente a situación tan desesperada. En las clases acomodadas es producto de la presión social del entorno o de la programación publicitaria. En ambos casos es un padecimiento de salud físico emocional que no se erradicará sin enfrentarlo como de debe. La adicción es una patología del humano actual, es lo “natural” en el mundo moderno.  Las estadísticas muestran con contundencia que las adicciones crecen. Si no satisfacemos los derechos básicos de los ciudadanos y comenzamos por emitir la información correcta dirigida a la prevención y desmitifiquemos “la prohibición”, la situación no mejorará y la degradación social no tendrá fin. Tampoco lo tendrá el lavado de dinero conseguido clandestinamente gracias al auge de las  adicciones. ¿Qué sucedió con los banqueros del HSBC al descubrirse el exorbitante monto de billones que lavaron por su medio los capos? Pues que se les propinó en sus manitas para reprenderlos, un leve golpecito. ¿Qué se sigan burlando de nosotros?

La realidad nos indica que las políticas actuales envían doble mensaje.

México es un campo de batalla y está harto dolido afectado profundamente por este doble mensaje.  

Sicilia interfiere e irrumpe para advertir a la sociedad internacional que se debe unir en pos de erradicar las políticas bélicas, las estrategias militarizadas en contra del narcotráfico, ¿por qué? Muy simple, porque  han fracasado.  Porque la responsabilidad, que pareciera deliberadamente incumplida por el Estado, de trabajar en conjunto con las sociedades con los planteles educativos para producir la información correcta y las acciones preventivas, no existe. El emitir conjuntamente logísticas publicitarias de alerta psicológica dirigida a la infancia para que esta logre discernir y aterrizar que las adicciones perjudican al individuo, también son inexistentes en México e insuficientes en el resto del mundo narco. ¿Por qué?  Y quien desee seguir fumándose el pulmón, pues es su pulmón, faltaba más. Educar e informar es la responsabilidad mayor.

Sicilia lo que va a decirles allá es: Ya basta de violencia y de armamento, ya basta de inmoralidad. Liberen las drogas con compromiso social y no nos engañen más.