Uno de los secretos del éxito de los países emergentes del Este de Asia ? China, Singapur, Malasia o Corea del Sur ?, actualmente reconocidos por su dinamismo económico, es que hace más de 30 años tuvieron la audacia y la visión de crear Zonas Económicas Especiales (ZEEs) para impulsar geográficamente el desarrollo acelerado de sus economías y aprovechar sus ventajas comparativas a nivel global.

Tomemos el caso de China, que en 1980 creó 4 ZEEs con objetivos realistas y asequibles, y durante tres décadas fue expandiendo gradualmente estas Zonas hasta llegar a tener hoy día alrededor de 195, que contribuyen con 22% del PIB, 46% de la inversión extranjera directa, 60% de las exportaciones y 30 millones de empleos.

En México ya dimos el primer paso en esta dirección, el Presidente Peña Nieto anunció la creación de 3 ZEEs (Puerto Chiapas, Lázaro Cárdenas y el corredor Transístmico) y el pasado 29 de septiembre entregó al Congreso la Iniciativa de la Ley Federal de Zonas Económicas Especiales.

En las últimas semanas mucho se ha escrito sobre las virtudes y definiciones de esta iniciativa sin precedente en el país. Sin embargo, conviene precisar que un proyecto de la magnitud y alcance de las ZEEs tiene importantes retos delante y requerirá de una estrategia de planeación e implementación muy cuidadosa.

Si algo nos enseña el bajo desempeño de la región subsahariana (Ghana, Kenia, Senegal, Nigeria), es que las ZEEs funcionan correctamente sólo en los países que han sabido encontrar la combinación perfecta entre crecimiento económico acelerado y una sólida integración productiva de la mano de obra y las industrias locales.

Las ZEEs no son una receta transferible a cualquier región del mundo, sino un sofisticado instrumento de desarrollo, que necesita un análisis muy fino de las distintas realidades regionales, a fin de aprovechar y potenciar las capacidades de su gente, así como sus ventajas geográficas y vocaciones productivas. No se trata solo de imponer una fórmula de incentivos fiscales o de aumentar la infraestructura, sino de repensar el modelo de desarrollo desde lo local, tomando en cuenta la especificidad chiapaneca, oaxaqueña, michoacana, veracruzana y guerrerense que se tiende a soslayar en eso que llamamos ?el Sur?.

Para tener éxito, las ZEEs mexicanas necesitan políticas públicas ?a la medida? y el compromiso sostenido para promover un encadenamiento productivo y sustentable entre los grandes inversionistas y la economía local; fortaleciendo a las empresas regionales al garantizarles capacitación y transferencia tecnológica en estrecha colaboración con la educación media-superior.

El principal desafío para la población local será nivelarse profesionalmente; sacar lo mejor de sí mismos y desarrollar ese espíritu de negocios e innovación que tanto distingue al Norte del país.

Solo así nuestras ZEEs podrán detonar su verdadero potencial para generar riqueza; reducir la desigualdad y crear empleos bien remunerados, mejores oportunidades y condiciones de bienestar, que incorporen a millones de familias, hasta hoy abandonadas, a un México próspero e incluyente.