López Obrador descubrió una cámara espía en un salón de Palacio Nacional. No sé si fue Carlos Ahumada, Paty Chapoy o la CIA, lo que quiero saber es qué hacía el “Peje” en ese salón, para que le hubieran puesto una cámara.

 

Allí se divierte con los jugadores de la selección mexicana de futbol, en reventones donde abunda de tocho morocho: chupe, reggaetón, teiboleras, travestis, enanos, ratones verdes, empanadas de pejelagarto, etc.

En las grabaciones el “Peje” se muestra festivo.

 

El Ejército Israelí lo entrena en un programa secreto como un Arma Experimental de Destrucción Aburrida, enseñándolo a hablar cada vez más lento, para matar de desesperación al enemigo.

También pretende que “la mañanera” se extienda hasta la hora de acostarse, para que no le dé tiempo de ver lo del aeropuerto, los recortes y la violencia, asuntos muy desagradables.

 

Todo mundo se pregunta, ¿dónde están esos otros datos que tiene el “Peje”? Los tiene escondidos en ese salón, porque son monstruosos y dan miedo.

Los alimenta con el morbo del pueblo y son primos hermanos de los indicadores de Fox.

 

Compró los derechos de “Populismo en América Latina” y en ese salón le agrega las mejores secuencias como presidente (como cuando regaña a los provocadores que lo fueron a despertar al hotel).

 

Maquiavelo aconsejaba: “Ten a tus amigos cerca, pero a tus enemigos más cerca”, así que el Peje hace reuniones de dominó con Salinas, el “jefe” Diego y Fox, donde cuentan chistes de Peña Nieto.

 

Allí mira partidos del América (con un séquito de americanistas de closet, incluyendo al rector de la UNAM), todos con uniformes amarillo chillante, tocando batucadas, celebrando cada gol con “la cuauhtemiña”.

 

El “Peje” pertenece al tercer grado de los Reptilianos Pejelargotianos, y por lo tanto, allí realiza ritos de magia negra con acólitos de la Luz del Mundo.

 

En ese salón guarda el primer y segundo informe de gobierno, para que no se vayan a perder.