Uno de los temas más complicados de entender para las personas que no tienen formación económica, es el de la interacción entre los mercados financieros (bolsa de valores) y los mercados reales (la economía de ladrillos de un país, donde se venden y se compran, de forma tangible, bienes y servicios). Teóricamente, se supone que los mercados bursátiles son un reflejo más o menos fiel del estado en el que se encuentran las empresas que ahí cotizan, con el elemento añadido de la perspectiva futura de su desempeño. Es decir, el valor de una empresa en la bolsa de valores debe reflejar tanto su solidez en el momento presente de las transacciones, como la confianza (o desconfianza) en su valor futuro. Es ahí donde se inserta el elemento de especulación, inherente a la lógica bursátil, y que en los casos extremos termina haciendo que el valor de una empresa en el mercado de valores y su valor real, no tengan nada que ver. Lo mismo sucede a nivel macro, cuando se habla de grandes caídas o de grandes alzas en “los mercados” de un país. Pueden ser el reflejo de circunstancias económicas reales y racionales, pero también pueden no serlo.

Debido a lo anterior, casi todas las grandes crisis financieras en la historia moderna tienen un componente de especulación, y concretamente de distorsión de los mercados financieros. El gran historiador de las crisis, John Keneth Galbraith, llega al extremo de sostener que todos los derrumbes económicos a través del tiempo, y en cualquier lugar, no son más que la consecuencia de una burbuja especulativa que revienta. Se generan ganancias bursátiles debido a un periodo de prosperidad económica real, pero rápidamente se multiplican las ganancias por el mero hecho de que las acciones están subiendo, esto es, el el valor de las acciones a la alza el que anima a inversionistas a comprar cada vez más, hasta que llega un momento en que se agota la demanda, y el mercado hace un ajuste a la baja. Ese ajuste se traduce en que muchas personas pierden millones, los bancos se quedan con infinidad de créditos incobrables a estos especuladores fracasados, y la economía real del país (ahora sí) sufre una recesión debido a la ambición incontrolada de esos jugadores que pasan de la lujuria al pánico en cuestión de horas.

En el marco de la crisis por la pandemia, las alarmas se han encendido en algunos analistas financieros de Corea del Sur, pues han detectado lo que parece ser la creación de una nueva burbuja financiera en acciones de empresas de salud y farmacéuticas. Los reguladores de ese país incluso prohibieron la venta de corto plazo en determinados valores, precisamente para que las ganancias no se descontrolaran en un ánimo de sabotaje para obtener el mayor rendimiento en el menor tiempo. Es natural, puesto que la nueva normalidad, que puede durar más que la misma enfermedad, ha creado un escenario internacional en el que ni los gobiernos ni las empresas podrán escatimar en gastos de higiene, salud y sanitización. Pero eso también quiere decir que podemos estar en presencia de una sobre producción de bienes y servicios que apuestan a que el miedo sanitario, o la mera consciencia legítima de la importancia de la salud, durarán para siempre. Si esto no es así, o si una vacuna masiva se pudiese crear y distribuir en breve término (que puede ser un año), el valor de las empresas que hoy han aumentado de manera exorbitante, podría caerse, también, de un día para otro. Los reguladores económicos mundiales y nacionales deben estar al tanto, además de la mitigación de los efectos negativos de la pandemia, de los nichos de oportunidad económica que la misma ha creado, y evitar que se conviertan en detonadores de crisis posteriores. Alguien siempre gana con las crisis, y no siempre de forma legal ni legítima. A estar alertas.